viernes, 5 de marzo de 2010

LOS PRESOS POLITICOS EN CUBA

Por Raul Rivero

Ésta es la galería de hombres que va y viene por los medios, secuestrada en una cifra tan férrea, tan oscura y estática como las celdas donde los tiene encerrados la dictadura cubana. Son los presos políticos.

A veces, a duras penas, el nombre, los apellidos y unas fechas. Ni un sitio noble o el amparo de una nota que los recuerde como seres humanos.

Ellos, en soledad, en alguna de las 300 cárceles de la isla, bajo la presión de todas las hambres y los acosos de las enfermedades. Apabullados por sus expedientes delictivos escritos en la prosa mezquina de los sirvientes de un sistema judicial en el que, al policía y el presidente del tribunal, les guía el bolígrafo chino una única mano de hielo.

Son los últimos, los inquilinos forzados de los sótanos sucios del caserón arruinado que es Cuba después de medio siglo de socialismo real. Los olvidados, los perseguidos hasta el hueco de los baños turcos y el borde de los catres de cemento.

Los indefensos que, después de muertos, pueden ser calumniados y humillados por un aparato propagandístico que puede cambiar el pasado de un hombre como ha podido, con sus cajas de resonancias y los cómplices en el exterior, reescribir, a base de remiendos y lamparones, el pasado de la nación.

No es un retablo de héroes ni una procesión de aspirantes a mártires. Son los rostros y algunas líneas sobre la vida de unos cubanos que se enfrentaron sin armas a un Gobierno totalitario.

Gente sencilla de la ciudad y del campo que quería, quiere, que su país progrese y que tenga partidos políticos, periódicos libres y elecciones. Son luchadores pacíficos: a ninguno se le encontró ni un cuchillo.

Son inocentes pero no simples. Son seres complejos porque están vivos y están enamorados y tienen hijos. Quieren a sus padres y a sus hermanos, a sus amigos. Creen en la Virgen María, en Babalú Ayé o en nadie. Y, a algunos, les gusta la música, la poesía y el ron.

Otros, son fanáticos de un equipo de béisbol, se consideran invencibles en el dominó y todos sueñan que podrán algún día trabajar, decir en voz alta (o escribir) lo que piensan y tratar de ser felices en el país donde nacieron.

No es una tropa extraña venida de lejos que no habla el español ni canta el himno. Unos, compartieron, en algún momento, las ideas de quienes ahora los reprimen. Y se salieron del proyecto de frente y con firmeza. Otros, por sus convicciones, por su educación, nunca lo aceptaron y lo combatieron durante años sin tregua, pero sin violencia.

Detrás de las mismas rejas, verán al fotoreportero Omar Rodríguez Saludes, con una condena de 28 años, por retratar la realidad de su país y describirla. A Ariel Sigler Amaya, un ex campeón de boxeo, ahora paralítico en una silla de ruedas, y al médico Oscar Elías Biscet, que entra en al año 11 de su condena a 25 por su trabajo como presidente de la Fundación Lawton, que lucha por la abolición de la pena de muerte y el aborto.

Aquí están, en las páginas de EL MUNDO, los compañeros de Orlando Zapata. La ilusión de la libertad no cree en planchas de hierro. Ni la mata una celda de castigo

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