miércoles, 28 de septiembre de 2016

La Revoucion Cubana ante un mundo bipolar.

Por Faisel Iglesias

(Fragmento de la obra "El soberano es el ciudadano", disponible en www.amazon.com)

El triunfo de la Revolución de 1959, en medio de la Tercera Guerra Mundial, conocida como la Guerra Fría, época en que la humanidad vivía en la asfixiante atmosfera de la paz del miedo nuclear, condicionó el alineamiento de Cuba al campo socialista, el cual tenía una concepción monista del estado y consideraba al derecho un instrumento y por tanto sin valores propios.

El campo socialista fue fundado y liderado por la entonces Unión Soviética, que tenía su base en la Rusia de la Revolución de Octubre. La Rusia feudal en pleno siglo XX, que comenzaba a abrirse al modernismo cuando ya Occidente se despedía de él. La Rusia que no había recibido aún, de manera eficaz, las influencias del derecho romano, del renacimiento, del iluminismo, del movimiento enciclopédico, de la Revolución industrial inglesa, de la constitución y el pragmatismo de los políticos norteamericanos, y mucho menos de la Revolución francesa y de la concepción tripartita de los poderes del estado, que le legó al mundo en las ideas de Montesquieu, a no ser la creación de la Duma, especie de parlamento sometido, legalizador por unanimidad viciada de la muchas veces ilegítima voluntad del zar, antecedente histórico de las mal llamadas asambleas populares de los países socialistas totalitarios.

Rusia no había conocido una constitución, esa ley suprema que establece la competencia de los órganos del estado y consagra los derechos fundamentales de los ciudadanos. "Solo una vez, en noviembre de 1917, hubo un parlamento votado libremente, pero sin llegar a reunirse"[1], nos recuerda Michael Morozow, en su obra, "El caso Solzhenitsyn" El pueblo ruso carecía de una tradición de opinión pública. Sus pensadores estaban en la literatura, y sus vidas eran trágicas: Pushckin fue asesinado por una camarilla de cortesanos aliados a Nicolás I; Lermontov murió en un duelo; Gogol quedó medio loco luego de una huelga de hambre; Ryleyev fue ahorcado. Incluso, después de la Revolución de Octubre de 1917; Blok murió de inanición en Petrogrado; Esinin se ahorcó en una habitación de un hotel de Leningrado después de escribir su último poema con sangre en la pared de la habitación; Maiakowki se suicidó de un balazo en la cabeza; Gumilov fue fusilado; Máximo Gorki elige el exilio voluntario por diez años, y más recientemente Boris Pasternak y el propio Solzhenitsyn reflejan en sus propias vidas el drama de todo un pueblo.

El arte, la cultura, expresión real de los valores de una sociedad, se vieron aniquilados por un Estado que no permitía crear sino a favor de sus intereses políticos coyunturales. La tierra de la otrora extraordinaria cultura rusa, una de las más importantes de principios del siglo XX, venida la Unión Soviética, no creó una arquitectura trascendente, a no ser la de "tipo pastel" de la era estalinista, y reprimió a los músicos y a los escritores. A tal frustrante realidad se le rindió culto, dentro de una corriente ideoestética denominada Realismo Socialista, que ha constituido uno de los legados culturales más pobres de la humanidad.

La Edad  Moderna, cuya obertura fue el Renacimiento, vivió desde la época de la palabra impresa hasta la era del lenguaje digital, desde el Siglo de las Luces hasta el socialismo, desde el positivismo hasta el cientificismo, desde la Revolución industrial hasta la revolución informática, bajo el signo del hombre que, en tanto cumbre de todo lo existente, era capaz de descubrir, definir, explicar y dominarlo todo y de convertirse en el único propietario de la verdad respecto al mundo. El bloque socialista, la última expresión del modernismo como era, donde se creía que el universo y el ser representaban un sistema capaz de ser explorado por completo, era además dirigido por una suma de reglas, directrices o sistemas que, se pensaba, el hombre iría dominando y orientando a su beneficio. Eran los tiempos del propósito de la sociedad ideal: el comunismo, en virtud de una doctrina (el marxismo-leninismo) que se consideraba la verdad científica, según la cual se debía organizar la vida.

 “Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras - había advertido ya José Martí desde el siglo XIX -: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados." Ya en 1887, John Rae, en su libro Contemporary Socialism (obra de consulta de José Martí) expresaba "El comunismo lleva a todo lo contrario de lo que pretende alcanzar; busca igualdad y concluye en la desigualdad, busca la supresión de los monopolios y crea un nuevo monopolio, busca aumentar la felicidad humana y en realidad la reduce. Es una utopía, y ¿por qué es una utopía? ... Porque la mayor igualdad y la mayor libertad posible solo pueden lograrse juntas"[2]

Cuba salía así de su hábitat natural, su espacio histórico-cultural, el hemisferio occidental y asimilaba una concepción orientalista, inquisitiva, semifeudal, autocrática, zarista, fundamentada en un positivismo de izquierda, de filosofía alemana, con un poco de socialismo utópico y, por supuesto, con mucho de capitán general de la colonia y del clásico dictador latinoamericano, cometiendo el error histórico, del que nos había advertido José Martí hace más de cien años, de copiar doctrinas y formas foráneas de gobierno.

De esta manera la caída del muro de Berlín significa  no solo la derrota del campo socialista en la Guerra Fría, sino además, el agotamiento de la era moderna, la era de los mitos, las ideologías, los partidos de políticas doctrinarias, aspirantes a la toma del poder, y el inicio de una era de circulación de ideas, información, concertaciones, una era sin fronteras, sin distancias, de internacionalización de los procesos productivos y de la soberanía de los individuos. En fin, la posmodernidad, donde el derecho, como ciencia social autónoma debe ejercer su imperio al servicio de la pluralidad político-social de la humanidad toda.



[1] Michael Morozov. Contra Soljenitsin. Cuatro ensayos sobre la relación entre el socialismo y libertad a propósito del Gulag. Barcelona. Icaria. 1977.
[2] José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t.3, p.

lunes, 12 de septiembre de 2016

EL SOBERANO ES EL CIUDADANO

por faisel iglesias

(Fragmento de de un libro con el mismo titulo, disponible en Amazon)
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Como resultado, la conciencia jurídica de nuestro tiempo, los sistemas jurídicos de los diferentes estados y el orden internacional vigente son inconsecuentes con una nueva era que dota a cada hombre de la información necesaria, para que actúe sabia y responsablemente en la solución de los problemas de un mundo contingente y fortuito. Rousseau, en momentos de frustración decía que “el hombre ha nacido libre, y en todas partes lo hayamos prisionero”[1]  y José Martí expresó en versos:

Todo es cárcel
                                                                       En esta tierra.

El aparato del estado, los partidos políticos, las doctrinas tienen los instrumentos jurídicos que les permiten sustituir al hombre. Más decía José Martí en 1886:

…“el primer trabajo del hombre es reconquistarse… Sin libertad, como sin aire, nada vive. Cuanto sin ella se hace es imperfecto y, mientras en mayor grado se le goce, con más flor y más frutos vive. La libertad es consustancial a la naturaleza humana.  Por tanto es escudo para los hombres y para los pueblos. Nace con fuerza avasalladora en los pechos de los hombres. Y cuando el hombre la pierde conoce la hondura del infierno. Se muerde el aire, como muerde una hiena el hierro de su jaula. Se retuerce el espíritu en el cuerpo como un envenenado. Los que tienen  ¡oh, libertad!, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte.”[2]

No se trata del acto extraordinario de imponerse a los otros hombres, de ser el encargado de iluminar a los demás. Se trata del derecho y el deber natural de cada ser humano de defender su individualidad, su espiritualidad. “Ni originalidad literaria cabe, ni la libertad política subsiste mientras no se asegure la libertad espiritual… Porque la primera libertad, base de todas, es la mente.” Y realizarse, además, en armonía con la sociedad - esa que no es la colectividad abstracta, sino la suma de los individuos-, porque el hombre es un ser social.
 Hace casi cuatrocientos años, Miguel de Cervantes y Saavedra en unos versos del nivel de su prosa expresó:
Y he de llevar mi libertad en peso

Sobre los propios hombros de mi gusto

¡La libertad  en peso!" - lo que hace suponer que causa alguna pesadumbre - es algo que brota de uno mismo, complace y a la vez cuesta trabajo y exige responsabilidad. En el fondo se trata de la verdad como autenticidad. No la del decir ni la del pensar, sino la verdad de la vida, esa coincidencia de consigo mismo y la naturaleza. Cuando el hombre no sostiene su libertad se miente a sí mismo.

Establecer la  propia libertad como principio ético supremo, implica que el hombre se autoerija en Dios, como refleja la antigua sabiduría clásica con el mito de Prometeo, o como describe el primer libro de la Biblia el pecado original de los ancestros de la humanidad: “se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” Genes 3,4, donde conocer equivale a generar.

…”sin la luz de la verdad, antes o después, toda persona queda a dudar  de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su esfuerzo por construir con los demás algo en común. Para ejercer su libertad, el hombre debe superar, por tanto el horizonte del relativismo y  conocer la verdad sobre sí mismo y sobre el bien y el mal. En lo más intimo de la conciencia el hombre descubre una ley que él no se ha dado a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz lo llama a amar, a hacer el bien, a huir del mal, a asumir la responsabilidad del bien que ha hecho y del mal que ha cometido. Por eso, el ejercicio de la libertad está íntimamente relacionado con  la ley moral natural, que tiene un carácter universal, expresa la dignidad de toda persona, sienta las bases de sus derechos y sus deberes fundamentales, y, por tanto,  en el último análisis de la convivencia justa y pacífica entre las personas. // … La justicia, en efecto, no es una  simple convención humana, ya que lo que es justo no está determinado originariamente por la ley positiva, sino por la identidad profunda del ser humano.. La visión integral del hombre es lo que permite no caer en una concepción contractualista de la justicia y abrir también para ella el horizonte de la solidaridad y del amor”[3]

Confundir las voces con los ecos, sostener silencios en apariencias de decoro es contribuir a la desorientación de los que quizás no tengan recursos para descubrirse a sí mismos.  Sin dudas, es necesaria una dosis de clarividencia, de sinceridad con uno mismo, de decencia, una capacidad de distinguir, de discernir que no es universal. La salvación está en nosotros mismos, recordemos el verso de Cervantes:
“Tú mismo te has forjado tu ventura”
Ignacio Agramonte, imbuido del legado de la Revolución Francesa y de las doctrinas del constitucionalismo norteamericano, ante sus profesores en la Escuela de Derecho de la Universidad de la Habana, ya en 1862, dijo:
“el individuo mismo es el guardián y soberano de sus intereses, de su salud física y moral; la sociedad no debe mezclarse en la conducta humana, mientras no dañe a los demás miembros de ella. Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida individual; y más funestas aún cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella... Que la sociedad garantice su propiedad y seguridad personal son también derechos del individuo, creados por el mero hecho de vivir en sociedad.”
“La centralización hace desaparecer ese individualismo, cuya conservación hemos sostenido como necesaria a la sociedad... se comienza por declarar impotente al individuo y se concluye por justificar la intervención de la sociedad en su acción, destruyendo la libertad, sujetando a reglamentos sus deseos, sus pensamientos, sus más íntimas afecciones, sus necesidades, sus acciones todas. El Estado que llegue a realizar esa alianza (del orden con la libertad) será modelo de las sociedades y dará por resultado la felicidad suya, y en particular de cada uno de sus miembros; la luz de la civilización brillará en él en todo su esplendor.”

“Por el contrario, el gobierno que con una centralización absoluta destruya ese franco desarrollo de la acción individual, y detenga la sociedad en su desenvolvimiento progresivo, no se funda en la justicia y en la razón, sino tan solo en la fuerza; ya el Estado que tal fundamento tenga, podrá en un momento de energía anunciarse al mundo como estable e imperecedero, pero tarde o temprano, cuando los hombres, conociendo sus derechos violados, se propongan a reivindicarlos, oirá el estruendo del cañón anunciarle que cesó su letal dominación”
La interioridad del hombre, su espiritualidad, su conciencia es sagrada. Violársela sería mutilarlo en plena vida. Al hombre no se le puede conducir por cánones, doctrinas, ideologías hacia un fin predeterminado, aunque este sea el bien intencionado camino de la sociedad ideal, porque sería convertirlo en un instrumento. En la posmodernidad el hombre necesita la plenitud de su individualidad, el afianzamiento de su capacidad de discernimiento, ante la avalancha de información y tendenciosidad, que con inmediatez nos lanzan los medios de comunicación. No es el tiempo de un modo de ser o aparentar, de una moda, expresión de cierta clase o distingo, ejerza su imperio. En la posmodernidad no se matan las ideas, circulan, se enriquecen. Cuando se combaten las ideas, unas mueren y otras brotan averiadas, y los pueblos se pueden quedar sin ideas “al borde del abismo.”

Es la era en que cada individuo refleje su propia individualidad. En la posmodernidad no impera una idea, una moda, sino que circula la información, reina la individualidad a plenitud y a partir de ella la donación, las concertaciones, la socialización, la trascendencia.
El Santo Padre Juan Pablo II, en su mensaje a la Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero de 1997, expresaba…”No se puede permanecer prisionero del pasado: es necesaria, para cada uno y para los pueblos una especie de “purificación de la memoria”, a fin de que los males del pasado no vuelvan a producirse más”.

No se trata de olvidar el pasado -todo lo contrario- sino de releerlo a la luz de las nuevas circunstancias, juzgarlo con los valores de la nueva era, con sentimientos nuevos, aprendiendo precisamente de las experiencias sufridas. Sólo el amor construye.

 El Padre José Conrado Rodríguez, ex párroco de Palma Soriano, en entrevista concedida al periodista José Alfonso Almora, del Canal 23 de Miami y publicada en la revista Ideal no. 276, decía:

  “Nosotros somos un pueblo herido por las divisiones y la violencia, por la desconfianza, por la sospecha. Nos hemos refugiado tantas veces detrás de la máscara del temor, porque el temor nos ha hecho fabricar muchas máscaras… Necesitamos alguien que nos convoque en nombre del amor. Nosotros vivimos prisioneros del pasado, prisioneros de nuestros odios y nuestros miedos, desconfiando unos de los otros, los de la isla de los de afuera, los de afuera de los de adentro de la isla… Necesitamos a alguien que nos mire a los ojos y nos diga: levántate y echa a andar”…

Es imprescindible generar confianza, discutir contenidos, inventar el futuro, articular estrategias, promover fuentes de acción, aprovechar los momentos de verdad (las verdades no son eternas), reconocer con sinceridad, mantener la atención, crear conciencia (en virtud de conocimientos), obtener pequeños resultados para lograr grandes cosas y cerrar con el pasado.

El instrumento para llevar a cabo una agenda de cambios coherentes es la eficacia del discurso. Una realidad  nueva exige novedad en el lenguaje. Cada momento histórico necesita su propio discurso ideo- estético. La clave para crear una nueva realidad descansa en comunicar compromisos y hacerlos realidad palpable.

El caudillismo – cáncer de nuestra historia- nos hace ver a nuestra propia tendencia como la única salvadora, convirtiéndonos en adversarios de nuestros compañeros. No marcha sin tropiezos quien en vez de mirar al frente pone los ojos por sobre los hombros. No tiene futuro el proyecto político que pretenda evitar algo, en vez de vislumbrar el porvenir. “Es necesario todavía hacer “una revolución contra las revoluciones. El levantamiento de todos los hombres pacíficos -soldados solamente una vez- para que ellos, ni nadie, vuelvan a serlo jamás”, avizoró el apóstol José Martí.

Hay gente que no entiende. Otros, entienden pero callan. Los peores son los que, entendiendo, tergiversan. La soberanía no es la independencia. Es otra cosa. Es algo más… Es un estado mental. Y como tal, trasciende partidos, tribus y caciques. Porque en realidad, la soberanía es un rechazo a la dependencia.

Pensar en soberano no es fácil. Más de cinco siglos de subordinación han atornillado sus raíces en el consciente y el subconsciente colectivo puertorriqueño… Nuestro sistema escolar es un calco del vetusto embeleco centralizado… lo triste es que lo preservamos para solventar nuestro caciquismo crónico. Instituir juntas locales de educación electas por los ciudadanos, que velen de cerca al cabro y a las lechugas. Secar el pantano burocrático donde nadie rinde cuentas…

Pensar en soberano no es de populares[4], ni de independentistas[5], ni de estadistas[6]. Un estadista radical puede ser soberano, si rechaza ser un estado servil y mendigo, sin esperanza de desarrollo propio. Un independentista que fomenta la debacle a ver si le cae su turno en el poder, socava sus propias posibilidades de desarrollo económico soberano.[7]

A penas dos meses de haberse publicado la obra “Por una nueva lectura al concepto de soberanía”, por la editorial Publicaciones Puertorriqueñas y de haberse presentado la ponencia “Por una nueva concepción del estado y el derecho cubanos”, en el Congreso Mundial de Elites y Jefes de Estado, en junio de 2015, en la Universidad de Salamanca, España, donde se expuso la tesis de la soberanía del ciudadano, ya el nuevo concepto ha calado en las nuevas generaciones que luchan dentro de Cuba en contra el régimen totalitarios de los Castros y en agosto de 2015, en San Juan, Puerto Rico los participantes en el Primer Encuentro Nacional Cubano consagraron como su primer Acuerdo “Trabajar en la campaña por un plebiscito vinculante en favor de las elecciones libres, justas y plurales, bajo condiciones democráticas, que garanticen la soberanía de los ciudadanos.



[1] Jean-Jacques Rousseau. El contrato Social. Ediciones Mesta. Madrid, España. 2001. Pág. 25
[2]  Roberto D Agramonte. Martí. Ob. Cit.. Pág. 83.
[3] Benedicto XVI, Mensaje para la celebración de la XLV Jornada Mundial de la Paz (1-1-2012), nn 3 y 4, en www.vatican.va.
[4] Pertenecientes al Partido Popular Democrático de Puerto Rico, que defienden el estatus colonial de la Isla, como un territorio no incorporado a loa Estados Unidos.
[5] Pertenecientes al Partido Independentista de Puerto Rico, que abogan por la independencia de Puerto Rico y por sumarse al consiento de países latinoamericanos.
[6] Los que aspiran a que Puerto Rico se integre a los Estados Unidos como un estado más de la unión federal.
[7] Torrech San Inocencio Rafael. Pensar en soberano. Periódico el Nuevo Día. Viernes 18 de septiembre de 2015.
[8] Bebida de fabricación clandestina en las zonas rurales de Puerto Rico, de alto contenido de alcohol.
[9] Carmen Dolores Hernández. Cimarronaje. publicado en el periódico el Nuevo Día,  San Juan, Puerto Rico. sábado 28 de septiembre de 2013,
[10] Vicente Aleixandre. Poema en la plaza. De historias del corazón. Editorial Esppasa-Calpe.
[11] Enrique José Varona. Periódico El Fígaro. 3 de junio de 1902.