Por Rene Gomez manzano
El régimen comunista cubano, que acaba de cumplir el medio siglo, no tiene logros que mostrar en el terreno de los hechos objetivos. Esto lo reconocen tácitamente sus propios portavoces: Pese a que la efeméride era ideal para hacer comparaciones entre 1959 y el día de hoy (en especial en el campo económico, que según la doctrina marxista que ellos enarbolan constituye el fundamento de la sociedad), en los numerosos discursos pronunciados y artículos escritos por estas fechas han tenido buen cuidado de evitar cotejos de ese tipo, que a la luz del desastre generalizado serían —a no dudarlo— harto contraproducentes. Por sólo mencionar el ejemplo más obvio: ¡Imagínenselos comparando la producción azucarera de hace medio siglo con la de hoy!...
No obstante, la propaganda comunista sigue prestando especial atención a sus temas predilectos — deportes, educación y salud—, aunque sin hacer tanto énfasis como en años atrás; seguramente se han aplacado porque incluso en esos campos —privilegiados durante decenios por los subsidios soviéticos— se observa el deterioro del sistema. Ejemplo de ello lo constituye, en el terreno deportivo, el pobre desempeño de la delegación cubana en los Juegos Olímpicos del pasado verano.
Desde sus mismos inicios, el régimen castrista, como un rey Midas de nuevo tipo, ha politizado todo lo que toca. Esto es particularmente cierto en el caso de los deportes, en los que el grado de manipulación de los bolcheviques antillanos ha alcanzado ribetes de verdadera obscenidad. Cada triunfo alcanzado en boxeo, ajedrez o béisbol, ha sido presentado como una supuesta demostración de la excelencia del sistema. ¡Como si Cuba no fuese la patria de Kid Chocolate, de Capablanca y de tantos peloteros destacados que antes de 1959 se ganaron un puesto en el Salón de la Fama!
En ese asunto —como en tantos otros— los castristas han roto las buenas tradiciones de antaño. Los que tenemos más edad recordamos que los triunfos competitivos cubanos eran de todos. Los enfrentamientos —a menudo violentos— entre oficialistas y opositores no trascendían al terreno deportivo, pues ni al gobierno de turno se le ocurría atribuirse esos éxitos, ni a los que se le enfrentaban les pasaba por la cabeza menospreciarlos por el mero hecho de que hubieran sido alcanzados bajo el mando de sus adversarios políticos.
Ahora —evidentemente— no sucede así: La manipulación llega a extremos increíbles. Los voceros comunistas, sin ruborizarse, presentan un puñetazo noqueador o un batazo decisivo como un éxito del socialismo y hasta del marxismo-leninismo. Esta situación ha dado lugar a que muchos compatriotas, tanto en Cuba como en el Exilio, renieguen de los equipos de nuestro país, se duelan de sus éxitos y se complazcan con sus fracasos. ¡Vergüenza deberían sentir los castristas de haber provocado, con sus burdos manejos, actitudes de este tipo!
No obstante, y aunque respeto las opiniones distintas, no creo que esa tesitura sea la más correcta. Salvando las distancias, me parece mejor la postura que los demócratas cubanos hemos asumido ante nuestros símbolos patrios: Si por los comunistas fuera, la bandera de la estrella solitaria o el himno nacional habrían quedado para el exclusivo consumo de los Castro y sus seguidores, pues eso es lo que constantemente proyecta su propaganda mendaz, que ha llegado a cuestionar el derecho a usarlos de quienes nos les enfrentamos. Pero no hemos caído en esa trampa: rechazando ese enfoque torcido, siempre hemos encabezado nuestros encuentros con esos emblemas de la Nación, dando así un rotundo mentís a las falacias comunistas y demostrando en los hechos que esos símbolos pertenecen a todos los cubanos.
Volviendo a los deportes, hay que recordar que en un par de meses deberá celebrarse el segundo Clásico Mundial de Béisbol. Hace apenas unas horas las autoridades nacionales han anunciado los atletas preseleccionados para representar a nuestra Patria en ese evento, y una vez más vemos que nuestro país tendrá nuevamente el triste privilegio y la notable desventaja de ser el único que no contará en su equipo con sus más avezados atletas que han alcanzado el éxito en las Grandes Ligas y otros circuitos profesionales altamente competitivos.
A tanto llega el inmovilismo de los jerarcas de La Habana, que ni siquiera los inmuta el hecho de que los restantes países que los acompañan en ese engendro ignoto que han dado en llamar “Socialismo del Siglo XXI” sí admitan la participación de sus deportistas profesionales radicados en el extranjero en los equipos que asisten a competencias internacionales. Los castristas, los mismos que durante los últimos años se la han pasado repitiendo que “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”, se niegan de modo contumaz a rectificar la evidente arbitrariedad que significa privar a nuestros hermanos que han logrado un lugar de honor en el béisbol organizado de la posibilidad de tomar parte en el Clásico Mundial y de defender en él nuestros colores patrios. Se trata de un despojo inicuo, tanto para esos atletas como para los demás cubanos, que de ese modo nos vemos privados de verlos competir y poner en alto nuestra bandera.
Esta decisión resulta tanto más absurda cuanto que la generalidad de nuestros compatriotas —incluso muchos de los que aún apoyan el régimen imperante— siguen sintiendo la mayor admiración y simpatía por los cubanos que juegan en las Grandes Ligas, y verían con muy buenos ojos que también ellos dieran su aporte al triunfo de nuestro equipo.
Por ello, ante el anquilosamiento y la falta de imaginación que muestra el actual gobierno de la Isla, creo que ahora corresponde hablar a nuestros hermanos que tan alto han puesto el nombre de Cuba en el circuito más competitivo del béisbol mundial. Frente al régimen castrista, que no los ha tomado en cuenta para nada, creo que sería magnífico que ellos alzasen su voz, proclamando públicamente su disposición a defender, junto a sus colegas que por motivos diversos han optado por permanecer en el país natal jugando como aficionados, los colores de la Patria de todos.
Espero que esta iniciativa pueda alcanzar el apoyo incluso de aquellos compatriotas a los que aludía anteriormente y que, indignados por la forma en que los castristas manipulan las victorias de los equipos de la Isla, prefieren que éstos sufran la derrota. Pienso que también estos cubanos podrían respaldar una campaña de ese tipo, porque las alternativas están claramente definidas: Si el régimen comunista rechazara o dejase sin respuesta el ofrecimiento de nuestros deportistas exiliados, se pondría de manifiesto una vez más su inmovilismo y su verdadero desinterés por las glorias deportivas de la Patria, y su actitud recibiría —por añadidura— el rechazo de la inmensa mayoría de nuestra población; si —por el contrario— ese régimen tuviera la sensatez de aceptar el ofrecimiento y cambiar su política, entonces se habría cerrado definitivamente el capítulo de las manipulaciones en este campo, pues sólo el más completo ridículo cubriría a aquellos de sus paniaguados que pretendiesen presentar, como un supuesto logro del socialismo… ¡la victoria de un equipo integrado por deportistas de uno y otro lado del Estrecho de la Florida!
Pero el paso inicial tendrían que darlo los admirables atletas que, para honra de Cuba, han enaltecido en las Grandes Ligas el nombre de nuestra Patria. ¡Ellos tienen la palabra!
No obstante, la propaganda comunista sigue prestando especial atención a sus temas predilectos — deportes, educación y salud—, aunque sin hacer tanto énfasis como en años atrás; seguramente se han aplacado porque incluso en esos campos —privilegiados durante decenios por los subsidios soviéticos— se observa el deterioro del sistema. Ejemplo de ello lo constituye, en el terreno deportivo, el pobre desempeño de la delegación cubana en los Juegos Olímpicos del pasado verano.
Desde sus mismos inicios, el régimen castrista, como un rey Midas de nuevo tipo, ha politizado todo lo que toca. Esto es particularmente cierto en el caso de los deportes, en los que el grado de manipulación de los bolcheviques antillanos ha alcanzado ribetes de verdadera obscenidad. Cada triunfo alcanzado en boxeo, ajedrez o béisbol, ha sido presentado como una supuesta demostración de la excelencia del sistema. ¡Como si Cuba no fuese la patria de Kid Chocolate, de Capablanca y de tantos peloteros destacados que antes de 1959 se ganaron un puesto en el Salón de la Fama!
En ese asunto —como en tantos otros— los castristas han roto las buenas tradiciones de antaño. Los que tenemos más edad recordamos que los triunfos competitivos cubanos eran de todos. Los enfrentamientos —a menudo violentos— entre oficialistas y opositores no trascendían al terreno deportivo, pues ni al gobierno de turno se le ocurría atribuirse esos éxitos, ni a los que se le enfrentaban les pasaba por la cabeza menospreciarlos por el mero hecho de que hubieran sido alcanzados bajo el mando de sus adversarios políticos.
Ahora —evidentemente— no sucede así: La manipulación llega a extremos increíbles. Los voceros comunistas, sin ruborizarse, presentan un puñetazo noqueador o un batazo decisivo como un éxito del socialismo y hasta del marxismo-leninismo. Esta situación ha dado lugar a que muchos compatriotas, tanto en Cuba como en el Exilio, renieguen de los equipos de nuestro país, se duelan de sus éxitos y se complazcan con sus fracasos. ¡Vergüenza deberían sentir los castristas de haber provocado, con sus burdos manejos, actitudes de este tipo!
No obstante, y aunque respeto las opiniones distintas, no creo que esa tesitura sea la más correcta. Salvando las distancias, me parece mejor la postura que los demócratas cubanos hemos asumido ante nuestros símbolos patrios: Si por los comunistas fuera, la bandera de la estrella solitaria o el himno nacional habrían quedado para el exclusivo consumo de los Castro y sus seguidores, pues eso es lo que constantemente proyecta su propaganda mendaz, que ha llegado a cuestionar el derecho a usarlos de quienes nos les enfrentamos. Pero no hemos caído en esa trampa: rechazando ese enfoque torcido, siempre hemos encabezado nuestros encuentros con esos emblemas de la Nación, dando así un rotundo mentís a las falacias comunistas y demostrando en los hechos que esos símbolos pertenecen a todos los cubanos.
Volviendo a los deportes, hay que recordar que en un par de meses deberá celebrarse el segundo Clásico Mundial de Béisbol. Hace apenas unas horas las autoridades nacionales han anunciado los atletas preseleccionados para representar a nuestra Patria en ese evento, y una vez más vemos que nuestro país tendrá nuevamente el triste privilegio y la notable desventaja de ser el único que no contará en su equipo con sus más avezados atletas que han alcanzado el éxito en las Grandes Ligas y otros circuitos profesionales altamente competitivos.
A tanto llega el inmovilismo de los jerarcas de La Habana, que ni siquiera los inmuta el hecho de que los restantes países que los acompañan en ese engendro ignoto que han dado en llamar “Socialismo del Siglo XXI” sí admitan la participación de sus deportistas profesionales radicados en el extranjero en los equipos que asisten a competencias internacionales. Los castristas, los mismos que durante los últimos años se la han pasado repitiendo que “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”, se niegan de modo contumaz a rectificar la evidente arbitrariedad que significa privar a nuestros hermanos que han logrado un lugar de honor en el béisbol organizado de la posibilidad de tomar parte en el Clásico Mundial y de defender en él nuestros colores patrios. Se trata de un despojo inicuo, tanto para esos atletas como para los demás cubanos, que de ese modo nos vemos privados de verlos competir y poner en alto nuestra bandera.
Esta decisión resulta tanto más absurda cuanto que la generalidad de nuestros compatriotas —incluso muchos de los que aún apoyan el régimen imperante— siguen sintiendo la mayor admiración y simpatía por los cubanos que juegan en las Grandes Ligas, y verían con muy buenos ojos que también ellos dieran su aporte al triunfo de nuestro equipo.
Por ello, ante el anquilosamiento y la falta de imaginación que muestra el actual gobierno de la Isla, creo que ahora corresponde hablar a nuestros hermanos que tan alto han puesto el nombre de Cuba en el circuito más competitivo del béisbol mundial. Frente al régimen castrista, que no los ha tomado en cuenta para nada, creo que sería magnífico que ellos alzasen su voz, proclamando públicamente su disposición a defender, junto a sus colegas que por motivos diversos han optado por permanecer en el país natal jugando como aficionados, los colores de la Patria de todos.
Espero que esta iniciativa pueda alcanzar el apoyo incluso de aquellos compatriotas a los que aludía anteriormente y que, indignados por la forma en que los castristas manipulan las victorias de los equipos de la Isla, prefieren que éstos sufran la derrota. Pienso que también estos cubanos podrían respaldar una campaña de ese tipo, porque las alternativas están claramente definidas: Si el régimen comunista rechazara o dejase sin respuesta el ofrecimiento de nuestros deportistas exiliados, se pondría de manifiesto una vez más su inmovilismo y su verdadero desinterés por las glorias deportivas de la Patria, y su actitud recibiría —por añadidura— el rechazo de la inmensa mayoría de nuestra población; si —por el contrario— ese régimen tuviera la sensatez de aceptar el ofrecimiento y cambiar su política, entonces se habría cerrado definitivamente el capítulo de las manipulaciones en este campo, pues sólo el más completo ridículo cubriría a aquellos de sus paniaguados que pretendiesen presentar, como un supuesto logro del socialismo… ¡la victoria de un equipo integrado por deportistas de uno y otro lado del Estrecho de la Florida!
Pero el paso inicial tendrían que darlo los admirables atletas que, para honra de Cuba, han enaltecido en las Grandes Ligas el nombre de nuestra Patria. ¡Ellos tienen la palabra!
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