Delegado para el Caribe
Unidad Liberal de la Republica de Cuba
La humanidad ha conocido dos concepciones clásicas de la sociedad, el estado y el derecho: la concepción oriental, que ha seguido un desarrollo colectivo, colectivizante, de hombres que de servidores de la sociedad han devenido en servidos por los pueblos, cuyos más claros ejemplos lo han sido, a través de la historia, los regímenes despóticos de Egipto, Mesopotamia y La China, en la antigüedad, y en la era moderna los gobiernos totalitarios de Europa del Este; y la concepción occidental, que no sólo fue un hecho militar, una fuerza política, sino un movimiento civilizador, creador de humanidad, de sociabilidad, de vida en común, que ya en la antigüedad había disfrutado de una unidad estructural; la que le ofreció el imperio romano, el derecho romano, y que llegó a tener por más de mil años la esencia de toda una cultura en un idioma común; el latín, y una espiritualidad en la cristiandad, donde el soberano es el hombre porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza.
Cuba, como todas Las Américas es producto de eso que se ha venido en llamar mundo occidental. Sin embargo, la invasión mora a España y el proceso de la reconquista provocó una bifurcación en occidente. Por un lado lo que conocemos como el Derecho Común - con su tradición de respeto a los derechos individuales, de frenos a los poderes del estado y la independencia de la judicatura, desde la Carta de Juan Sin Tierras en Inglaterra, que se entendió a las Trece Colonias de América del Norte.- y la tradición latina.
En España, la Carta de Las Cortes de León de 1188, que para muchos estudiosos significa el primer antecedente de lo que conocemos como constitución, que consagraba también derechos individuales y limitaba las facultades del Monarca, resultó letra muerta, dada herencia de las necesarias concentraciones de poder en el proceso de reconquista y a la misma concepción autocrática que la invasión mora había impregnado en la sociedad española.
CONQUISTA E IMPLANTACIÓN DEL ESTADO Y EL DERECHO EN CUBA
El desarrollo científico del siglo XV, le permitió al Viejo Continente, "buscar nuevas rutas para el comercio" por lo que en 1492, el más iluminado de los almirantes vio la tierra más fermosa que ojos humanos han visto. Colón, el precursor de la cristianización de América - a costa del sacrificio de los nativos y sus valores - había expresado su intención de coronarse virrey de las nuevas tierras. Y, en su diario escribió la palabra oro 139 veces y la palabra Dios o la frase Nuestro Señor sólo 51, y el 27 de noviembre de 1492 consignaba: "tendrá la cristiandad negocio en ella".
Abierto el camino por Cristóbal Colón, se apareció, tras su ruta, en 1512, por el oriente del largo lagarto verde, Diego Velázquez, capitaneando a trescientos hombres, los que, por sus procederes, santos y señas más bien reflejaban venir de las entrañas dantescas de las cárceles de la época (sin menospreciar a algunas de las de nuestro tiempo) que de un puerto de la Española - nombre que le daban entonces los conquistadores a la original Quisqueya, hoy la hermana República Dominicana-.
A fuerza de fuego, espada, enfermedades y muerte implantaron -diz que en el nombre de Dios-, una sociedad, estado y un derecho extraños, culminantes de una realidad foránea especialísima, que la -¡siempre!- isla de Cuba no vivía. Fue una sociedad apenas sin elementos, un estado y un derecho precarios, donde se confundían las potestades políticas, militares y en algunos casos las judiciales, en los mismos funcionarios y que, trescientos años después, en los albores del siglo XIX, se mantenía con insignificantes variaciones. No fue hasta el año 1812, en que al darle las Cortes de Cádiz una constitución a la península que se extendió a la isla, Cuba no contó con una carta magna, en el sentido moderno de la palabra, creadora de supremas instituciones.
GUÁIMARO: DOS CONCEPCIONES DEL ESTADO Y EL DERECHO
Carlos Manuel de Céspedes, cuando la realidad era insoportable y la dignidad humana y nacional eran pisadas por el arcaico, explotador y cruel sistema colonial, mientras muchos vacilaban, como con fuerzas tremendas, venidas de las entrañas imperfectas de la tierra, se lanzó a todo galope a conquistar la independencia a filo de machete, convencido de que con sólo 12 hombres bastan para lograr la libertad de Cuba, proclamandose Capitán General del Ejército Libertador de Cuba, mando centralizado, para asegurar el triunfo de la revolución independentista, como paso previo a la república democrática.
Ignacio Agramonte, meses después, en el potrero de Guáimaro, en la Constituyente de la primera República en Armas - ¡el Belén institucional de la Nación Cubana! -, liderando a un grupo de intelectuales liberales, se opone resueltamente a Céspedes, pretendiendo una organización institucional que garantizara no sólo la independencia de Cuba, sino la liberación de los cubanos, el sometimiento del mando militar al poder civil -¡aún en plena guerra!- y proclama el imperio de la ley, y que el soberano fuese el ciudadano.
Triunfó Agramonte, pero se perdió la guerra. Desde entonces la nación cubana, se pregunta: ¿Céspedes o Agramonte? Tanto una táctica como la otra es eficaz; todo depende de las circunstancias: Céspedes para la guerra, para la paz, Agramonte. Sin embargo los cubanos siempre hemos sufrido el desatino. En la Guerra Grande sometimos el mando de las batallas a las lentas resoluciones del parlamento de manigua y en los tiempos de paz, a que nos gobierne la manus militari.
LA CONSTITUCIÓN DE 1902
Después de treinta años de cargas al machete por la independencia de Cuba tras el tratado de Paris en 1898, en el año 1902, Cuba se dio su primera constitución en la República.
Considerada una de las más avanzadas de su tiempo, a pesar de estasr menguada por la Enmienda Platt, permitió que la población creciera de Un millón seiscientos mil al fin del siglo XIX, a cinco millones de habitantes en 1925. De una industria azucarera arrasada por la tea incendiaria de Gómez y Maceo a producir cinco millones de toneladas.
AUGE ECONÓMICO, POLÍTICO Y SOCIAL
A finales de la primera mitad del siglo xx, gracias a cierta nivelación política, dada la revolución de 1933, a las virtudes constitucionales, y paradójicamente, a la destrucción de Europa por la Segunda Guerra Mundial, que le permitió a Cuba apoderarse del mercado azucarero, por la destrucción sangrienta de la industria europea de la remolacha, se logró un auge económico, político y social sin precedentes.
La expresión jurídica de ese proceso fue la mal lograda Constitución de 1940. Fue pionera en el reconocimiento de derechos individuales, en establecer la función social; de la propiedad privada. Sin embargo, no dejó de ser el resultado de un proyecto ideológico - las ciencias como las artes no son ideologías - , por lo que le facto pragmatismo, capacidad de adaptarse a las siempre cambiantes circunstancias, por lo que fue letra muerta.
En 1959, a pesar de la guerra contra Batista, los cubanos teníamos un auto por cada 40 habitantes, el transporte público pasaba cada tres o cinco minutos en las zonas de mayor concentración de población, un teléfono por cada 38 personas, 270 estaciones de radio, 23 canales de televisión (una de ellas en colores), 27 000 empresas mayoristas (el 80% cubanas), 200 000 minoristas (85% cubanas), 2 340 establecimientos industriales con una producción de mil millones dólares y el ingreso percápita era el quinto en Latinoamérica y el treinta y uno en el mundo, según el historiador Levi Marrero.
A pesar de las virtudes institucionales, del talento y la creatividad de los cubanos, muertos los más iluminados en la contienda independentista, probada la inoportuna implantación de la ideal concepción de Agramonte en tiempos de guerra, en una era escasa en comunicaciones, imposibilitada la mayoría de los hombres de lograr la grandeza espiritual del Apóstol, probada la incapacidad de la concepción de la tripartición de poderes para evitar la corrupción administrativa, caudillos sobrevivientes comenzaron a comandar la Patria a fin de someterla a los más mezquinos intereses.
ADVERTENCIA DEL POETA SURREALISTA Y LA IGLESIA CATÓLICA
Sólo la Iglesia católica, la más vieja institución, con su sabiduría milenaria y un hombre de la sensibilidad e intuición de André Breton, poeta del surrealismo, capaz de "presentir, descubrir, oír, viajando en una guagua habanera, caminando por las calles y barrios, sintiendo la entretierra de la gente", podían prever, coincidentemente el mismo año, 1947, cuando todo el mundo estaba ciego, o no querían o no les convenía ver, que las dramáticas contradicciones que vivía La llave de Las Américas, avizoraban un desenlace tremendo. "En este país se siente venir una revolución", dijo el poeta y el Papa Pío XII, en una alocución radial al pueblo de Cuba advirtió: "Ustedes se sienten orgullosos, y con justa razón, de haber nacido en la que alguien llamó la tierra más fermosa que ojos humanos vieron, en la Perla de las Antillas. Pero en esa misma bondad del clima, en esa exuberancia y placidez se anida el peligro. Me parece ver que por el tronco altivo de la palma real, que se mece con donaire, se desliza la serpiente tentadora... Si no hay en ustedes una vida sobrenatural fuerte, la derrota será segura."
Cardenal Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, nos recordaba en su visita a Venezuela, a principios de 1995, que el Papa se daba cuenta que los cimientos de la Patria no estaban terminados de forjar, que no percibíamos los grandes desafíos de la historia, nuestra responsabilidad nacional y hemisférica.
LA REVOLUCIÓN CUBANA ANTE UN MUNDO BIPOLAR
El estado de cosas venía siendo insoportable. El cambio era una necesidad histórica. Los cubanos, creyendo más en la revolución que en la evolución, cargados de intolerancia, sin medir adecuadamente la trascendencia de los actos, fuimos a buscar la paz en una guerra manipulada por intereses ideológicos y personalistas, con sus secuelas de muerte, destrucción, odio, negación y revancha.
Un hombre audaz, instruido, de cuestionable sensibilidad, preterido, intuitivo, hijo de un patriarca desarraigado, estudioso de la obra de Mussolini, conservador de su estudiantil vocación de no perdonar a sus adversarios, capitalizó en una hazaña de cinco minutos, con el ataque al Cuartel Mancada, todo el espíritu de rebeldía de un pueblo engañado, de una intelectualidad frustrada, de una pequeña burguesía burlada, de un campesinado sin tierra, de una dignidad nacional humillada.
Ya en la Sierra Maestra capitaneando a no más de trescientos hombres, Fidel Castro logró destruir la colectiva Dirección Nacional de Movimiento 26 de Julio, encabezada por Frank País, que dirigía a los luchadores más abnegados de la clandestinidad en los llanos y ciudades, someter a toda la sociedad civil al mando de la Comandancia General - ¡con un sólo Comandante, el Comandante en Jefe! - manipular la opinión pública nacional e internacional, en un momento en que por las leyes misma de la clandestinidad, sólo los nombres de los guerrilleros podían ser conocidos, convirtiéndose en héroes nacionales indiscutibles de un día para otro, opacando el genio y el sacrificio de los que en la Habana y Santiago de Cuba, y en cada una de las ciudades del país decidían verdaderamente el camino del triunfo.
Fue una jugada hábil que le permitió nombrar Comandantes a hombres sin instrucción, cultura, historia y apenas combates, dependiendo en muchos casos de la mayor o menor incondicionalidad al Jefe y en otras, a la velada vocación marxista leninista. Esa lucha intestina que, al decir del ex-miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, Dr. Lucas Moran, le hizo expresar a Frank País, cuando ya su muerte era inminente, y se le orientó subir a las montañas: "[y]o no subo a la Sierra porque Fidel me va a fusilar o yo fusilo a Fidel, que es lo más probable." Poco tiempo después Frank País fue asesinado en cuestionable circunstancias, donde el nombre de Vilma Spin, aparece como una sombra de complicidad con los Castros.
En pocos meses Raúl Castro, comunista, era el Jefe del Segundo Frente; el Comandante Félix de la Torre, viejo comunista que ni siquiera había ido a la Sierra Maestra, fue designado Jefe del Camagüey; el Che Guevara, comunista internacional, Jefe de las Villas. En matanzas, a desprecio de muchos comandantes, el Capitán Willian Gálvez, comunista; en la Habana a Camilo Cienfuegos, comunista; y, en Pinar del Río al comandante Escalona, comunista.
Esos eran los primeros ecos del "canto" de la mañana de la Santa Ana. Así llegó el Primero de Enero, cuando ya el mundo estaba sumido en una guerra de nuevo tipo, otra guerra hemisférica. El triunfo de la revolución de 1959, en medio de la Tercera Guerra Mundial, conocida como la Guerra Fría - época en que la humanidad vivía en la asfixiante atmósfera de la paz del miedo nuclear -, el sentimiento antiimperialista de un sector importante de la sociedad, dada la existencia de un capitalismo despiadado, sin plena conciencia social, que ignoraba e impedía la vigencia de la Constitución del 40, legítimo fruto de la voluntad popular, la aspiración del partido comunista de tomar el poder e implantar la "dictadura del proletariado", - ¡sin proletarios! - las hábiles manipulaciones de la "Internacional Stalinista", junto al voluntarismo y a la vocación dictatorial de Fidel Castro, y la intolerancia de los gobernantes norteamericanos, comprometidos entonces con los gobiernos más corruptos y retrógrados del mundo, entre otras cosas, condicionaron el alineamento de Cuba al Campo Socialista, el cual tenía una concepción monista del estado y consideraba al derecho un instrumento del poder político.
Cuba salía así de su hábitat natural, su espacio histórico-cultural, el hemisferio occidental y asimilaba una concepción orientalista, inquisitiva, semifeudal, autocrática, zarista, con un poco de socialismo utópico y filosofía alemana y, por supuesto, con mucho del clásico dictador latinoamericano, cometiendo el error histórico, del que nos había advertido José Martí hace más de cien años, de copiar doctrinas y formas foráneas de gobierno.
LA CONCEPCIÓN ARCAICA DEL ESTADO Y DEL DERECHO SOCIALISTA
El Campo Socialista fundado y liderado por la entonces Unión Soviética, tenía su base en la Rusia de la Revolución de Octubre. La Rusia feudal en pleno siglo XX, que comenzaba a abrirse al modernismo cuando ya occidente se estaba despidiendo de él. La Rusia que no había recibido aún, de manera eficaz, las influencias del derecho romano, del renacimiento, del iluminismo, del movimiento enciclopédico, de la revolución industrial inglesa, y mucho menos de la revolución francesa y de la concepción tripartita de los poderes del estado, que ésta le legó al mundo en las ideas de Montesquiu, a no ser la creación de la Duma, especie de parlamento sometido, legalizador por unanimidad viciada de la muchas veces ilegítima voluntad del Zar, antecedente histórico de las mal llamadas asambleas populares de los países socialistas totalitarios.
Rusia no había conocido una Constitución. "Sólo una vez, en noviembre de 1917, hubo un parlamento votado libremente, pero sin llegar a reunirse", nos recuerda Michael Morozow, en su obra, "El caso Solzhenitsyn" El pueblo ruso carecía de una tradición de opinión pública. Sus pensadores estaban en la literatura, y sus vidas eran trágicas.
El comunismo soviético, era pues una sociedad dirigida por el Estado, que trataba de fundir todos los ámbitos en un sólo bloque monolítico e imponer una dirección común, desde la economía hasta la política y la cultura, mediante una sola institución, el Partido. El arte, la cultura, expresión real de los valores de una sociedad, se vieron aniquilados por un Estado que no permitía crear sino a favor de sus intereses políticos coyunturales.
Ese voluntarismo, esa idea fija en construir a la fuerza un paraíso en la tierra, sin Dios y los Santos y muchos menos con los Angeles, e incluso, contra ellos, la ideología comunista, su arte, se convirtió en poco tiempo en una simple cobertura de palabras, que nadie creía, una letanía retórica fatigosa que tenía un sólo valor de código, de señal un lenguaje, que la hacía carecer de significación real.
La edad moderna, cuya obertura fue el renacimiento, vivió desde la época de la palabra impresa hasta la era del lenguaje digital, desde el Siglo de las Luces hasta el Socialismo, desde el positivismo hasta el cientificismo, desde la revolución industrial hasta la revolución informática, bajo el signo del hombre que, en tanto cumbre de todo lo existente, era capaz de descubrir, definir, explicar y dominarlo todo y de convertirse en el único propietario de la verdad respecto al mundo. El Bloque Socialista, la última expresión del modernismo como era, donde se creía que el universo y el ser representaban un sistema capaz de ser explorado por completo, era además dirigido por una suma de reglas, directrices o sistemas que, se pensaba, el hombre iría dominando y orientando a su beneficio. Eran los tiempos del propósito de la sociedad ideal: el comunismo, en virtud de una doctrina (el marxismo-leninismo) que se consideraba la verdad científica, según la cual se debía organizar la vida.
"Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras - había advertido ya José Martí desde el siglo pasado -: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados."
Ya en 1887, John Rae, en su libro Contemporary Socialism (obra de consulta de José Martí) expresaba "El comunismo lleva a todo lo contrario de lo que pretende alcanzar; busca igualdad y concluye en la desigualdad, busca la supresión de los monopolios y crea un nuevo monopolio, busca aumentar la felicidad humana y en realidad la reduce. Es una utopía, y ? por qué es una utopía? ... Porque la mayor igualdad y la mayor libertad posible sólo pueden lograrse juntas"
La caída del muro de Berlín significa pues, no sólo la derrota del campo socialista (marxista-leninista) en la Guerra Fría, la victoria de los valores occidentales en el planeta, sino el agotamiento de la era moderna, la era de los mitos, las ideologías, los partidos de políticas doctrinarias, aspirantes a la "toma del poder", y el inicio de una era de circulación
de ideas, información, concertaciones, una era sin fronteras, sin distancias, de internacionalización de los procesos productivos y de la soberanía de los individuos; la posmodernidad.
CUBA: UN PAÍS SIN CONSTITUCIÓN
Una constitución es la ley fundamental de un país, mediante la cual, las sociedades modernas definen la orientación política del estado, se establecen las competencias supremas y los derechos fundamentales de los individuos, que tienen su raíz en el derecho natural. Es la creadora y mantenedora de una unidad sociopolítico.
Son el instrumento jurídico superior para controlar los abusos históricos del poder. Un mecanismo de control de excesos. Nace para organizar un estado. Limita los excesos de los distintos poderes, dividiendolos, mediante el mecanismo de frenos y contrapesos.
Sin embargo, la mal llamada Constitución Socialista de 1976 de Cuba, se encarga en negar su propio valor de ley suprema cuando en su articulo cinco consagra su concepción monistas, la subordinación de todos los poderes del estado, la sociedad y los individuo particulares a las decisiones del Partido Comunista.
De modo que la ley fundamental de Cuba no es su Constitución, sino los estatutos del Partido, los acuerdos del Congreso del Partido, su Comite Central y sobre todo, las ordenes de su Primer Secretario, el Comandante en Jefe.
UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL ESTADO Y EL DERECHO CUBANOS
La misma naturaleza de la conquista, el hecho de la implantación violenta del estado, como medio de saqueo y sojuzgamiento, la inexistencia de una tradición de derechos individuales y de sistemas de justicia verdaderamente independientes, donde pudieran imperar los valores de la ley, minaron las bases de futuras sociedades democráticas en toda América Latina.
Nuestros estados y derechos no son el producto de esfuerzos propios a fin de organizar la vida publica, sino violentas implantaciones foráneas de modelos de explotación y dominio. De ahí la falta del espíritu de servicio publico, imponiendose siempre las voluntades heroicas y/o los criminales ejercicios del poder.
En consecuencia, para Cuba, como en toda Latinoamérica el concepto occidental de la Tripartición de Poderes ha resultado insuficiente. La corrupción de los funcionarios y el nepotismo ha sido la verdad histórica. El país necesita un sistema de pesos y contrapesos institucionales, donde cada cuerpo sea elegido por la voluntad soberana de los ciudadanos, a fin de que garantice la pulcritud en el manejo de la cosa pública y garantice los derechos de los ciudadanos y que el Jefe de estado no gobierne a fin de que no disfrute de concentración de poderes:
1) PODER JUDICAL.
El Poder Judicial. Su función debe ser impartir justicia, interpretar las leyes y velar por la constitucionalidad de las mismas, así como la de los demás actos de cualquiera de los poderes del estado. Beberá tener profesionales de carreras y otros elegido por los ciudadanos, a fin de que exista un balance entre funcionarios que deben responderle al pueblo directamente y aquellos que deben ejercer su magisterio sin tener que estar atento a las coyunturas económicas, políticas y sociales.
2) PODER LEGISLATIVO
El poder legislativo deberá ser elegido democráticamente por la voluntad ciudadana y sus funciones serán legislar e investigar a los fines legislativos.
3) PODER EJECUTIVO
El Poder Ejecutivo, será el encargado de desarrollar la obra de gobierno, dentro de los marcos institucionales y legales vigentes.
4) PODER FISCAL
El poder Fiscal deberá ser un garante de la legalidad. Velar por la pulcritud de la administración pública y los derechos de los ciudadanos. Deberá auditar, controlar, fiscalizar y encausar a personas naturales y jurídicas.
5) PODER ELECTORAL.
El Poder Electoral será el encargado de certificar a cada funcionario en el puesto que ha ganado por oposición, en virtud de un mejor derecho, o para el que ha sido elegido en virtud de la voluntad ciudadana. Debe ser una garantía en contra del nepotismo, las influencia y la incapacidad.
UN PRESIDENTE QUE NO GOBIERNE
A fin de evitar la concentración de poderes en una persona, que lo puedan convertir en determinadas circunstancias históricas y otro de nuestros dictadores, el Presidente de la República, deberá representar al país como Jefe de Estado, pero no gobernará, función que, como antes expresamos, recaerá en el Jefe del Poder Ejecutivo.
La humanidad ha conocido dos concepciones clásicas de la sociedad, el estado y el derecho: la concepción oriental, que ha seguido un desarrollo colectivo, colectivizante, de hombres que de servidores de la sociedad han devenido en servidos por los pueblos, cuyos más claros ejemplos lo han sido, a través de la historia, los regímenes despóticos de Egipto, Mesopotamia y La China, en la antigüedad, y en la era moderna los gobiernos totalitarios de Europa del Este; y la concepción occidental, que no sólo fue un hecho militar, una fuerza política, sino un movimiento civilizador, creador de humanidad, de sociabilidad, de vida en común, que ya en la antigüedad había disfrutado de una unidad estructural; la que le ofreció el imperio romano, el derecho romano, y que llegó a tener por más de mil años la esencia de toda una cultura en un idioma común; el latín, y una espiritualidad en la cristiandad, donde el soberano es el hombre porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza.
Cuba, como todas Las Américas es producto de eso que se ha venido en llamar mundo occidental. Sin embargo, la invasión mora a España y el proceso de la reconquista provocó una bifurcación en occidente. Por un lado lo que conocemos como el Derecho Común - con su tradición de respeto a los derechos individuales, de frenos a los poderes del estado y la independencia de la judicatura, desde la Carta de Juan Sin Tierras en Inglaterra, que se entendió a las Trece Colonias de América del Norte.- y la tradición latina.
En España, la Carta de Las Cortes de León de 1188, que para muchos estudiosos significa el primer antecedente de lo que conocemos como constitución, que consagraba también derechos individuales y limitaba las facultades del Monarca, resultó letra muerta, dada herencia de las necesarias concentraciones de poder en el proceso de reconquista y a la misma concepción autocrática que la invasión mora había impregnado en la sociedad española.
CONQUISTA E IMPLANTACIÓN DEL ESTADO Y EL DERECHO EN CUBA
El desarrollo científico del siglo XV, le permitió al Viejo Continente, "buscar nuevas rutas para el comercio" por lo que en 1492, el más iluminado de los almirantes vio la tierra más fermosa que ojos humanos han visto. Colón, el precursor de la cristianización de América - a costa del sacrificio de los nativos y sus valores - había expresado su intención de coronarse virrey de las nuevas tierras. Y, en su diario escribió la palabra oro 139 veces y la palabra Dios o la frase Nuestro Señor sólo 51, y el 27 de noviembre de 1492 consignaba: "tendrá la cristiandad negocio en ella".
Abierto el camino por Cristóbal Colón, se apareció, tras su ruta, en 1512, por el oriente del largo lagarto verde, Diego Velázquez, capitaneando a trescientos hombres, los que, por sus procederes, santos y señas más bien reflejaban venir de las entrañas dantescas de las cárceles de la época (sin menospreciar a algunas de las de nuestro tiempo) que de un puerto de la Española - nombre que le daban entonces los conquistadores a la original Quisqueya, hoy la hermana República Dominicana-.
A fuerza de fuego, espada, enfermedades y muerte implantaron -diz que en el nombre de Dios-, una sociedad, estado y un derecho extraños, culminantes de una realidad foránea especialísima, que la -¡siempre!- isla de Cuba no vivía. Fue una sociedad apenas sin elementos, un estado y un derecho precarios, donde se confundían las potestades políticas, militares y en algunos casos las judiciales, en los mismos funcionarios y que, trescientos años después, en los albores del siglo XIX, se mantenía con insignificantes variaciones. No fue hasta el año 1812, en que al darle las Cortes de Cádiz una constitución a la península que se extendió a la isla, Cuba no contó con una carta magna, en el sentido moderno de la palabra, creadora de supremas instituciones.
GUÁIMARO: DOS CONCEPCIONES DEL ESTADO Y EL DERECHO
Carlos Manuel de Céspedes, cuando la realidad era insoportable y la dignidad humana y nacional eran pisadas por el arcaico, explotador y cruel sistema colonial, mientras muchos vacilaban, como con fuerzas tremendas, venidas de las entrañas imperfectas de la tierra, se lanzó a todo galope a conquistar la independencia a filo de machete, convencido de que con sólo 12 hombres bastan para lograr la libertad de Cuba, proclamandose Capitán General del Ejército Libertador de Cuba, mando centralizado, para asegurar el triunfo de la revolución independentista, como paso previo a la república democrática.
Ignacio Agramonte, meses después, en el potrero de Guáimaro, en la Constituyente de la primera República en Armas - ¡el Belén institucional de la Nación Cubana! -, liderando a un grupo de intelectuales liberales, se opone resueltamente a Céspedes, pretendiendo una organización institucional que garantizara no sólo la independencia de Cuba, sino la liberación de los cubanos, el sometimiento del mando militar al poder civil -¡aún en plena guerra!- y proclama el imperio de la ley, y que el soberano fuese el ciudadano.
Triunfó Agramonte, pero se perdió la guerra. Desde entonces la nación cubana, se pregunta: ¿Céspedes o Agramonte? Tanto una táctica como la otra es eficaz; todo depende de las circunstancias: Céspedes para la guerra, para la paz, Agramonte. Sin embargo los cubanos siempre hemos sufrido el desatino. En la Guerra Grande sometimos el mando de las batallas a las lentas resoluciones del parlamento de manigua y en los tiempos de paz, a que nos gobierne la manus militari.
LA CONSTITUCIÓN DE 1902
Después de treinta años de cargas al machete por la independencia de Cuba tras el tratado de Paris en 1898, en el año 1902, Cuba se dio su primera constitución en la República.
Considerada una de las más avanzadas de su tiempo, a pesar de estasr menguada por la Enmienda Platt, permitió que la población creciera de Un millón seiscientos mil al fin del siglo XIX, a cinco millones de habitantes en 1925. De una industria azucarera arrasada por la tea incendiaria de Gómez y Maceo a producir cinco millones de toneladas.
AUGE ECONÓMICO, POLÍTICO Y SOCIAL
A finales de la primera mitad del siglo xx, gracias a cierta nivelación política, dada la revolución de 1933, a las virtudes constitucionales, y paradójicamente, a la destrucción de Europa por la Segunda Guerra Mundial, que le permitió a Cuba apoderarse del mercado azucarero, por la destrucción sangrienta de la industria europea de la remolacha, se logró un auge económico, político y social sin precedentes.
La expresión jurídica de ese proceso fue la mal lograda Constitución de 1940. Fue pionera en el reconocimiento de derechos individuales, en establecer la función social; de la propiedad privada. Sin embargo, no dejó de ser el resultado de un proyecto ideológico - las ciencias como las artes no son ideologías - , por lo que le facto pragmatismo, capacidad de adaptarse a las siempre cambiantes circunstancias, por lo que fue letra muerta.
En 1959, a pesar de la guerra contra Batista, los cubanos teníamos un auto por cada 40 habitantes, el transporte público pasaba cada tres o cinco minutos en las zonas de mayor concentración de población, un teléfono por cada 38 personas, 270 estaciones de radio, 23 canales de televisión (una de ellas en colores), 27 000 empresas mayoristas (el 80% cubanas), 200 000 minoristas (85% cubanas), 2 340 establecimientos industriales con una producción de mil millones dólares y el ingreso percápita era el quinto en Latinoamérica y el treinta y uno en el mundo, según el historiador Levi Marrero.
A pesar de las virtudes institucionales, del talento y la creatividad de los cubanos, muertos los más iluminados en la contienda independentista, probada la inoportuna implantación de la ideal concepción de Agramonte en tiempos de guerra, en una era escasa en comunicaciones, imposibilitada la mayoría de los hombres de lograr la grandeza espiritual del Apóstol, probada la incapacidad de la concepción de la tripartición de poderes para evitar la corrupción administrativa, caudillos sobrevivientes comenzaron a comandar la Patria a fin de someterla a los más mezquinos intereses.
ADVERTENCIA DEL POETA SURREALISTA Y LA IGLESIA CATÓLICA
Sólo la Iglesia católica, la más vieja institución, con su sabiduría milenaria y un hombre de la sensibilidad e intuición de André Breton, poeta del surrealismo, capaz de "presentir, descubrir, oír, viajando en una guagua habanera, caminando por las calles y barrios, sintiendo la entretierra de la gente", podían prever, coincidentemente el mismo año, 1947, cuando todo el mundo estaba ciego, o no querían o no les convenía ver, que las dramáticas contradicciones que vivía La llave de Las Américas, avizoraban un desenlace tremendo. "En este país se siente venir una revolución", dijo el poeta y el Papa Pío XII, en una alocución radial al pueblo de Cuba advirtió: "Ustedes se sienten orgullosos, y con justa razón, de haber nacido en la que alguien llamó la tierra más fermosa que ojos humanos vieron, en la Perla de las Antillas. Pero en esa misma bondad del clima, en esa exuberancia y placidez se anida el peligro. Me parece ver que por el tronco altivo de la palma real, que se mece con donaire, se desliza la serpiente tentadora... Si no hay en ustedes una vida sobrenatural fuerte, la derrota será segura."
Cardenal Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, nos recordaba en su visita a Venezuela, a principios de 1995, que el Papa se daba cuenta que los cimientos de la Patria no estaban terminados de forjar, que no percibíamos los grandes desafíos de la historia, nuestra responsabilidad nacional y hemisférica.
LA REVOLUCIÓN CUBANA ANTE UN MUNDO BIPOLAR
El estado de cosas venía siendo insoportable. El cambio era una necesidad histórica. Los cubanos, creyendo más en la revolución que en la evolución, cargados de intolerancia, sin medir adecuadamente la trascendencia de los actos, fuimos a buscar la paz en una guerra manipulada por intereses ideológicos y personalistas, con sus secuelas de muerte, destrucción, odio, negación y revancha.
Un hombre audaz, instruido, de cuestionable sensibilidad, preterido, intuitivo, hijo de un patriarca desarraigado, estudioso de la obra de Mussolini, conservador de su estudiantil vocación de no perdonar a sus adversarios, capitalizó en una hazaña de cinco minutos, con el ataque al Cuartel Mancada, todo el espíritu de rebeldía de un pueblo engañado, de una intelectualidad frustrada, de una pequeña burguesía burlada, de un campesinado sin tierra, de una dignidad nacional humillada.
Ya en la Sierra Maestra capitaneando a no más de trescientos hombres, Fidel Castro logró destruir la colectiva Dirección Nacional de Movimiento 26 de Julio, encabezada por Frank País, que dirigía a los luchadores más abnegados de la clandestinidad en los llanos y ciudades, someter a toda la sociedad civil al mando de la Comandancia General - ¡con un sólo Comandante, el Comandante en Jefe! - manipular la opinión pública nacional e internacional, en un momento en que por las leyes misma de la clandestinidad, sólo los nombres de los guerrilleros podían ser conocidos, convirtiéndose en héroes nacionales indiscutibles de un día para otro, opacando el genio y el sacrificio de los que en la Habana y Santiago de Cuba, y en cada una de las ciudades del país decidían verdaderamente el camino del triunfo.
Fue una jugada hábil que le permitió nombrar Comandantes a hombres sin instrucción, cultura, historia y apenas combates, dependiendo en muchos casos de la mayor o menor incondicionalidad al Jefe y en otras, a la velada vocación marxista leninista. Esa lucha intestina que, al decir del ex-miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, Dr. Lucas Moran, le hizo expresar a Frank País, cuando ya su muerte era inminente, y se le orientó subir a las montañas: "[y]o no subo a la Sierra porque Fidel me va a fusilar o yo fusilo a Fidel, que es lo más probable." Poco tiempo después Frank País fue asesinado en cuestionable circunstancias, donde el nombre de Vilma Spin, aparece como una sombra de complicidad con los Castros.
En pocos meses Raúl Castro, comunista, era el Jefe del Segundo Frente; el Comandante Félix de la Torre, viejo comunista que ni siquiera había ido a la Sierra Maestra, fue designado Jefe del Camagüey; el Che Guevara, comunista internacional, Jefe de las Villas. En matanzas, a desprecio de muchos comandantes, el Capitán Willian Gálvez, comunista; en la Habana a Camilo Cienfuegos, comunista; y, en Pinar del Río al comandante Escalona, comunista.
Esos eran los primeros ecos del "canto" de la mañana de la Santa Ana. Así llegó el Primero de Enero, cuando ya el mundo estaba sumido en una guerra de nuevo tipo, otra guerra hemisférica. El triunfo de la revolución de 1959, en medio de la Tercera Guerra Mundial, conocida como la Guerra Fría - época en que la humanidad vivía en la asfixiante atmósfera de la paz del miedo nuclear -, el sentimiento antiimperialista de un sector importante de la sociedad, dada la existencia de un capitalismo despiadado, sin plena conciencia social, que ignoraba e impedía la vigencia de la Constitución del 40, legítimo fruto de la voluntad popular, la aspiración del partido comunista de tomar el poder e implantar la "dictadura del proletariado", - ¡sin proletarios! - las hábiles manipulaciones de la "Internacional Stalinista", junto al voluntarismo y a la vocación dictatorial de Fidel Castro, y la intolerancia de los gobernantes norteamericanos, comprometidos entonces con los gobiernos más corruptos y retrógrados del mundo, entre otras cosas, condicionaron el alineamento de Cuba al Campo Socialista, el cual tenía una concepción monista del estado y consideraba al derecho un instrumento del poder político.
Cuba salía así de su hábitat natural, su espacio histórico-cultural, el hemisferio occidental y asimilaba una concepción orientalista, inquisitiva, semifeudal, autocrática, zarista, con un poco de socialismo utópico y filosofía alemana y, por supuesto, con mucho del clásico dictador latinoamericano, cometiendo el error histórico, del que nos había advertido José Martí hace más de cien años, de copiar doctrinas y formas foráneas de gobierno.
LA CONCEPCIÓN ARCAICA DEL ESTADO Y DEL DERECHO SOCIALISTA
El Campo Socialista fundado y liderado por la entonces Unión Soviética, tenía su base en la Rusia de la Revolución de Octubre. La Rusia feudal en pleno siglo XX, que comenzaba a abrirse al modernismo cuando ya occidente se estaba despidiendo de él. La Rusia que no había recibido aún, de manera eficaz, las influencias del derecho romano, del renacimiento, del iluminismo, del movimiento enciclopédico, de la revolución industrial inglesa, y mucho menos de la revolución francesa y de la concepción tripartita de los poderes del estado, que ésta le legó al mundo en las ideas de Montesquiu, a no ser la creación de la Duma, especie de parlamento sometido, legalizador por unanimidad viciada de la muchas veces ilegítima voluntad del Zar, antecedente histórico de las mal llamadas asambleas populares de los países socialistas totalitarios.
Rusia no había conocido una Constitución. "Sólo una vez, en noviembre de 1917, hubo un parlamento votado libremente, pero sin llegar a reunirse", nos recuerda Michael Morozow, en su obra, "El caso Solzhenitsyn" El pueblo ruso carecía de una tradición de opinión pública. Sus pensadores estaban en la literatura, y sus vidas eran trágicas.
El comunismo soviético, era pues una sociedad dirigida por el Estado, que trataba de fundir todos los ámbitos en un sólo bloque monolítico e imponer una dirección común, desde la economía hasta la política y la cultura, mediante una sola institución, el Partido. El arte, la cultura, expresión real de los valores de una sociedad, se vieron aniquilados por un Estado que no permitía crear sino a favor de sus intereses políticos coyunturales.
Ese voluntarismo, esa idea fija en construir a la fuerza un paraíso en la tierra, sin Dios y los Santos y muchos menos con los Angeles, e incluso, contra ellos, la ideología comunista, su arte, se convirtió en poco tiempo en una simple cobertura de palabras, que nadie creía, una letanía retórica fatigosa que tenía un sólo valor de código, de señal un lenguaje, que la hacía carecer de significación real.
La edad moderna, cuya obertura fue el renacimiento, vivió desde la época de la palabra impresa hasta la era del lenguaje digital, desde el Siglo de las Luces hasta el Socialismo, desde el positivismo hasta el cientificismo, desde la revolución industrial hasta la revolución informática, bajo el signo del hombre que, en tanto cumbre de todo lo existente, era capaz de descubrir, definir, explicar y dominarlo todo y de convertirse en el único propietario de la verdad respecto al mundo. El Bloque Socialista, la última expresión del modernismo como era, donde se creía que el universo y el ser representaban un sistema capaz de ser explorado por completo, era además dirigido por una suma de reglas, directrices o sistemas que, se pensaba, el hombre iría dominando y orientando a su beneficio. Eran los tiempos del propósito de la sociedad ideal: el comunismo, en virtud de una doctrina (el marxismo-leninismo) que se consideraba la verdad científica, según la cual se debía organizar la vida.
"Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras - había advertido ya José Martí desde el siglo pasado -: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, y el de la soberbia y rabia disimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados."
Ya en 1887, John Rae, en su libro Contemporary Socialism (obra de consulta de José Martí) expresaba "El comunismo lleva a todo lo contrario de lo que pretende alcanzar; busca igualdad y concluye en la desigualdad, busca la supresión de los monopolios y crea un nuevo monopolio, busca aumentar la felicidad humana y en realidad la reduce. Es una utopía, y ? por qué es una utopía? ... Porque la mayor igualdad y la mayor libertad posible sólo pueden lograrse juntas"
La caída del muro de Berlín significa pues, no sólo la derrota del campo socialista (marxista-leninista) en la Guerra Fría, la victoria de los valores occidentales en el planeta, sino el agotamiento de la era moderna, la era de los mitos, las ideologías, los partidos de políticas doctrinarias, aspirantes a la "toma del poder", y el inicio de una era de circulación
de ideas, información, concertaciones, una era sin fronteras, sin distancias, de internacionalización de los procesos productivos y de la soberanía de los individuos; la posmodernidad.
CUBA: UN PAÍS SIN CONSTITUCIÓN
Una constitución es la ley fundamental de un país, mediante la cual, las sociedades modernas definen la orientación política del estado, se establecen las competencias supremas y los derechos fundamentales de los individuos, que tienen su raíz en el derecho natural. Es la creadora y mantenedora de una unidad sociopolítico.
Son el instrumento jurídico superior para controlar los abusos históricos del poder. Un mecanismo de control de excesos. Nace para organizar un estado. Limita los excesos de los distintos poderes, dividiendolos, mediante el mecanismo de frenos y contrapesos.
Sin embargo, la mal llamada Constitución Socialista de 1976 de Cuba, se encarga en negar su propio valor de ley suprema cuando en su articulo cinco consagra su concepción monistas, la subordinación de todos los poderes del estado, la sociedad y los individuo particulares a las decisiones del Partido Comunista.
De modo que la ley fundamental de Cuba no es su Constitución, sino los estatutos del Partido, los acuerdos del Congreso del Partido, su Comite Central y sobre todo, las ordenes de su Primer Secretario, el Comandante en Jefe.
UNA NUEVA CONCEPCIÓN DEL ESTADO Y EL DERECHO CUBANOS
La misma naturaleza de la conquista, el hecho de la implantación violenta del estado, como medio de saqueo y sojuzgamiento, la inexistencia de una tradición de derechos individuales y de sistemas de justicia verdaderamente independientes, donde pudieran imperar los valores de la ley, minaron las bases de futuras sociedades democráticas en toda América Latina.
Nuestros estados y derechos no son el producto de esfuerzos propios a fin de organizar la vida publica, sino violentas implantaciones foráneas de modelos de explotación y dominio. De ahí la falta del espíritu de servicio publico, imponiendose siempre las voluntades heroicas y/o los criminales ejercicios del poder.
En consecuencia, para Cuba, como en toda Latinoamérica el concepto occidental de la Tripartición de Poderes ha resultado insuficiente. La corrupción de los funcionarios y el nepotismo ha sido la verdad histórica. El país necesita un sistema de pesos y contrapesos institucionales, donde cada cuerpo sea elegido por la voluntad soberana de los ciudadanos, a fin de que garantice la pulcritud en el manejo de la cosa pública y garantice los derechos de los ciudadanos y que el Jefe de estado no gobierne a fin de que no disfrute de concentración de poderes:
1) PODER JUDICAL.
El Poder Judicial. Su función debe ser impartir justicia, interpretar las leyes y velar por la constitucionalidad de las mismas, así como la de los demás actos de cualquiera de los poderes del estado. Beberá tener profesionales de carreras y otros elegido por los ciudadanos, a fin de que exista un balance entre funcionarios que deben responderle al pueblo directamente y aquellos que deben ejercer su magisterio sin tener que estar atento a las coyunturas económicas, políticas y sociales.
2) PODER LEGISLATIVO
El poder legislativo deberá ser elegido democráticamente por la voluntad ciudadana y sus funciones serán legislar e investigar a los fines legislativos.
3) PODER EJECUTIVO
El Poder Ejecutivo, será el encargado de desarrollar la obra de gobierno, dentro de los marcos institucionales y legales vigentes.
4) PODER FISCAL
El poder Fiscal deberá ser un garante de la legalidad. Velar por la pulcritud de la administración pública y los derechos de los ciudadanos. Deberá auditar, controlar, fiscalizar y encausar a personas naturales y jurídicas.
5) PODER ELECTORAL.
El Poder Electoral será el encargado de certificar a cada funcionario en el puesto que ha ganado por oposición, en virtud de un mejor derecho, o para el que ha sido elegido en virtud de la voluntad ciudadana. Debe ser una garantía en contra del nepotismo, las influencia y la incapacidad.
UN PRESIDENTE QUE NO GOBIERNE
A fin de evitar la concentración de poderes en una persona, que lo puedan convertir en determinadas circunstancias históricas y otro de nuestros dictadores, el Presidente de la República, deberá representar al país como Jefe de Estado, pero no gobernará, función que, como antes expresamos, recaerá en el Jefe del Poder Ejecutivo.