El actual ministro de Cultura chileno relata cómo fue su ruptura con la izquierda y cuánto influyó en ello haber conocido a fondo las entrañas del socialismo en La Habana.
septiembre 27, 2013
El escritor y ministro de Cultura de Chile, Roberto Ampuero, lamentó haber creído a “pie juntillas que el socialismo era la panacea para todos los males, y que generaba justicia, verdadera democracia, igualdad y prosperidad”.
En un seminario impartido en Chile y titulado "Por qué fracasan los países: el origen del poder, la prosperidad y la pobreza”, Ampuero pronunció un discurso tras el cual fue ovacionado y que es reproducido este viernes íntegramente por el diario El Mercurio.
Refiriéndose a las circunstacias que rodearon el golpe militar de 1973 en su país, dijo que Chile “no era el peor país de la región, ni su situación, la más desesperada” ni tampoco había una “una mayoría para realizar cambios profundos en favor de un sistema radicalmente diferente al que teníamos”.
Explicó que “la confrontación entre una minoría de izquierdas, que aspiraba a un Chile socialista, y una mayoría conformada por el centro y la derecha, opuestas a ello, condujo a la división. A la pérdida del diálogo, al desastre económico y al quiebre nacional y, finalmente, a la irrupción de la dictadura (…) Echamos a Chile por la borda”.
Pero para entonces “pese a la sangrienta represión comunista en Berlín Este en 1953, en Hungría en 1956 y en Praga en 1968—dijo—, el socialismo inspiraba de forma directa o indirecta a millones en todo el mundo”.
Sin embargo, señaló que de repente la meta radical en la que creía la izquierda “adquirió, desde el poder político, un obsesivo sentido de urgencia y la solidez de un dogma irrefutable (…) azuzó odios, sembró intolerancia y despertó la peor parte de nosotros (…) y posibilitó una división que no quiero volver a ver nunca más en mi país”.
Fue en esa época, dijo, que muchas cosas le “impresionaron en Cuba”, una de ellas ver las residencias en Miramar, el Laguito y el Vedado de quienes fueron expulsados del país y que luego terminaron siendo de “la nueva nomenclatura revolucionaria”.
En un seminario impartido en Chile y titulado "Por qué fracasan los países: el origen del poder, la prosperidad y la pobreza”, Ampuero pronunció un discurso tras el cual fue ovacionado y que es reproducido este viernes íntegramente por el diario El Mercurio.
Refiriéndose a las circunstacias que rodearon el golpe militar de 1973 en su país, dijo que Chile “no era el peor país de la región, ni su situación, la más desesperada” ni tampoco había una “una mayoría para realizar cambios profundos en favor de un sistema radicalmente diferente al que teníamos”.
Explicó que “la confrontación entre una minoría de izquierdas, que aspiraba a un Chile socialista, y una mayoría conformada por el centro y la derecha, opuestas a ello, condujo a la división. A la pérdida del diálogo, al desastre económico y al quiebre nacional y, finalmente, a la irrupción de la dictadura (…) Echamos a Chile por la borda”.
Pero para entonces “pese a la sangrienta represión comunista en Berlín Este en 1953, en Hungría en 1956 y en Praga en 1968—dijo—, el socialismo inspiraba de forma directa o indirecta a millones en todo el mundo”.
Sin embargo, señaló que de repente la meta radical en la que creía la izquierda “adquirió, desde el poder político, un obsesivo sentido de urgencia y la solidez de un dogma irrefutable (…) azuzó odios, sembró intolerancia y despertó la peor parte de nosotros (…) y posibilitó una división que no quiero volver a ver nunca más en mi país”.
Fue en esa época, dijo, que muchas cosas le “impresionaron en Cuba”, una de ellas ver las residencias en Miramar, el Laguito y el Vedado de quienes fueron expulsados del país y que luego terminaron siendo de “la nueva nomenclatura revolucionaria”.
ni pinochetismo ni socialismo para Chile. No hay dictaduras justificables...
La imagen que percibió fue la de “un traumático quiebre nacional y de la pérdida de diálogo y de la diversidad de una nación (…) Lo que uno sentía allí era el silencio, la desaparición de un relato de muchos seres humanos que, por las razones que fuesen, habían dejado de tener la legitimidad para seguir habitando la tierra donde habían nacido”.
Ampuero relató que fue en La Habana, en 1976 que renunció al socialismo “después de conocerlo a fondo, tanto en su dimensión económica y social como cultural y de libertad individual. Mi conclusión entonces fue básica: ni pinochetismo ni socialismo para Chile. No hay dictaduras justificables”.
Según él, no pudo seguir soportando “una contradicción profunda e ineludible: la justa demanda para Chile en favor de elecciones libres, derechos humanos, libertad de expresión, pluripartidismo, libre desplazamiento, fin de la policía política y del exilio, por un lado, y la justificación de los regímenes totalitarios de izquierda, por otro”.
El ministro subrayó haber captado pronto que “todas esas demandas tan justas que planteábamos para construir un Chile democrático, ya sea en actos políticos en la isla o detrás del Muro, no podíamos repetirlas en las calles de La Habana o Berlín Oriental porque se volvían provocadoras y atentaban contra el Estado socialista y su partido único, le hacían el juego al imperialismo, e implicaban pasarse a las filas del enemigo”.
Ampuero relató que fue en La Habana, en 1976 que renunció al socialismo “después de conocerlo a fondo, tanto en su dimensión económica y social como cultural y de libertad individual. Mi conclusión entonces fue básica: ni pinochetismo ni socialismo para Chile. No hay dictaduras justificables”.
Según él, no pudo seguir soportando “una contradicción profunda e ineludible: la justa demanda para Chile en favor de elecciones libres, derechos humanos, libertad de expresión, pluripartidismo, libre desplazamiento, fin de la policía política y del exilio, por un lado, y la justificación de los regímenes totalitarios de izquierda, por otro”.
El ministro subrayó haber captado pronto que “todas esas demandas tan justas que planteábamos para construir un Chile democrático, ya sea en actos políticos en la isla o detrás del Muro, no podíamos repetirlas en las calles de La Habana o Berlín Oriental porque se volvían provocadoras y atentaban contra el Estado socialista y su partido único, le hacían el juego al imperialismo, e implicaban pasarse a las filas del enemigo”.
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