jueves, 28 de abril de 2011

CUBA Y EL CONGRESO DEL PARTIDO COMUNISTA
Por: María I. Faguaga Iglesias
Historiadora y Antropóloga

Como en la época colonial, el actual gobierno de la Isla no está en condiciones ni en tiempo de reformularse a sí, de llevar adelante la reestructuración política, económica, cultural…social, indispensable en la actual situación de estancamiento de la sociedad cubana. El último discurso del general-presidente de la República, Raúl Castro Ruz, evidencia que no existen soluciones, sino fórmulas que procuran la sobrevivencia de la actual dirigencia, especialmente de sus cuadros al más alto nivel, los autodenominados “históricos”.

Presentando su informe ante el Congreso, en lo cual se extendiera más de dos horas, iniciaba la más importante cita del Partido Comunista por primera ocasión sin la presencia de su secretario general, Fidel Castro Ruz, llevado al escenario en las constantes citas de su hermano, y sin que se explicara su ausencia.

Con unas nuevas generaciones que casi en exclusiva ponen la mira y depositan esperanzas en su posible emigración, es interesantemente sarcástica, impúdica y punzante la insistencia en dedicar la cita a los jóvenes, incluso admitiéndose que no ha sido preparado el relevo de este gobierno que insiste en autodenominarse “Revolución”, al tiempo que ejecuta constantes movimientos contra el legítimo desarrollo social, devorando a las fuerzas vivas de la nación.

Parecíamos sospechosos de apatía, de impertinencia o de pesimismo quienes no creíamos en las malamente teatrales puestas en escena de las “discusiones” de los lineamientos partidistas que, finalmente, serían discutidos en este séptimo Congreso. El discurso escuchado demostró que, lamentablemente, no había motivos para la esperanza. Los esparcidos augurios del reconocimiento de la pluralidad política quedaron rotunda y claramente rechazados. El destaque realizado en el informe, referente a retomar el leninismo, parecía un mal toque de extemporaneidad histórica, explicitaba una total incomprensión del eclecticismo ideológico del cubano, así como un provocativo y muy inconveniente capricho ideológico.

Se sabía que, en reiteradas ocasiones, los participantes en las previas discusiones de los lineamientos, escenificaciones ahora reconocidas por la prensa nacional como “amplio ejercicio de democracia”, intentaron hacer planteamientos fundamentales, como el de las asimetrías etno-raciales y de la discriminación racial antinegra, siendo acallados y atacados con la argumentación de que no entendían la situación del país o de que esos no eran planteamientos de interés nacional. Ahora afirma el general que importa el planteamiento de un solo ciudadano; en la práctica, no obstante, no se nos permite la actuación con responsabilidad ciudadana.

CASTRISMO PARA LA ERA POSTCASTRO

El reconocimiento de que no han sido cumplidos los acuerdos tomados en los anteriores congresos, que suman nada menos que seis, es, hay que coincidir con el general, una “vergüenza”. Pero a una población harta de periódicas autocríticas que la han ido transformando en descreída por antonomasia, no se le reconoce siquiera el derecho al cuestionamiento de esa ineficiente dirigencia, mucho menos se le concede el derecho a exigir su renuncia ni se le proporciona la satisfacción de obtenerla por voluntad de los propios dirigentes.

Los límites ahora impuestos, de dos períodos de cinco años, para el mantenimiento en sus puestos de los dirigentes en los niveles medios e inferiores, apenas representan una toma de oxígeno autosuministrado. Con promedio superior a los setenta y cinco años, muchos no esperan que estén los hermanos Castro Ruz y muchos de sus adeptos en condiciones de gobernar por un lapsus superior, aunque esos límites no les contemplan.

Con alrededor de ochenta años, cincuenta y dos de estos en el poder, es un cuadro patético ver y escuchar a unos dirigentes anunciándonos que pese a su demostrada y públicamente reconocida ineficiencia, nos robarán al menos diez años más de nuestras vidas, de lo que debería ser el de cursar natural de la sociedad a la que atrofian. Sus patológicos comportamientos se nos revelan desmesurados e insultantes, antinaturales y antinacionales.

El séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba, entre las sombras de la caótica situación cubana, aparece como la preparación de la postergación del castrismo en la “era postCastro”, no como serios intentos de preparación de la sociedad para aprender a vivir en democracia. Casi nos lo decía el general Castro cuando mencionaba, que hará falta al menos cinco años, para que se comiencen a ver los resultados de las reformas que ahora inicien su implementación.

Y casi parecía hacer el público e incoherente testamento político, de quienes de su generación se han apropiado y distorsionado el destino de la nación, haciéndonos desde el recuento histórico hasta detenerse en la posibilidad siempre presente de la mortalidad. Este es juego que vienen escenificando desde los últimos años de un Fidel Castro todavía vigoroso y omnipresente, todavía presidente. Juego con el cual, apelando a la misericordia de aquellos a quienes explotan y someten, ganan tiempo. Es el juego del Cristianismo, no del liberador, sino del pasivo e hipócrita, ese que pide a los desfavorecidos poner la otra mejilla.

EL GENERAL CASTRO RUZ: ATEIZANTE, MACROECUMÉNICO Y ANTINEGRO

Tal vez por aquello de las recapitulaciones de vidas, de momento vimos a un general ateo defensor del Cristianismo, buscando puntos comunes a este sistema religioso y al Comunismo, sacándonos de debajo de su larga manga de blanca guayabera, cual paloma presentada por un mago, al presbítero Félix Varela. ¿Alusión al posicionamiento recientemente dado a la jerarquía de la Iglesia católico-romana por el gobierno, como supuesta “interlocutora” de la sociedad isleña?

Repentinamente, estábamos ante un general parcializadamente macroecuménico. Llamando a la unidad con todos los religiosos, y olvidando la política atea y ateizante del gobierno castrista, afirmaba que para cada una de las religiones presentes en la Isla la revolución ha tenido gestos de concordia. Con visión que pudiera considerarse de soberbia o de ignorancia, quizás ambas, nos situaba al Cristianismo como raíz de la nación, obviando exponer a la par a las afrorreligiones que, en justicia histórica, son copartícipes en la forja de lo cubano y de la cubanidad. Incurría en tan craso error, pese a su reconocimiento de la carencia de justificaciones para enfrentar el problema negro cubano.

Si la fuente para el descubrimiento de las simientes de la nación fue, en exclusiva, el citado literato católico-romano, diputado a la Asamblea Nacional, Cintio Vitier, difícilmente descubriría mucho más que a ibéricos hispanos en nuestros orígenes. La vivencia de la familia Castro Ruz en su finca de Birán, al oriente de la Isla, en una plantación en la cual se explotaba mano de obra fundamentalmente haitiana, por experiencia debería contribuir a hacerle más inclusivo en nuestra conformación nacional, como debía haber liberado a ambos hermanos de la negrofobia, pero no fue así. Su acercamiento y formación dentro del catolicismo-romano, difícilmente dejarían espacio para posiciones no excluyentes y sectarias al respecto.

Este Domingo de Ramo, importante conmemoración cristiana, será el segundo día de sesiones del Congreso, ¿algún intento de enfatizar las coincidencias entre Iglesia católico-romana y revolución?

LA PATRIA ENTENDIDA Y TRATADA COMO CUARTEL

Más de cinco década precisaron los hermanos para descubrir que un líder no se impone, que un líder y un jefe difieren sustancialmente en sus esencias y manifestaciones, que no es preciso ser comunista para ser gobernante, que las funciones de Partido y gobierno varían en contenidos y, lo fundamental, que el Partido, hasta la actualidad, ha secuestrado al gobierno si es que alguna vez le permitió existir superando lo falsescamente decretado. Insistió, no obstante, en que el dirigente tiene que aceptar los lineamientos del Partido que, a fin de cuentas, es el que manda; entonces: ¿para qué la caricatura de “gobierno” paralelo al Partido?, especialmente cuando se habla, nuevamente, de racionalización de cargos en la estructura de poder.

Fatalmente, las improvisaciones del general-presidente le representan malas jugadas. Intentando explicar el sistema de gobierno isleño ejemplificó nada menos que con la estructura militar y fue enfático al decir: “yo ordeno”, pero, no se refería a su función como militar sino al frente de la República, a la cual debería servir, no impartir órdenes.

En algún momento, uno de esos en los que habitualmente se ha venido enfrascando en los últimos años por demostrarnos una supuesta disposición personal para el civilismo, observaba que, de haberse cumplido en estas décadas con las disposiciones existentes, algunos de los dirigentes cubanos “estaríamos presos”. No aclaró ese motivo fundamental para el arresto, que sí es ampliamente identificado: el abandono de lo que deberían ser sus funciones a favor de su única verdadera preocupación, es decir, la monopolización del poder y de los beneficios que este supone.

Refiriéndose a la labor periodística en el ámbito nacional, tras criticar a sus profesionales por el triunfalismo sin puntualizar que a ello han sido políticamente conminados, daba nuevamente muestras de su militarismo, recordando la necesidad de imponer castigos para quienes, ahora conminados a la objetividad y la promoción de la polémica, desvíen el camino, sin tampoco esclarecer tipos de posibles desviaciones.

UN GENERAL “DIALOGANTE” QUE APOYA LA CHUSMERÍA “REVOLUCIONARIA”

Quiso el general mostrarse, nuevamente, magnánimo aliado de la jerarquía eclesial católico-romana, concediéndole el crédito de las recientes excarcelaciones de aquellos a los que siguió denigrando con el calificativo de “presos contrarrevolucionarios”, de los cuales dijo que “en tiempos difíciles y angustiosos para la Patria, han conspirado contra ella” con una potencia extranjera.

Excarcelaciones que sitúa dentro de un marco de “diálogo” con la Iglesia católica-romana, la que él apuntó hiciera planteamientos no siempre coincidentes con los del gobierno, “pero sí constructivos”. Presentó ese “diálogo” como seña de lo que manifestó ha sido marca distintiva de su gobierno: “la unidad de la nación”. Y, de manera inusual, destacó la figura del cardenal Jaime Ortega Alamino, soslayando mencionar la misiva que a los congresistas enviara un grupo de opositores políticos cubanoestadounidenses, quienes en conferencia de prensa ofrecida en Miami, La Florida (Estados Unidos), reconocieron que ambas partes han cometido errores y que es tiempo de dejarlos atrás y avanzar.

Puede que confundiendo a algunos sobre la pose “dialogante” que quería en ese momento representar el gobernante cubano, para que no pequemos de ingenuos esperando lo que no nos darán, para que no sigan algunos por ahí de (falsos) optimistas y presumiendo de estar bien enterados, anunciando supuestos reconocimientos de pluralismo tras esta cita partidista, cuando no se nos está reconociendo la pluralidad de nuestra etnogénesis ni de nuestra cultura, realizó el general dos importes aclaraciones: “lo que nunca haremos ---enfatizó--- es negarle al pueblo el derecho a defender a su revolución”, “el primer deber de todos los patriotas cubanos” ---subrayó---es defender sus calles, sus plazas, su revolución. Y, lo sabemos, eso en Cuba se hace a golpes.

Podremos, entonces, esperar más palizas “revolucionarias” propinadas a discrepantes, disidentes y opositores políticos. Tendremos más algarabía “patriótica”, más procacidad discursivamente castrista, aunque en algún anterior momento de su intervención deplorara la extendida chabacanería, que entonces figura como autorizada si es en nombre de la Patria, identificada esta con el gobierno de los hermanos Castro Ruz.

PARTIDO Y PRESIDENTE: ¿VÍCTIMA Y VICTIMARIO?

Para finalizar su informe al séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba, momento televisado, el segundo secretario del Partido auguraba: “nos esperan días de intenso trabajo y de enorme y extensa responsabilidad”, para garantizar “el futuro socialista e independiente de nuestra Patria”, lo cual se supone no crea que conseguirán en los tres días de sesiones. Manipuladores del tiempo ajeno, usurpadores del espacio nacional, egoístas confesos, no piensan en el tiempo como no sea a su favor.

Mientras, corresponsales instalados en La Habana reinciden en apreciar y pretender mostrarnos una imaginaria tensión interna entre Raúl Castro, como presidente, y el Partido, como organización rectora, señalando a este último como “inmovilista” y responsabilizándole con el estancamiento de la sociedad, con la oposición a la puesta en práctica de reformas de fondo y trascendencia las que, según esos profesionales, desea realizar el presidente.

Corresponsales cuyas afirmaciones aparentan ser sacadas de cualquier otro contexto o, tal vez, de algún filme de ficción. ¿Olvidan que el general-presidente es el segundo secretario del Partido, que su hermano y comandante en jefe sigue siendo el primer secretario? ¿Olvidan la insistencia del general en que él ordena, y no en asumir la presidencia como un servicio ni como una coordinación? ¿Olvidan que es el propio general-presidente quien destacó la subordinación a la cual, en la Isla, el Partido ha sometido por ya más de cinco décadas al gobierno?

Reformistas por necesidad y urgencia, la extrema precariedad, limitación y lentitud del actual proceso de reformas, más parece destinado a la supervivencia del régimen mientras existan sus protagonistas principales, al retrazo consciente de su muerte definitiva, que a ofrecer viables y verosímiles soluciones a la desastrosa y desesperada situación de la gran población. No existen señales de que las reformas en curso permitan el avance del debilitado tejido social ni de que den cauce al avance en la conformación de la nación cubana que continuamos sin ser.

Nada verdaderamente trascendente se ha hecho hasta el momento, como no sea el anuncio de desemplear a alrededor de cuatrocientos mil trabajadores, medida netamente neoliberal tomada en nombre del socialismo, y que se espera la población no sólo acate sino que además “comprenda”.

La ampliación del trabajo por cuenta propia rápidamente se ha convertido en nuevas frustraciones y, paralelamente, ha acarreado mayores desesperanzas. El cuentapropismo no ha sido pensado para permitir el respiro de los cubanos y menos para su mejoría, sino para apuntalar a un gobierno que lo restringe y coarta con leoninos impuestos y otras absurdas disposiciones, una de estas, la obligatoriedad de contratar al menos un trabajador. La ineficiencia de la administración gubernamental una vez más la pagamos la población común; al cuentapropista se le obliga a convertirse en empleador, y reciben presiones para el pago de la seguridad social.

¿Cuáles serán la nuevas medidas que observadores excesivamente entusiasmados, identificadores de signos aperturistas donde no se perciben más que nebulosas o abiertas negativas al avance económico y social positivo, resultarán de un Congreso que, en dos sesiones ---la primera fue dedicada al desfile “militar y popular”, y a la presentación del informe--- discutirá a través de unos mil delegados, el destino de más de once millones de cubanas y cubanos? No lo sabemos.

El general-presidente anunció que, la esperada liberalización de las ventas de autos y viviendas de particulares, aún es tema en el cual trabajan. El asunto despierta expectativas. Pero, la experiencia de la fatal mezcla de corrupción y controles exagerados, hace temer a no pocos.

Lo cierto es que hay que tener mucho cuidado en interpretar y hasta descifrar lo que se lee, y eso, no sólo en la Cuba de las restricciones e imposiciones informativas de los Castro, sino en cualquier parte del mundo, cualquiera sea la fuente informativa.

A estas alturas del desenvolvimiento histórico, que no progreso, de la Isla, es el régimen castrista el freno cotidianamente constatable de las fuerzas de producción, la causa fundamental del estancamiento de la productividad y de la imprescindible reestructuración de toda la sociedad. Reconocerlo y acometer su autofagia, y no hacer de antropófagos de la sociedad a la cual debería haber servido y estar sirviendo eficazmente, habiendo sido desfachatadamente declarado el incumplimiento de sus propias disposiciones, es el único acto ciertamente efectivo, justificado y conveniente que el gobierno pudiera hacer a la nación… pero, ya sabemos, el poder dudosamente se entrega.

El gobierno que insiste en proseguir autodenominándose “revolucionario”, al que de esa forma quieren ver tantos en el mundo, está actuando abiertamente como antinacional, está funcionando en contra de toda lógica de la historia; no pudiendo avanzar, se estanca a la espera de su final biológico, forzándonos a todos y todas a retroceder, dispersándonos en desbandadas, o como malvivientes entre los barrotes de esta isla que nos transformó es cárcel.

Esa es, ya, verdad de Perogrullo. Negarlo nos convierte en cómplices, aún si no somos conscientes. En este arruinado paisaje nacional, el Congreso partidista no es más que otro acto de oportunismo político, no un intento de hallar soluciones a la crítica situación nacional.

Debemos cuidarnos de imponer anhelos, propios o ajenos, a la realidad. El deseo de que “algo pase”, porque la necesidad reclama dinamismo, definiciones y radicalidad en muchas acciones, puede obnubilar la visión, conducir a fantasiosas interpretaciones. Es curioso que existan corresponsales, que se supone sean generalmente profesionales bien informados y de aguda mirada, con conocimiento del mundo y de la historia del lugar en el cual se desempeñan, lo que les permitiría establecer comparaciones y llegar a atinadas observaciones, que prefieran o pretendan no ver lo que a todos es evidente.

Eso nos está sucediendo en el presente cubano. Habremos de tener mayor cuidado en la lectura de sus despachos... a veces, nos dan gato por liebre.

EPÍLOGO: FINAL SIN CANTOS NI GLORIAS

Cubanas y cubanos no se habían enterado, pero estaba siendo concluido el séptimo Congreso del Partido Comunista de Cuba. Mientras, la caliente mañana transcurría como de costumbre, si exceptuamos los hombres de uniforme y boina negra, con perros de la raza pastor alemán como acompañantes, que en triste recordación de sus antecesores nazis hemos visto aparcados en las esquinas de las zonas neurálgicas de la capital durante estos casi cuatro días del certamen, oficialmente comunista, sabemos que castrista.

Un rápido y mañanero final, con la presencia de un Fidel Castro ya sin ímpetu para emprender los arrebatos parlantes que por largos años nos hiciera soportar. No necesariamente se trataría de que la dirigencia cubana haya tomado la lección, comprendiendo que extensos parloteos no fructifican necesariamente en enjundiosas ideas ni en concretas y certeras soluciones para los problemas. Cincuenta y dos años ilegítimamente adueñados del control de las vidas de millones de personas, hasta de sus intimidades, pasa factura incluso si se ha hecho por voluntad propia.

A la espera de la publicación de la redacción final de los lineamientos discutidos, para conocer cómo quedaron estos y saber cuáles fueron los incorporados, nada estimulante nos queda de un congreso al que todavía algunos querían ponerle más o menos cuotas de esperanzas.

Fue tan deshalagador el discurso final pronunciado por el general-presidente, como lo es la situación cotidiana. Dejó claro lo que tantos hubieran querido ignorar: no habrá mejorarías pues ---no obstante su repentina cercanía con la Iglesia católico-romana--- este es militar que no confía en los milagros; la situación del país es crítica en todos los ámbitos; continuará la política de desempleo y persistirá la tan escuálida libreta de racionamiento. Ni una mención para la aberrante política migratoria; “permisos de salida” y de “entrada” continuarán torturando a los cubanos, que básicamente ocupan sus mentes en buscar cómo obtener dinero, qué comer, cómo conseguir sus medicamentos y cómo abandonar el país.

Este martes, mientras se efectuaba el ritualístico final del séptimo Congreso del Partido, decenas de cubanos se apostaban en las afueras de la Embajada de España en La Habana, a la espera de la tramitación para obtener la ansiada nacionalidad española; entre estos, habrá los que consigan emigrar, los que no, podrán sobrevivir acariciando, en la materialidad de su pasaportes españoles, el sueño de lo improbable como cubanos.

EL CONGRESO CATROSOCIALISTA Y LOS AFROCUBANOS

Una ojeada a la fotografía en la cual quedó para la historia el cuadro de los nuevos y viejos integrantes del Comité Central del Partido Comunista, reelectos y electos durante las sesiones finales del evento, deja ver a los sonrientes hermanos Castro Ruz en medio de estos. A primera vista, asalta un hecho inusual: la nutrida presencia negra, fundamentalmente de jóvenes mujeres negras.

El poder desplegado en Cuba, nos ha enseñado a través de la aplicación de sus mañas, es rastrero. La retratable escena de sonrisas y, antes o después de ser tomada la foto, muy posiblemente acompañada de saludos fingidamente cercanos y afectuosos, forma parte de la verdadera jugada en la cual se enfrascan los dirigentes cubanos, la de ganar tiempo para sí y, de ser posible, para garantizar el futuro de los suyos si es que ya no lo pudieran conseguir también para su proyecto político-ideológico.

El poder, aberrantemente asumido como parte inalienable del Ser propio, corrompe al individuo hasta la médula y, lo más importante, corrompe el espíritu y trastorna el pensamiento. Por origen los hermanos Castro estaban llamados a ser racistas antinegros, lo que no debieron es haberse otorgado a sí mismos la prorrogación de tan deleznable cualidad en la condición de gobernantes de un país blanco-negro y de creciente población negra-mulata, en el cual este sector poblacional ha sido coprotagonista en la fundación del país, pionero y sustentador de la identidad nacional y, aunque no reconocidos en su real magnitud y pese a su sostenida exclusión y/o marginación empeñada en cosificarles, ha hecho aportes sustanciales en la cultura, la política, la ideología y la filosofía entre otros espacios de realización y concreción esenciales de toda nacionalidad.

Habiendo sido negros-mulatos quienes libraran todas las guerras cubanas, quienes con sus vidas consiguieron para todas y todos los cubanos la independencia del poder colonial y a quienes preocupó una soberanía que aquellos que después de haber compartido con estos los campos de batalla debieron haber sido sus hermanos de nacionalidad y de sangre, corrieron a entregar a Estados Unidos, hasta la actualidad nunca hemos sido copartícipes del poder, siempre se nos ha negado ese legítimo derecho. Los poderes en Cuba, burgueses o “revolucionarios”, han tenido entre sus vasos comunicantes la característica de ser profunda y palpablemente antinegros, aunque algún historiador se esfuerce por presentarnos al castrismo como “aliado” de los negros-mulatos.

Finalmente, las inexorables leyes históricas juegan una mala pasada a los Castro Ruz. El colonialismo que ellos se empeñaran socialistamente, leninistamente, en reeditar, es obligatoriamente respuesta del pasado; tenemos por obligación que superar las deformaciones traumáticas de nuestra fundación colonialista y de su prolongación bajo la falsa republicana. Deberíamos enfrentar la realidad de que en nuestro ecléctico medio psicológico, en nuestra postmoderna cosmovisión, socialismo y leninismo han sido respuestas descontextualizas y desnaturalizadas.

El dinamismo de la nueva época histórica precisa del nivel de aprehensión y de comprensión, de aplicación con prontitud y eficiencia, que los dirigentes “históricos” de la Isla, acostumbrados a actuar como guapos de barrio, nunca se propusieron. El tema negro les queda inmenso, tanto, que les es verdaderamente imposible su taimada manipulación, pues requerirían para ello de un profundo nivel de comprensión del complejo y polifacético asunto, de sutileza y destreza ilimitadas en su accionar, lo cual no están en condiciones de ejecutar y, por demás, el tiempo les va en contra.

La imagen de los Castro, por primera vez en Cuba, entre una presencia de dirigentes negros cubanos cuantitativamente a considerar, aun si cuidaron de que no quedaran muy cercanos a ellos, no indica comprensión del problema, sino torpeza en su abordaje. Tanto, como la mención del general-presidente, en su discurso inaugural del congreso, sobre la ausencia de mujeres, negros y jóvenes en la estructura de poder isleño.

Tan desvergonzada han sido esas ausencias, que todos sabemos no se trata de autoexclusiones sino de exclusiones deliberadas, como que pasaran cincuenta y dos años, y seis congresos del Partido, para señalarlo o, más bien, para correr a pretender mostrarnos un caricaturesco, más bien bufonesco, intento de vindicación de sí; la imagen muestra a la negra, la mulata y a los “gallegos nacidos en Cuba” ---así se ha autodefinido públicamente Raúl Castro---, sólo faltaba el chino para completarnos el afrentoso cuadro. Habiendo reconocido el incumplimiento de sus propias disposiciones, le anterior mención que hiciera Fidel Castro, en la clausura de un anterior congreso del Partido, sobre esas ausencias, tampoco resultaría efectiva.

COMUNISTAS CUBANOS CON PENAS Y SIN GLORIAS

Las alusiones a “la cultura como escudo”, con la violencia que ello supone, y el destaque de esas extensas menciones por unos medios ahora convocados a la objetividad informativa, forman parte del frustrante saldo de un congreso concluido sin cantos ni glorias, sin motivos de los que presumir para sus participantes ni para sus militantes, y profundizando el ya hondo y dilatado nivel de frustración de la toda la población cubana. La insistencia en “cambiar todo lo que deba ser cambiado” ya no se escucha, rápidamente los hechos le convirtieron en mantra inaplicable, en parte de los cánticos de la liturgia “revolucionaria” castrosocialista, es decir, algo en lo que no debemos creer pues sabemos que no se cumplirá.

La convocatoria para el gran desfile popular del 1ro. de Mayo, Día de los Trabajadores, más que otra bufonada es una bofetada en los rostros de trabajadores que por años han recibido míseros salarios y que ahora, además, son lanzados a las calles. La siempre mencionada “justicia social” brilla por su ausencia, en la insistencia discursiva de que “la revolución no abandonará” a ningún cubano, retórica desmentida por la cotidianidad de los sectores que siempre han malvivido en “período especial” y por los crecientes que ahora son desprotegidos; profesionales que ante la mirada de todos venden sus servicios en las propias instituciones estatales y/o con los pocos recursos existentes en estas, como los médicos y maestros, entre muchos, o jubilados que pasan las madrugadas en colas para comprar el periódico y revenderlo, revendiendo de paso sus libros o cualquier otra menudencia, intentando sobrevivir: ¿son esos los referidos ejemplos de “justicia social” o de “protección”?

Contrario al paradójico decir, en el caso de Cuba no hay nada de bueno en lo malo que se está poniendo, en realidad, en la caótica situación por tanto tiempo reinante y ahora extrema. Lo bueno no puede ser que todos continuemos malvivientes, que la generación que ahora está en los cuarenta años de su ciclo biológico, hija de la que afirmara en el poder a los Castro Ruz, físicamente esté más envejecida que sus padres y psicológicamente esté prácticamente deshecha. Lo bueno no puede ser que el país se nos quiebre en pedazos, que funcionemos desde la lógica de la enemistad y la traición, de la rapiña y la mentira, de la exigencia desconsiderada al que nos ayuda y la sumisión al que nos somete. Lo bueno no puede ser la inercia y el desinterés, el abandono de los intentos de participación política y aprestarnos a atacar a quienes sí lo hagan, incluso cuando nuestros pensamientos sean similares, porque casi comunes son nuestras insatisfacciones. Lo bueno no puede ser que esperemos, paciente y pasivamente, esos diez años que ya anunciaron formalmente, nos robarán de nuestras vidas, cuando les han robado cincuenta y dos a la generación que está biológicamente en los sesenta, y la vida entera a todas las posteriores.

A estas alturas, lo único bueno puede ser la acción consciente y colectiva. Ese es el reto, y está en nosotros asumir su realización; está en esas agotadas y muchas veces desfallecidas, pero todavía, nuestras manos. Esa es nuestra responsabilidad histórica como nación. La emancipación y la liberación no son resultantes de la inercia, sino del batallar constante, y del aprendizaje a trabajar en colectividad, con la mira puesta en los objetivos comunes sin descuidar las particularidades sectoriales y aun individuales; ello es difícil, pero no imposible.

El reto es que los cubanos del Siglo XXI aprendamos a buscar y construir consensos, y enrumbemos nuestra inagotable e inevitable pluralidad, hacia el pluralismo. Eso, no lo harían nunca los hermanos Castro Ruz. Su falsesco séptimo Congreso del Partido Comunista es esa la mejor lección que nos deja. El reto es que hagamos por Cuba, por nosotros, por la conservación y mejoramiento de la cubanidad, quienes verdaderamente pensemos y sintamos como cubanas y cubanos, y quienes honestamente se planteen serlo. Crecer en el proceso de rearticularnos y fortalecernos como nación debe ser el imperativo, sin importarnos lineamientos de un congreso que no nos pertenece. ¿Lo asumiremos?

La Habana, jueves 21 de abril de 2011.-

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