viernes, 8 de junio de 2012

LA PUERTORRIQUENIDAD EN INGLES

Por Mario Ramos

Hace unas semanas se difundió la noticia de que el idioma inglés pudiera ser eventualmente el idioma de comunicación del equipo olímpico de Puerto Rico. Los jugadores tendrían que hablar en inglés, tanto en las prácticas como durante el juego. La razón obedece a que la mayoría de ellos, aunque puertorriqueños, no dominan el idioma español. Su primer idioma, su vernáculo, es el inglés.


Se trata de una noticia que pasó casi desapercibida en los medios, contrario a la que esa misma Prensa difundiera, de manera sensacionalista, sobre la decisión tomada por el equipo de la NBA donde juega José Juan Barea, los Timberwolves de Minnesota, cuyo dirigente pidió que solo se hablara en inglés en la cancha para que, de esa manera, hubiera uniformidad en la comunicación entre los jugadores, y entre los jugadores y el dirigente. En el caso del equipo olímpico de Puerto Rico ya soplan vientos de que pasará igual.

La cercana probabilidad de que en un futuro bien cercano los jugadores puertorriqueños hablen inglés entre ellos y de ellos para con el dirigente, y de este hacia ellos, demuestra como en Puerto Rico, al igual que en la parada puertorriqueña en Nueva York, se está dando el fenómeno de que la puertorriqueñidad se pueda afirmar en inglés, además de en español. En el equipo olímpico todos los jugadores se sienten puertorriqueños, incluso los que no hablan el español y nacieron en alguno de los estados, pero sus padres nacieron en Puerto Rico. Son ellos los que suelen llamarse puertorriqueños de segunda o tercera generación. Esto se da fuera de nuestro entorno geográfico, por supuesto, y el idioma desaparece en las generaciones subsiguientes, mas no su cultura. Lo que demuestra que no siempre el idioma y la cultura van de la mano. (Véase a Ed Morales, Living in Spanglish: The Search for Latino Identity in America).

Por lo general, según se ha venido discutiendo en algunos sectores de la academia americana, la cultura de un pueblo es un componente antropológico de mayor fuerza que el idioma. Este último recibe continuamente vocablos nuevos de otros idiomas, como del mundo de la informática y de la ciencia; pues como dijo Rafael Martínez Nadal en su debate del idioma con José De Diego en los primeros años del siglo pasado: “un idioma se enriquece a expensas de otros idiomas”. Y aunque la cultura también recibe elementos foráneos y se enriquece de los mismos, es ella la tarjeta de identidad de un pueblo y, como en el caso nuestro, puede ser afirmada en un idioma distinto del que se habla en el entorno geográfico donde nació y se desarrolló. Lo que esto significa es que dicha cultura, allende los mares, se transmite como un elemento hereditario, porque la misma está compuesta por un conjunto de símbolos y de costumbres que luego se convierten en lo que en tiempos de Roma se llamaba la traditio; la tradición. O sea, lo que se transmite, y esa transmisión puede darse dentro de una multiplicidad lingüística.

Históricamente, en Puerto Rico el deporte ha sido una enseña de identidad para el puertorriqueño, al igual que la música. Esto a nivel nacional cultural como a nivel regional o de municipio. Basta saber dónde se originó la plena o ver el regionalismo desbordante en los campeonatos de béisbol aficionado, para probar la certeza de nuestra tesis. “El deporte se convirtió en un medio donde los no blancos retaron la blancura, el darwinismo social y la hegemonía cultural al establecer su propia destreza física al reclamar una medida de estima y crear un mayor sentido de identidad nacional”. (Véase a Gerald R. Gems, The Athletic Crusade; Sports and American Cultural Imperialism).

Esa identidad nacional, como lo hemos planteado en artículos anteriores, es cultural, por supuesto. De hecho, esto se dio también en Estados Unidos, en los deportes profesionales como el béisbol, el baloncesto de la NBA y el fútbol americano. En el caso del béisbol hemos podido ver a los latinos en plano de igualdad con los afroamericanos y los anglos. Es un fenómeno en que el atleta, al sentirse en un plano de igualdad, demuestra su identidad y la misma es, a veces, imitada por algunos sectores o actores del deporte mismo. Un vivo ejemplo lo fue el caso emblemático de Sammy Sosa, que era el jugador favorito del hijo de Mark McGwire.

Con la aparición de nuevas formas de informar se desarrollan nuevas maneras de afirmar. La afirmación de la identidad nuestra como pueblo ya puede hacerse, tanto en español como en inglés. Igualmente a como se hace en la soledad del silencio de nuestra ansiosa espera centenaria.

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