viernes, 19 de octubre de 2012

EL SOBERANO ES EL HOMBRE

Por faisel iglesias
Abogado y escritor.

El hombre no es medio para fin alguno, aunque éste sea el bien intencionado propósito de construir un paraíso en la tierra; el fin es el hombre, porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza.

En un principio, cuando el hombre no se explicaba los fenómenos, apelaba a la voluntad divina. El surgimiento del Estado y la invención del Derecho, en fin, el poder constituido de los hombres sobre la tierra, hicieron nacer el concepto clásico de Soberanía como: "[e]l poder supremo sobre los ciudadanos y los súbditos”… Surgió como un elemento defensivo de los estados contra el poder de la Iglesia y los señores feudales, en fin, como una necesidad histórica de la naciente sociedad capitalista burguesa.

El principio de soberanía tiene dos vertientes según los tratadistas: una interior, que se proyecta sobre los elementos que habitan dentro de las fronteras donde se ejerce, justificando y exigiendo obediencia al poder del estado; y otra exterior, como expresión de legitimidad. Hay una tercera visión, que admiraban Hostos, Betances, Agramonte y José Martí, que nace de la Constitución Norteamericana - que por cierto los intelectuales de nuestro tiempo no mencionan - que se refiere al poder del ciudadano sobre el estado; ese instrumento que debiera estar a su servicio.

El principio de Soberanía Nacional (que en realidad no exige que todo el poder se edifique sobre el consentimiento de los ciudadanos sino que se presente como representante de la sociedad) ha servido de fundamento para que el pueblo se limite a elegir cada cierto, y muchas veces inciertos años, a quienes han de formar la voluntad nacional con plena libertad, lo que limita el concepto de democracia (poder del pueblo) de manera efectiva.

La Soberanía Popular, por su parte, legitima el poder estatal sobre el axioma de su titularidad por el pueblo, asentado en el consentimiento de los ciudadanos, quienes debieran determinar la acción de los elegidos (que son los que en realidad conforman la voluntad del estado), quedando vinculado históricamente al sufragio, al imperio de la ley.

Un hecho histórico significativo - que los intelectuales de izquierda por alguna razón no mencionan y los derecha quizás por ignorancia tampoco- es que Batanes en Lares y Carlos Manuel de Céspedes en Yara, más que la independencia de los respectivos territorio, reclamaban derechos fundamentales para sus compatriotas, y que José Martí expreso: Mi amor a la Patria no es el amor ridículo a la tierra que pisan mis plantas… porque si en Aragón tengo amores y en Aragón tengo amigos yo soy aragonés…Patria es humanidad.

Sin embargo, el "poder constituido", falsamente llamado "poder del pueblo" se confunde maliciosamente por los gobernantes, con el principio de Soberanía Nacional - gracias a la madre de los estados modernos, la revolución francesa, que consagró en La Constitución de su Quinta República que "[l]a soberanía nacional pertenece al pueblo francés, que la ejerce por medio de representantes (Y ahora el pueblo?), por la vía del referéndum". En fin, estos "elegidos" se erigen en los soberanos del pueblo en vez de ser sus meros representantes.

En consecuencia, según el concepto de soberanía que emana de la Revolución Francesa, la voluntad del pueblo ya no es la suma de la voluntad de cada uno de los ciudadanos, sino la de su representante, limitando el derecho de cada ciudadano a participar creadora y responsablemente en la solución de las siempre novedosas y crecientes encrucijada que nos depara el devenir.

En nuestro tiempo el aparato del estado, los partidos políticos, las doctrinas tienen los instrumentos jurídicos que les permite sustituir al hombre. Más [e]l primer trabajo del hombre es reconquistarse. No se trata del acto extraordinario de imponerse a los otros hombres, de ser el encargado de iluminar a los demás. Se trata del derecho y el deber natural de cada ser humano de defender su individualidad, su espiritualidad, de participar en la vida diaria del país, de apersonarse de sí mismo.

El siglo XXI, este mundo sin fronteras ni distancias, la era posmoderna, sin embargo, exige un entendimiento de la democracia en que la participación del ciudadano no puede quedar reducida a elegir a sus gobernantes cada cierto número de años, sino a condicionar las decisiones de éstos.

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