(Fragmento de la novela "Que bueno baila usted")
Mas informacion en: http://www.librosenred.com/libros/quebuenobailaustedlamusicacubanaatravesdebennymore.html
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−Muchas veces la muerte no es más que una payasada. ¡El Benny muerto! De repente, aquel que hacía música del silencio, aquella voz de voces que se volvía amor, alegría, dolor… ¿Inmóvil? ¿Bajo la tierra? ¿Aquel que nos iluminaba con sus noches? No, hombre. Por eso yo no estaba allí, como no estaba él. Yo no me presto para tanta falsedad. El Benny jamás será un muerto… Hay muertos que no van a sus entierros, decía un poeta, hablando de los héroes. A mí me gustan los poetas y los héroes. Unos dicen la verdad y los otros la son:
/ Oh oh, vida, si pudieras /
Nadie creía en el capricho de aquella hora sacudida por el viento del destino. El Benny se había pasado la noche en la cama dando brincos. Amaneció con un sabor a estribo de cobre en la boca. Para nosotros no era más que la lógica resaca de sus continuas borracheras. Procuró la interjección musical que siempre hacía en sus canciones para limpiar las cuerdas vocales: “¡Eeeeeee!” Pero, lejos de ponerse en condiciones de dar las notas claras, sintió un punzante dolor en el estómago y escupió un buche de sangre espumosa. El blanco de los ojos lo tenía amarillo. Se tendió de nuevo sobre la cama, tomó un poco de agua y respiró profundo. Las enfermeras entraban y salían de la habitación con rapidez. Generoso sentado en una incómoda silla metálica, al pie de la cama, sólo las miraba. Los chiquillos del barrio, al no dejarlos entrar, se turnaban parándose unos en hombros de otros para mirar por la ventana abierta al cielo y ver al Bárbaro tendido, mientras los galenos le pasaban las manos por la frente y lo auscultaban. Tenía sombras en el rostro y el hambre de la tierra en los ojos.
“¡Me voy, mi socio!”, me dijo con resignación.
Un hombre tan terrenal, de presencia tan cotidiana, nadie podía creer que iba a emprender el largo viaje. Seguro de que se puede vivir como se canta, siempre le fue fiel a su destino. / Si pudiera / Vivir la feliz noche /. Sabiéndose mortal, se portaba como eterno. Por eso nadie lo despedía. / En que los dos supimos nuestro amor /. La vida le tiene reservados trances a sus hijos predilectos. Toda transformación es dolorosa y en ellas siempre se gana y se pierde algo y, claro, hay que pagarlo de una u otra manera. / Este tiempo sin tus besos /. Y el Benny lo pagaba viviendo a una distancia cada vez mayor de lo normal. / Yo sufro/. El término no podía ser la salud y la tranquilidad. Se exigía a cada instante una nueva autoconfirmación, con lo que ello significa de autodestrucción. De cada sacudimiento, sin embardo, siempre salía ganando alguna cosa. Un poco de profundidad, de espiritualidad, de liberación. Todos lo veíamos muy cerca de los inmortales.
Sentir que nuevamente
Es mío, mío tu cariño.
Aquel mulato de anchos pantalones de dril cien y zapatos puntiagudos de dos tonos, como los del Benny, entonó el bolero inconfundible, moviendo su tronco al compás de un ritmo interior, milenario, silencioso, mientras con la cabeza marcaba el tiempo musical. Parecía buscar en un lugar muy dentro de sí, porque cerraba los ojos y levantaba las cejas, como quedándose en suspenso. Se dejó llevar por su propia voz. Me contagió el eco, su atmósfera. Nos envolvió a los dos y nos trasladó. Comencé entonces a escuchar, en la memoria, la canción que brotaba de aquella otra garganta invisible, pero que lo llenaba todo con su presencia:
Saber que eres de mí también
por siempre.
“Acaba de morir Benny Moré”, dijo un pasajero tan pronto subió a la guagua, sin que se le preguntara, con aquella cara incierta. Nadie lo miró; lo oyeron con la resignación que produce en las conciencias una frase de tales magnitudes, pero con la íntima convicción de que semejante acontecimiento no podía ser verdad.
http://www.librosenred.com/lib.....ymore.html
/ Oh oh, vida, si pudieras /
Nadie creía en el capricho de aquella hora sacudida por el viento del destino. El Benny se había pasado la noche en la cama dando brincos. Amaneció con un sabor a estribo de cobre en la boca. Para nosotros no era más que la lógica resaca de sus continuas borracheras. Procuró la interjección musical que siempre hacía en sus canciones para limpiar las cuerdas vocales: “¡Eeeeeee!” Pero, lejos de ponerse en condiciones de dar las notas claras, sintió un punzante dolor en el estómago y escupió un buche de sangre espumosa. El blanco de los ojos lo tenía amarillo. Se tendió de nuevo sobre la cama, tomó un poco de agua y respiró profundo. Las enfermeras entraban y salían de la habitación con rapidez. Generoso sentado en una incómoda silla metálica, al pie de la cama, sólo las miraba. Los chiquillos del barrio, al no dejarlos entrar, se turnaban parándose unos en hombros de otros para mirar por la ventana abierta al cielo y ver al Bárbaro tendido, mientras los galenos le pasaban las manos por la frente y lo auscultaban. Tenía sombras en el rostro y el hambre de la tierra en los ojos.
“¡Me voy, mi socio!”, me dijo con resignación.
Un hombre tan terrenal, de presencia tan cotidiana, nadie podía creer que iba a emprender el largo viaje. Seguro de que se puede vivir como se canta, siempre le fue fiel a su destino. / Si pudiera / Vivir la feliz noche /. Sabiéndose mortal, se portaba como eterno. Por eso nadie lo despedía. / En que los dos supimos nuestro amor /. La vida le tiene reservados trances a sus hijos predilectos. Toda transformación es dolorosa y en ellas siempre se gana y se pierde algo y, claro, hay que pagarlo de una u otra manera. / Este tiempo sin tus besos /. Y el Benny lo pagaba viviendo a una distancia cada vez mayor de lo normal. / Yo sufro/. El término no podía ser la salud y la tranquilidad. Se exigía a cada instante una nueva autoconfirmación, con lo que ello significa de autodestrucción. De cada sacudimiento, sin embardo, siempre salía ganando alguna cosa. Un poco de profundidad, de espiritualidad, de liberación. Todos lo veíamos muy cerca de los inmortales.
Sentir que nuevamente
Es mío, mío tu cariño.
Aquel mulato de anchos pantalones de dril cien y zapatos puntiagudos de dos tonos, como los del Benny, entonó el bolero inconfundible, moviendo su tronco al compás de un ritmo interior, milenario, silencioso, mientras con la cabeza marcaba el tiempo musical. Parecía buscar en un lugar muy dentro de sí, porque cerraba los ojos y levantaba las cejas, como quedándose en suspenso. Se dejó llevar por su propia voz. Me contagió el eco, su atmósfera. Nos envolvió a los dos y nos trasladó. Comencé entonces a escuchar, en la memoria, la canción que brotaba de aquella otra garganta invisible, pero que lo llenaba todo con su presencia:
Saber que eres de mí también
por siempre.
“Acaba de morir Benny Moré”, dijo un pasajero tan pronto subió a la guagua, sin que se le preguntara, con aquella cara incierta. Nadie lo miró; lo oyeron con la resignación que produce en las conciencias una frase de tales magnitudes, pero con la íntima convicción de que semejante acontecimiento no podía ser verdad.
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