domingo, 13 de noviembre de 2011

EL TESTIMONIO; GENERO FUNDACIONAL EN LA LITERATURA CUBANA

Por faisel iglesias
Abogado y escritor cubano.

Los pueblos de historias extraordinarias tienen formas singulares de expresión.
El testimonio viene a ser una manifestacion natural de levantar la espiritualidad del cubano que, por quinientos años, ha venido luchando por su propio ser.
La literatura cubana comienza cuando cobramos conciencia de nuestro lugar en un libro ajeno y anhelamos tachar esa herencia de alteridad y encaramos nuestra realidad desde una vivencia interior.
Según Octavio Paz, hasta el siglo XIX, en que en este lado del mundo nació una corriente literaria –el modernismo - que por primera vez se impone en el otro alero del mar, prevalece la dependencia a la literatura peninsular.
Escribir como cubanos ha exigido reconocer la encrucijada que nos define y, además, luchar contra el discurso dominante, siempre foráneo e impropio.
Una nueva realidad demanda inventar nuevas palabras, nuevas formas de exteriorizasión. Cada momento histórico exige un nuevo discurso. Es por ello que desde el siglo XIX, una literatura fundacional comienza a manifestarse en Cuba.
El costumbrismo de Cirilo Villaverde en Cecilia Valdez es un testimonio de una nueva realidad – la esclavitud, el sincretismo cultural, la relación esclavo-esclavista, pero aun desde moldes literarios foráneos.
En “El negro Edua”, del Generalísimo Máximo Gómez – el hombre que enseno a pelear a los cubanos -, por primera vez, el protagonista es un esclavo, un no-persona para el poder y la cultura dominante que comienza a expresarse en sus propias maneras.
Edua, devenido, como muchos desposeídos, en un irreverente soldado del Ejercito Libertador que, en los días que hay pollo en el campamento el General come alas, marca un hito en el inicio de una expresión literaria, el testimonio como genero autónomo, al asumir en muchos momentos del relato, la dirección del discurso lo que le da al texto un carácter fundacional, de relevancia capital en la historia cultural de la isla.
Ante la necesidad de expresar una realidad inédita – en Cuba había acabado de triunfar la revolución de 1959 y el Verde Caimán del Caribe vivía en medio de la asfixiante Atmosfera de la paz del miedo nuclear, entre los dos imperios, y el agotamiento de una literatura europea de lenguaje culto, propio de ciertas elites y expresión de realidades ajenas, a mediados del siglo XX la novela testimonio brota con nuevos bríos.
Ya los orígenes no son narrados desde la alteridad, en oposición a la visión del otro (el europeo dominante), sino como la resultante de una mirada interior a siglos de dominación foránea y el ansia libertaria.
Se hace necesaria una literatura que registre las voces de esos ignorados por siglos incontables. Y se produce entonces una nueva proyección técnica en la narración donde esa voz históricamente callada se convierte en protagonista de su propio discurso e impone todos sus recursos y exige las maneras apropiadas.
En Biografía de un Cimarrón, de Miguel Barnet, 1969, se da un proceso donde el escritor le pide al personaje sus secreto de sobrevivencia y este las ofrece, pero con la condición de que el escritor le ceda su lugar.
En canción de Rachel, obra posterior de Miguel Barnet, donde ya el autor comprometido con el castrismo cometió el error de tratar de imponerle sus valores morales e ideológicos al personaje, la obra no alcanzó las altas cumbres.
De modo que el testimonio es una selva literaria, un terreno virgen para nuestros pueblos que necesitan expresar su voz. Una forma literaria donde el discurso es dirigido hacia la palabra del otro, en momentos que tanto necesitamos escucharnos los unos a los otros, donde autor y personaje se determinan mutuamente. El personaje se convierte en autor del libro y el escritor en su instrumento. En fin, el testimonio termina siendo un dialogo entre los dos autores. Ese dialogo que necesitan nuestros pueblos en esta hora de hornos.

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