jueves, 5 de noviembre de 2009

...BESO MIS MANOS, PIDIO PERDON Y SE MURIO

Así encaró la muerte Francisco Ayala, con absoluta grandeza y dignidad, anunciándolo a su cuidadora, Fátima, y a su mujer, Carolyn, ángeles de su guarda

Por ANTONIO ASTORGA | MADRID

Se levantó más bien tarde, como era su costumbre. A esa hora ya había llegado Fátima, la discreta y entrañable mujer marroquí que asistía desde hace seis años y medio al escritor nacido en Granada. Francisco Ayala le pidió el desayuno: café, zumo, un huevo revuelto en forma de tortilla francesa y la inacabable magdalena proustiana, que no se terminó, y quedó desmigada sobre el mantel. Tras desayunar, a las once y media de la mañana, se volvió a poner la mascarilla de oxígeno y a las doce, en la hora del Ángelus, decidió quitársela. Su cuidadora le preguntó por qué se la había quitado, y él le contestó: «Porque me voy a morir». Fátima insistió: «¿Cuándo?». «Ahora, porque me voy a morir», replicó él. El señor Ayala le cogió la manos a Fátima, las cerró, las besó tres veces, y luego le pidió perdón: «Perdón por todo, perdón por todo, perdón por todo». Fátima llamó al alma de don Francisco, a Carolyn, que acudió y le cogió la mano. Con absoluta entereza, Ayala murió asido a la mano de «mi vieja», como él llamaba en la intimidad a su esposa; la mano del amor eterno, verdadero, único. Murió sentado en el sofá, mirándole a los ojos, como los titanes. Con sencillez bendita y bonhomía. Sin adornos ni alharacas. Lúcido, plenamente.

Fastuosa hermosura

Murió amarrado a Carolyn Richmond, recordando cuando la conoció... Era una fiesta brillante de luces y de chispeantes conversaciones y de caras iluminadas cuando desde un ángulo atrajo la mirada de Ayala la figura de una muchacha, sus ojos azules, su sonrisa un poco perdida, y sobre todo la hermosura fastuosa de una cabellera color de miel caudalosamente suelta sobre sus hombros desnudos. Se acercó a ella, la saludó, y Ayala y Carolyn hablaron, y hablaron. ¿De qué? De nada; de lo que se habla en ocasiones tales. Estaban de pie, él con una copa de vino en la mano; ella, recostada contra el borde una consola donde ardían las velas de un candelabro. Hablaban, y una risa suya le hizo inclinar hacia atrás la cabeza. De pronto, vio brotar una llama en su pelo. Su pelo se había prendido en una de las velas «y mi corazón ardía, desde ese momento ya, con súbita violencia. Aquella muchacha era Carolina Richmond».

Recostado sobre el sofá, a su casa de la calle Orellana fue llegando poco a poco el círculo de la amistad ayaliana: desde Sevilla se precipitó su íntimo amigo Luis García Montero, que dirigió con mano maestra los actos de su centenario y la biografía de su vida; desde Granada viajaba Rafael Juárez, presidente de la Fundación Francisco Ayala...

Carolyn y Fátima, los ángeles de su guarda, lloraban en silencio, destrozadas, sin consuelo, la pérdida del hombre bueno. La mujer nacida en Marruecos lleva cuidando al matrimonio desde 2002 y el respeto y el aprecio es mutuo y perpetuo. Don Francisco no quería que Fátima se marchara a su casa. Cuando ella descansaba de su trabajo o durante sus vacaciones en Marruecos, Ayala la llamaba por teléfono cada día para preguntar qué tal se encontraban, ella y su familia, si necesitaba algo. Sentía adoración por Fátima.

Despedida de Estado
Y Carolyn no quiso que Fátima faltara ayer al último adiós a Francisco Ayala, que fue despedido en el Tanatorio Parque San Isidro como un auténtico Hombre de Estado, a la altura de su grandeza humana. Allí acudieron Reyes y Príncipes, presidentes de Gobierno y vicepresidentes (María Teresa Fernández de la Vega, Manuel Chaves y Elena Salgado), ministros y ex ministros (González-Sinde y César Antonio Molina) y alcaldes (Gallardón), admiradores y devotos de su magia literaria. José Luis Rodríguez Zapatero llegó a las 11 de la mañana. Tras abrazar a Carolyn Richmond, ambos salieron a recibir a Don Juan Carlos, que visitó la capilla ardiente a las 11,15. El Rey besó a Carolyn, estuvo muy afectuoso con ella, de quien no se separó ni un instante. El Monarca le cogió de la mano y así entraron al interior de la sala. Entonces, Carolyn presentó a Fátima al Monarca, con quien también se mostró muy cariñoso. A las 11,45 entraron los Príncipes de Asturias. Don Felipe y Doña Letizia permanecieron hasta el cierre de la capilla, a las 12 del mediodía. Entonces, Ayala partía hacia El Escorial, donde fue incinerado en la más estricta intimidad, con la presencia de Carolyn y de tres allegados íntimos. Sólo cuatro personas, y lágrimas que no cesaban.

En el jardín de las delicias
«En mi desolación -escribía Ayala en su Retrato de personaje desconocido-, el sentirme desgajado de los seres más próximos me hace advertir ahora y recuerdo algo que yo solía aceptar con indiferente ironía: el hecho de no haber sido capaz nunca de reconocerme en ése que, bajo disfraces varios, creen los demás descubrir en mí. Es el equívoco insalvable del carnaval del mundo». Como Buñuel, que se puso la mano en el corazón, dijo que se pararía y se paró, Ayala fijó la hora de su muerte. ¿Cuando? Ahora...

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