lunes, 20 de enero de 2014

LA VIOLENTA IMPLANTACION DEL ESTADO Y EL DERECHO CUBANOS

"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace:
ganémosla de pensamiento.”


José Martí


 
Hace apenas 500 años el Verde Caimán del Caribe, la Isla Hembra- así es llamada Cuba por los poetas, quizás por verde, estrecha y larga, como si flotara siempre, siempre poseída -, estaba habitada por aborígenes a quienes la benevolencia del clima les permitía vivir sencilla y naturalmente como si todo el cuerpo fuera la cara.

La civilización, sin embargo venía de antaño. El mundo ya estaba dividido en la concepción oriental de la sociedad, el estado y el derecho, que ha seguido un desarrollo colectivo, colectivizante, de hombres que de servidores de la sociedad, en la mayoría de los casos, han devenido en servidos por los pueblos, cuyos más claros ejemplos lo han sido, a través de la historia, los regímenes despóticos de Egipto,  Mesopotamia, la India y China, en la antigüedad, y en la era moderna los gobiernos totalitarios de Europa del Este, tras la Cortina de Hierro; y  la concepción occidental,  que ha procurado el desarrollo de la propiedad privada, del individuo, haciéndolo ciudadano para erigirlo en soberano en un estado de derecho a su servicio y que tiene en el cristianismo su base espiritual. Europa, espacio vital de occidente, había disfrutado de una unidad estructural; la que le ofreció el imperio romano, que no sólo fue un hecho militar, una fuerza política, sino un movimiento civilizador, creador de humanidad, de sociabilidad, de vida en común, del derecho romano, y que llegó a tener por más de mil años la esencia de toda una cultura en un idioma común; el latín.

El desarrollo científico del siglo XV, le permitió al Viejo Continente, "buscar nuevas rutas para el comercio" por lo que en 1492, el más iluminado de los almirantes vio la tierra más fermosa que ojos humanos han visto, con la ignorancia de creer que Haití era Cipango y que Cuba era la China, y que los habitantes de Japón y China  eran los moradores del país de las vacas sagradas, y todos, aún hoy, lo nombramos el Descubridor, como si los primeros pobladores, que habían llegado saltando de isla en isla a través del Mar Caribe, no conocieran la tierra que, pisaban sus plantas de la Punta al Cabo.

Colón, el precursor de la cristianización de América - a costa del sacrificio de los nativos y sus valores - había expresado su intención de coronarse Virrey de las nuevas tierras. “Y, en su diario escribió la palabra oro 139 veces y la palabra Dios o la frase Nuestro Señor sólo 51, y el 27 de noviembre de 1492 consignaba: tendrá la cristiandad negocio en ella".[1]

Para muchos el Descubrimiento, el Encuentro entre dos Mundos o el Nacimiento de América - hay cosas para las que no hay nombres -, fue un hecho simplemente reaccionario, y para algunos, hasta casual, como si los fenómenos sociales, complejos y simultáneos, no fueran el producto de infinitas causas, inalcanzables, la mayoría de ellas,  a la razón humana.  Cada época histórica tiene su propio discurso. Hoy no es fácil asimilar que Cristóbal Colón no sea el Descubridor de América, pues entonces Humbolt no sería el Segundo, como lo proclamamos nosotros mismos, sino el Tercero, y el sabio Don Fernando Ortiz no sería el Tercer Descubridor de Cuba, sino el Cuarto. ¡Y, que sería de nuestra historia sin el mito de las Tres Carabelas!

 Abierto el camino por Cristóbal Colón, se apareció, tras su ruta, en 1512, por el oriente del largo lagarto verde, Diego Velázquez, capitaneando a trescientos hombres, los que, por sus procederes, santos y señas reflejaban ser genízaros sin empleos que, escapados de las secas, ásperas y delirantes laderas de Castilla – roca viva y vieja angustia de España -, invadidas por los rebaños trashumantes, con la esperanza de encontrar suelo fértil y enriquecerse con el pillaje, procuraron aventuras envolviéndose en las expediciones de los conquistadores a las Indias Occidentales; y otros, no se sabe de qué gitanos de las cuevas de Sacromonte, o  presidiarios, bagarinos, galeotes, herreros o artistas de Triana –diestros en sustraer y camuflar-, que cantaban, bailaban y lloraban a la vez, viviendo un presente sin ayer ni mañana, que habían llegado del oriente a Sevilla por el Estrecho de Gibraltar,  y que después del edicto de los Reyes Católicos, por el cual los egipcianos debían abandonar su  vida itinerante y establecerse en tierra fija,  eligieron la mar, hasta llegar al verde cocodrilo con ojos de piedra y agua, tendido, como en un bostezo, en la boca abierta de Las Américas.

 A fuerza de fuego, espada, enfermedades y muerte implantaron -  y diz que en el nombre de Dios -, una sociedad, estado y derecho extraños, culminantes de una realidad foránea especialísima, que la... ¡siempre! ... isla de Cuba no vivía. Fue una sociedad con elementos sacrificados, un estado y un derecho precarios, donde se confundían las potestades políticas, militares y en algunos casos las judiciales, en los mismos funcionarios y que, quinientos años después, en los albores del siglo XXI, a pesar de las coyunturales variaciones, sobrevive con los típicos dictadores latinoamericanos.



[1] Eduardo Galeano. Cinco siglos de prohibición del arcoiris del cielo americano.  Ser como ellos y otros artículos, Siglo Veintiuno de España Editores, España, 1992

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