lunes, 31 de enero de 2011

EL SOBERANO ES EL HOMBRE


Por Faisel Iglesias

El hombre no es medio para fin alguno; el fin es el hombre porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Sin embargo el surgimiento o implantación del Estado y el Derecho, en fin, el poder constituido de los hombres, hicieron nacer el concepto de Soberanía. Surgió como un elemento defensivo de los nacientes estados burgueses contra el poder de la Iglesia y los señores feudales, después para extender el poder de los representantes de los estados hasta llevarlo a planos absolutos. Paso de mecanismo de defensa a instrumento de opresión.

El principio de soberanía tiene dos vertientes: una interior, que se proyecta sobre los ciudadanos que habitan dentro de las fronteras donde se ejerce, exigiendo obediencia al poder del estado; y, otra exterior, como expresión de legitimidad, pues en realidad se presenta como representante de la sociedad toda.

La Soberanía Nacional ha servido de fundamento para que el pueblo se limite a elegir a quienes han de formar la voluntad nacional con plena libertad, mientras el principio de Soberanía Popular, legitima el poder estatal, asentado en el consentimiento de los ciudadanos.

El principio de Soberanía Popular ha quedado vinculado históricamente al sufragio, al imperio de la ley, a un entendimiento de la democracia en que la participación del ciudadano no puede quedar reducida a elegir a sus gobernantes cada cierto número de años, sino a condicionar las decisiones de éstos. Sin embargo, los gobernantes muchas veces confunden maliciosamente su poder, con el principio de Soberanía Nacional.

La voluntad del estado soberano ya no es la suma de la voluntad de cada uno de los ciudadanos, sino la de sus representante elegidos, limitando el derecho de cada ciudadano a participar creadora y responsablemente en la solución de las siempre novedosas y crecientes encrucijada que nos depara el devenir.

Un retroceso histórico del derecho del hombre a la soberanía lo constituyó la presunta Revolución Socialista de Octubre, la que por inspiración de Lenin, impuso la facultad de un ente incorpóreo, una ficción jurídica, el Partido Comunista – creídos la vanguardia de la sociedad -, de dirigir y orientar a la sociedad toda hacia la conquista de la sociedad ideal; el comunismo.

El aparato del estado, los partidos políticos, las doctrinas tienen los instrumentos jurídicos que les permiten sustituir al hombre. Más como expresara José Martí, "el primer trabajo del hombre es reconquistarse." Se trata del derecho y el deber natural de cada ser humano de defender su individualidad, su espiritualidad.

Hace cuatrocientos años, Cervantes en unos versos del nivel de su prosa expresó: "y he de llevar mi libertad en peso / sobre los propios hombros de mi gusto". Es algo que brota de uno mismo, complace y a la vez cuesta trabajo y exige responsabilidad. En el fondo se trata de la verdad como autenticidad. No la del decir ni la del pensar, sino la verdad de la vida, esa coincidencia de consigo mismo y la naturaleza.

Cuando el hombre no sostiene su libertad se miente a sí mismo. Confundir las voces con los ecos, sostener silencios en apariencias de decoro es contribuir a la desorientación de los que quizás no tengan recursos para descubrirse a sí mismos.

"Tu mismo te has forjado tu ventura", decía Cervantes. El héroe y mártir por la independencia de Cuba y la liberación de los cubanos, Ignacio Agramonte, ya en 1862, dijo: ..."[e]l individuo mismo es el guardián y soberano de sus intereses, de su salud física y moral; la sociedad no debe mezclarse en la conducta humana, mientras no dañe a los demás miembros de ella. Funestas son las consecuencias de la intervención de la sociedad en la vida individual; y más funestas aún cuando esa intervención es dirigida a uniformarla, destruyendo así la individualidad, que es uno de los elementos del bienestar presente y futuro de ella”…

Al hombre no se le puede conducir por cánones, doctrinas, ideologías hacia un fin predeterminado, aunque éste sea el bien intencionado camino de la sociedad ideal, porque sería convertirlo en un instrumento. El hombre necesita la plenitud de su individualidad, el afianzamiento de su capacidad de discernimiento, ante la avalancha de tendenciosidad, que con inmediatez nos lanzan. La interioridad del hombre, su espiritualidad, su conciencia es sagrada. Violársela sería mutilarlo en plena vida.

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