miércoles, 16 de septiembre de 2015

JOSE MARTI

faisel iglesias
Poco tiempo después del Pacto del Zanjón – que más que paz fue encono, según José Martí -, cuando los cubanos debimos hacer una valoración crítica de la guerra en el propio escenario de los sacrificios supremos, el Capitán General Martínez Campos (“El Pacificador”), descubrió una transitoria válvula de escape a la crisis; el puente de plata para los adversarios políticos; el exilio.

José Martí, futuro líder de la independencia y de la espiritualidad de la nación, la figura más relevante del periodo de transición del modernismo, que en América también significó la llegada de nuevos ideales artísticos, a quien Rubén Darío llamaba Maestro, apenas un niño en tiempos de la Guerra Grande, mientras más de doscientos cincuenta mil cubanos entregaron la vida a la causa por la independencia, periodo en que no había podido hacer más que tirarle una cáscara de naranja a un soldado español, por lo que había ido a la cárcel y escrito allí bellos versos y estremecedores relatos, andaba por el mundo cargado de nostalgia, soñando la patria - vivir por Cuba en cuerpo y alma no es lo mismo que sobrevivir en Cuba en carne viva - con la fuerza de un creador divino, se lanzó, cargado de ideales a entrelazar las ramas de los pinos nuevos con los viejos robles a fin de hacer la que él llamara “la guerra necesaria” por la independencia de Cuba.

Martí  vivió la mayor parte de su vida en New York. Fue el periodo más fecundo de su existencia, en momentos que la ciudad conformaba una nueva visión de  sociabilidad, de vida en común, donde el individuo era el protagonista, y a partir de su plenitud, su trascendencia.

“Haremos los cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su derecho total, que es lo único que justifica el sacrificio a que se convida a todo un pueblo”[1], expresó quien, el primer día de combate, convencido de que todo el que da luz se queda sólo - "puedo morir mañana", había escrito el día anterior al fatídico de Dos Ríos-, cayó de su caballo mortalmente herido para levantarse desde entonces un mito hasta hoy inalcanzable para los cubanos.

“O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, - o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños”[2]
 
“Que cada opinión esté representada en el gobierno… que no se vea obligada a ser la oposición … ni influir en el gobierno como enemiga obligada, y por residencia, sino de cerca, con su opinión diaria, y por derecho reconocido. Garantía para todos. Poder para todos.”[3]
 
Máximo Gómez, Generalísimo en Jefe del Ejercito Libertador, cree en la centralización del poder, sin que tenga cabida ninguna institución civil:
 
 “Acaso se puede citar una revolución en el mundo que no tenga un dictador”, exclamaba. “Martí, limítese Ud. a lo que digan las instrucciones, y lo demás, el general Maceo hará lo que debe hacerse”, le ordenó al Delegado, cuando lo comisionó, junto al Lugarteniente General, a procurar  el apoyo del Presidente de México.

Antonio Maceo, ya en campaña, procuró mantener alejada la tropa del verbo elocuente del que ya reconocían como “El Presidente”, con el propósito de que no fueran convencidos por la lengua liberal del “Capitán Araña”, como despectivamente llamaban los caudillos al líder liberal.

Cuando Martí llegó a Estados Unidos se impresionó con el desarrollo económico y el sistema político existentes.  No hacía mucho que Edison había brindado una nueva luz al mundo con su lámpara eléctrica; Graham Bell había conseguido trasmitir la voz humana a través del espacio y de los mares. Sus habitantes eran hombres de diferentes razas, religiones, naciones, pero todos tenían un espíritu común vertebrado por un documento trascendental: la constitución norteamericana.

“En The Hour de Nueva York, del 10 de julio de 1880, José Mari expresa: “Estoy, al fin, en un país donde cada uno parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente, por ser aquí la libertad fundamento, escudo, esencia de la vida [...] Nunca sentí sorpresa en ningún país del mundo que visité. Aquí quedé sorprendido [...]”[4]

José Martí conocía la carta de los derechos del ciudadano, el discurso de respeto a las minorías y a la diversidad.  Y consiente de “que la tiranía es una misma en sus variables formas”[5], que el Gobierno debe ser la mayor reflexión sobre la imperfecta naturaleza humana”[6], viendo el sable en el puño de los militares y las órdenes brotando, como fallos inapelables, de sus discursos políticos, le había escrito a Máximo Gómez:

“No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”[7]. Y más adelante escribió: “Gobierno no es, sino la dirección de las fuerzas nacionales de manera que la persona humana pueda cumplir dignamente sus fines.”[8] Y el 5 de mayo de 1895, catorce días antes de caer en combate dijo en tono herido al ver cómo Gómez y Maceo hablaban a solas, bajito, a sus espaldas: “va a caer la noche sobre Cuba”[9]

“Juntarse es la palabra de orden.” exhortó José Martí a los patriotas cubanos cuando los convocando a la guerra de 1895. Juntarse es acercarse, arrimarse, acompañarse de alguien en el andar… Permite en consecuencia la autonomía de cada elemento. Por eso, el Partido Revolucionario Cubano, que fundara para organizar la “guerra necesaria”, estaba constituido por “clubes independientes.” Sin embargo, históricamente los lideres cubanos, desde Gómez y Mace hasta Fidel Castro, han interpretado la palabra “juntarse” del Maestro de modo restrictivo, significando solo una de sus acepciones: “unidad”. Según la real Academia de la Lengua Española, unidad significa propiedad de todo ser, en virtud de la cual no se puede dividirse. Singularidad en número.  Conformidad en la que solo hay un asunto. Lazo de unión en todo lo que ocurre. En consecuencia el “juntarse” de José Martí, no es la “unidad” que procuran y que tan bien le ha convenido a los sucesivos dictadores de la Perla de las Antillas.  La unidad que han procurado los revolucionarios cubanos no nos ha permitido alcanzar el proyecto libertario de José Martí. Significativamente los Padres Fundadores de la Constitución Norteamericana defendieron la diversidad y el derecho de las minorías a ser tratados igual y triunfaron. Martí creyó que la guerra era la paz del futuro. Desde el exilio veía la independencia de Cuba como el objetivo inmediato y los sacrificios de la guerra como un proceso de purificación, donde todas las miserias y conceptos equivocados serian sanadas. La unidad política de todos los elementos ignora el peligro de que cuando la “unidad” adquiere forma de gobierno, al presuponer un mando centralizado, obediencia ciega, el sometimiento a la idea única, limita contornos, fija posiciones dogmáticas, no admite discrepancias y, a fin de cuentas, elimina la palabra libertad, el respeto a la diversidad  y a las minorías.

La diversidad, por el contrario jamás define bordes, no completa las ideas, para siempre volver a ellas con nuevos bríos, porque es de pensamiento abierto. El respeto a las minoría significa darle a un elemento el valor del todo, oponerse a la dictadura de la mayoría, porque el bien supremo es la persona humana, su dignidad, su plenitud, no la el poder.

José Martí tenía un ideal, pero no tenía un sistema filosófico. Tener un ideario no significa tener un sistema de pensamiento, una clara concepción del estado y el derecho para una Cuba futura. Le faltó, además, el marco apropiado: un pacto social que se erigiera en asamblea constituyente para delinear y consagrar una clara concepción del estado y del derecho donde se consagraran, como ley primera, los derechos fundamentales del ciudadano y se establecieran las competencias de los órganos de gobierno, como si lo pudo hacer Ignacio Agramonte en Guáimaro. Y, en su defecto, se encontró en La Mejorana con un Máximo Gómez y un Antonio Maceo que pretendía un mando vertical a la revolución que andando el tiempo ha devenido en sucesivos gobiernos dictatoriales.

El día 16 de agosto de 2015, a la salida del Encuentro Nacional Cubano, en San Juan, Puerto Rico, donde la oposición interna al castrismo y el exilio se reunieron para trazar estrategia de luchas para el futuro, el joven escritor Orlando Luis Pardo Lazo, conociendo el borrador de esta obra me escribió:

La historiadora Marial Iglesias no se aparta de lo expresado por Santí, aunque le añade un giro particular. Comienza por referirse a “[l]as múltiples y a menudo contrapuestas interpretaciones acumuladas a lo largo de casi cien años de esfuerzos hermenéuticos,” cuya sedimentación creó “la muralla infranqueable que separa al Martí autor/actor del lector/receptor de estos tiempos” (1998).” 

 “La imposibilidad de leer a Martí se origina entonces, primero que todo, en las diversas y contrapuestas lecturas de sus intérpretes. Santí pone el énfasis en la obra; Iglesias en los lectores, invirtiendo así análisis del primero: la producción hermenéutica ha creado tantos Martí que ha vuelto imposible comprenderlo a cabalidad. O dicho de otra manera: la multiplicación de los lectores, y por supuesto de las lecturas, han alejado a Martí, volviéndolo inaccesible. Con lo cual la crítica crea su propia encerrona. Notemos que es solo después que la falta les es imputada a los lectores que aparece para ella el segundo problema, el que había comentado Santí:

 Si se intenta salvar este obstáculo escapando de esa intrincada maraña discursiva al situarse en el contexto interior de la propia obra martiana, hay que enfrentar entonces una gran masa de textos de muy difícil temática y factura, unidos entre sí por un estilo esplendoroso, pero a menudo oscuro, lleno de metáforas crípticas, donde las fronteras de la prosa y la poesía se confunden. Haciendo política también con poesía, sus discursos y artículos políticos están plagados de metáforas tan vívidas y complejas que es casi una quimera dar con la clave última de su verbo (“José Martí”)”.

Y, horas después recibía otro email de Pardo Lazo:

Hermano: ¿Conoces este libro del cubano Francisco Morán sobre una relectura radical de Martí?:

 "En un artículo publicado en la revista Vuelta en 1986 Enrico Mario Santí mencionaba “el carácter ambiguo, literario y, por tanto, abierto, de la prosa de Martí,” y lo que según él, “explica, al menos en parte, el por qué su obra se lee, entre nosotros, un poco como la Biblia: es todo para todos. Fijémonos en que ese carácter ambiguo y literario parece clausurar las posibilidades de arribar a cualquier lectura conclusiva del texto martiano. El ejemplo de los Estados Unidos es revelador porque trae a la palestra el problema de los debates en torno a Martí: se lo usa como arma para atacar y defender a la nación norteamericana. Aquello que cierra las posibilidades interpretativas, las mantiene abiertas."

Los revolucionarios isleños nunca tuvieron una concepción autóctona de lo que debería ser el estado y el derecho cubanos. En Guáimaro, constituyente de la República en Armas, se procuró una forma de gobierno que en realidad era una copia de las instituciones europeas y norteamericanas, que no se ajustaban a las necesidades de un país donde el estado no surgió como un medio para organizar mejor la cosa pública, sino como instrumento de saqueo y dominación.

Lograda la independencia, la Constituyente de 1902, se realizó bajo la ocupación  norteamericana. Solo en 1940 se procuró una concepción del estado y el derecho con instituciones autóctonas, como el Tribunal de Cuentas, para combatir la corrupción, pero que en realidad fue letra muerta, entre otras cosas, por la rigidez de un cuerpo legal que reflejaba  instituciones propias de una ley orgánica, en vez de consagrar normas flexibles, capaces de someterse a sucesivas interpretaciones históricas, como corresponde a una constitución.

 Se acumularon los conflictos sociales y en 1952 el dictador Fulgencio Batista rompió la institucionalidad con el golpe de estado del 10 de marzo. Por último el castrismo hizo consagrar una mal llamada constitución que en su Artículo 5 abdica su condición de ley suprema a favor del Partido Comunista, lo que ha hecho que el estado, gobierno y sociedad sea dirigido por una doctrina que se ha creído la verdad del mundo.

Este déficit de originalidad en el discurso histórico cubano, no solo se observa en cuanto a la concepción del estado y el derecho. Alexis Jardines, en su obra Filosofía Cubana in nuce, expresa:

“A pesar de que la versión oficial, presupone sin más, la existencia de un pensamiento filosófico bien definido, con su tradición, su historia y su originalidad, los historiadores de las ideas  son muy cuidadosos a la hora de hablar de “filosofía cubana”. Siguiendo a Medardo Vitier, la expresión habitual en estos casos es “la filosofía en Cuba.” Lo cual denota la estancia de la Filosofía entre nosotros. Si exceptuamos algún que otro artículo menor, como el de Waldo Ross – y puede verificarse el dato – todas las obras de historia de las ideas en Cuba que se centran en el tema de la filosofía cubana evitan, en sus títulos, el reconocimiento tácito de una filosofía cubana (a pesar de que no dudan en admitir su existencia toda vez que pasan al desenvolvimiento del contenido). La utilización del giro “la filosofía en Cuba” en vez de  “la filosofía cubana” hace patente  que de lo que se trata en realidad es de la recepción de la filosofía en Cuba y  nunca de una filosofía autóctona”… “de una filosofía cubana, en rigor, solo puede hablarse hacia la década de los 40 – 50 del siglo XX, justo el periodo más olvidado y subvalorado por nuestra historia filosófica”.[10]



[1]  Roberto Agramonte. Ob. Cit.
[2] José Martí. Discurso pronunciado en la ciudad de Tampa, el día 26 de noviembre de 1891.
[3] José Martí. Fragmentos de apuntes. Nueva York (entre 1885 y 1895). Obras Completas. Tomo 22. Páginas 108 a 109
[4] José Martí, Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 19, p. 106 – 107
[5]  Carlos Ripoll. José Martí, Letras y huellas desconocidas. Peg. 97, Elise Torres & Sons. New York. 1976.
[6] Madison. Ensayo 51. El Federalista.
[7] José Martí. Carta al General Máximo Gómez de fecha 20 de octubre de 1884.
[8] José Martí. Artículo "La próxima exposición de New Orleans." La América. Nueva York, mayo de 1884. Tomo 8. Página 369.
[9]  Roberto D Agramonte. Martí y su concepción de la sociedad. Editorial de la Universidad de Puerto Rico. 1984. Tomo 2, Pág. 97.
[10] Alexis Jardines. Filosofia cubana in nuce. ensayo de historia intelectual. editorial colibri. madrid, espana. pag. 11-12.


 

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