Poco
tiempo después del Pacto del Zanjón – que más que paz fue encono, según José
Martí -, cuando los cubanos debimos hacer una valoración crítica de la guerra
en el propio escenario de los sacrificios supremos, el Capitán General Martínez
Campos (“El Pacificador”), descubrió una transitoria válvula de escape a la
crisis; el puente de plata para los adversarios políticos; el exilio.
Antonio Maceo, ya en campaña, procuró mantener alejada la tropa del verbo elocuente del que ya los soldados revolucionarios, reconocían como “El Presidente”, con el propósito de que no fueran convencidos por la lengua liberal del “Capitán Araña”, como despectivamente llamaban los caudillos al líder liberal.
José Martí, consiente de “que la tiranía es una misma en sus variables formas”[6], que el Gobierno debe ser la mayor reflexión sobre la imperfecta naturaleza humana”[7], viendo el sable en el puño de los militares y las órdenes brotando, como fallos inapelables, de sus discursos políticos, le había escrito a Máximo Gómez: “No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”[8]. Y más adelante escribió: “Gobierno no es, sino la dirección de las fuerzas nacionales de manera que la persona humana pueda cumplir dignamente sus fines.”[9] Y el 5 de mayo de 1895, catorce días antes de caer en combate dijo en tono herido al ver cómo Gómez y Maceo hablaban a solas, bajito, a sus espaldas: “va a caer la noche sobre Cuba”[10]
En consecuencia, se acumularon los conflictos sociales y en 1952 el dictador Fulgencio Batista rompió la institucionalidad con el golpe de estado del 10 de marzo. Por último el castrismo, copiando la concepción soviética del estado y del derecho, hizo consagrar una mal llamada constitución que en su Artículo 5 abdica su condición de ley suprema a favor del Partido Comunista (por tanto ya no es ley suprema y científicamente no es una constitución), lo que ha hecho que el estado, gobierno y sociedad sea dirigido por una doctrina que se ha creído la verdad del mundo.
José
Martí, entonces futuro líder de la independencia y de la espiritualidad de la
nación, la figura más relevante del periodo de transición del modernismo, que
en América también significó la llegada de nuevos ideales artísticos, a quien
Rubén Darío llamaba Maestro, apenas un niño en tiempos de la Guerra Grande,
mientras más de doscientos cincuenta mil cubanos entregaron la vida a la causa
por la independencia, periodo en que no había podido hacer más que tirarle una
cáscara de naranja a un soldado español, por lo que había ido a la cárcel y
escrito allí bellos versos y estremecedores relatos, andaba por el mundo
cargado de nostalgia, soñando la patria - vivir por Cuba en cuerpo y alma no es
lo mismo que sobrevivir en Cuba en carne viva! - con la fuerza de un creador
divino, se lanzó, cargado de ideales a entrelazar las ramas de los pinos nuevos[1]
con los viejos robles a fin de hacer la que él llamara “la guerra necesaria”
por la independencia de Cuba.
Cuando
Martí llegó a Estados Unidos
se impresionó con el desarrollo económico y el sistema político
existentes. No hacía mucho que Edison
había brindado una nueva luz al mundo con su lámpara eléctrica; Graham Bell
había conseguido trasmitir la voz humana a través del espacio y de los mares.
Sus habitantes eran hombres de diferentes razas, religiones, naciones, pero
todos tenían un espíritu común vertebrado por un documento trascendental: la
constitución norteamericana. “En The
Hour de Nueva York, del 10 de julio de 1880, expreso: “Estoy, al fin, en un
país donde cada uno parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente,
por ser aquí la libertad fundamento, escudo, esencia de la vida [...] Nunca
sentí sorpresa en ningún país del mundo que visité. Aquí quedé sorprendido
[...]”[2]
Martí vivió la mayor parte de su vida en New York,
en momentos que la ciudad conformaba una nueva visión de sociabilidad, de vida en común, donde el
individuo era el protagonista, y a partir de su plenitud, su trascendencia. Fue
el periodo más fecundo de su existencia. Allí José Martí escribió: “Haremos los
cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su derecho
total, que es lo único que justifica el sacrificio a que se convida a todo un
pueblo.”[3] “O la república tiene por base el
carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y
pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de
familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro
del hombre, - o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una
sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para
sueños”[4] …“Que cada opinión esté representada en el gobierno… que no se vea
obligada a ser la oposición … ni influir en el gobierno como enemiga obligada,
y por residencia, sino de cerca, con su opinión diaria, y por derecho
reconocido. Garantía para todos. Poder para todos.”[5]
Máximo Gómez, Generalísimo en Jefe del
Ejercito Libertador, sin embargo, cree en la centralización del poder, sin que
tenga cabida ninguna institución civil: “Acaso se puede citar una
revolución en el mundo que no tenga un dictador”, exclamaba. “Martí, limítese
Ud. a lo que digan las instrucciones, y lo demás, el general Maceo (Su
Lugarteniente) hará lo que debe hacerse”, le ordenó al Delegado, cuando lo
comisionó a procurar el apoyo del
Presidente de México.Antonio Maceo, ya en campaña, procuró mantener alejada la tropa del verbo elocuente del que ya los soldados revolucionarios, reconocían como “El Presidente”, con el propósito de que no fueran convencidos por la lengua liberal del “Capitán Araña”, como despectivamente llamaban los caudillos al líder liberal.
José Martí, consiente de “que la tiranía es una misma en sus variables formas”[6], que el Gobierno debe ser la mayor reflexión sobre la imperfecta naturaleza humana”[7], viendo el sable en el puño de los militares y las órdenes brotando, como fallos inapelables, de sus discursos políticos, le había escrito a Máximo Gómez: “No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”[8]. Y más adelante escribió: “Gobierno no es, sino la dirección de las fuerzas nacionales de manera que la persona humana pueda cumplir dignamente sus fines.”[9] Y el 5 de mayo de 1895, catorce días antes de caer en combate dijo en tono herido al ver cómo Gómez y Maceo hablaban a solas, bajito, a sus espaldas: “va a caer la noche sobre Cuba”[10]
“Juntarse
es la palabra de orden.” exhortó José Martí a los patriotas cubanos cuando los
estaba convocando a la guerra de 1895. Juntarse es acercarse, arrimarse,
acompañarse de alguien en el andar… Permite en consecuencia la autonomía de
cada elemento. Por eso, el Partido Revolucionario Cubano, que fundara para
organizar la “guerra necesaria”, estaba constituido por “clubes
independientes.” Sin embargo, históricamente los lideres cubanos, desde Gómez y
Mace hasta Fidel Castro, han interpretado la palabra “juntarse” del Maestro de
modo restrictivo, significando solo una de sus acepciones: “unidad”. Según la
real Academia de la Lengua Española, unidad significa propiedad de todo ser, en
virtud de la cual no se puede dividirse. Singularidad en número. Conformidad en la que solo hay un asunto.
Lazo de unión en todo lo que ocurre. En consecuencia el “juntarse” de José
Martí, no es la “unidad” que procuran y que tan bien le ha convenido a los
sucesivos dictadores de la Perla de las Antillas. La unidad que han procurado los
revolucionarios cubanos no nos ha permitido alcanzar el proyecto libertario de
José Martí. Significativamente los Padres Fundadores de la Constitución
Norteamericana defendieron la diversidad y el derecho de las
minorías a ser tratados igual y triunfaron. Martí creyó que la guerra era la
paz del futuro. Desde el exilio veía la independencia de Cuba como el objetivo
inmediato y los sacrificios de la guerra como un proceso de purificación, donde
todas las miserias y conceptos equivocados serian sanadas. La unidad política
de todos los elementos ignora el peligro de que cuando la “unidad” adquiere forma
de gobierno, al presuponer un mando centralizado, obediencia ciega, el
sometimiento a la idea única, limita contornos, fija posiciones dogmáticas, no
admite discrepancias y, a fin de cuentas, elimina la palabra libertad, el
respeto a la diversidad y a las
minorías.
La
diversidad, por el contrario jamás
define bordes, no completa las ideas, para siempre volver a ellas con nuevos
bríos, porque es de pensamiento abierto. El respeto a las minoría significa
darle a un elemento el valor del todo, oponerse a la dictadura de la mayoría,
porque el bien supremo es la persona humana, su dignidad, su plenitud, no la el
poder. De ahí el hecho trascendente de que los funcionarios publico en Norteamérica
sean considerados meros “servidores públicos”, mientras en
los países de la que Martí llamara Nuestra América, se les identifica con el “ejercicio
del poder”
José
Martí tenía un ideal, pero no tenía un sistema filosófico. Tener un ideario no
significa tener un sistema de pensamiento, una clara concepción del estado y el
derecho para una Cuba futura. Le faltó, además, el marco apropiado: un “pacto
social”, propio de la Era Moderna, que se erigiera en asamblea
constituyente para delinear y consagrar una clara concepción del estado y del
derecho donde se consagraran, como ley primera, los derechos fundamentales del
ciudadano y se establecieran las competencias de los órganos de gobierno, como
si lo pudo hacer Ignacio Agramonte en Guáimaro. Y, en su defecto, se encontró
en La Mejorana con un Máximo Gómez y un Antonio Maceo que pretendía un mando
vertical a la revolución que andando el tiempo ha devenido en sucesivos
gobiernos dictatoriales.
El
día 16 de agosto de 2015, a la salida del Encuentro Nacional Cubano, en San
Juan, Puerto Rico, donde la oposición interna al castrismo y el exilio se
reunieron para trazar estrategia de luchas para el futuro, el joven escritor
Orlando Luis Pardo Lazo, conociendo el borrador de esta obra me escribió:
“La
historiadora Marial Iglesias se refiere a “[l]as múltiples y a menudo
contrapuestas interpretaciones acumuladas a lo largo de casi cien años de
esfuerzos hermenéuticos,” cuya sedimentación creó “la muralla infranqueable que
separa al Martí autor/actor del lector/receptor de estos tiempos.”
“La
imposibilidad de leer a Martí se origina entonces, primero que todo, en las
diversas y contrapuestas lecturas de sus intérpretes. Santí pone el énfasis en
la obra; Marial Iglesias en los lectores, invirtiendo así análisis del primero:
la producción hermenéutica ha creado tantos Martí que ha vuelto imposible
comprenderlo a cabalidad. O dicho de otra manera: la multiplicación de los
lectores, y por supuesto de las lecturas, han alejado a Martí, volviéndolo
inaccesible. Con lo cual la crítica crea su propia encerrona. Notemos que es
solo después que la falta les es imputada a los lectores que aparece para ella
el segundo problema, el que había comentado Santí:
Si se
intenta salvar este obstáculo escapando de esa intrincada maraña discursiva al
situarse en el contexto interior de la propia obra martiana, hay que enfrentar
entonces una gran masa de textos de muy difícil temática y factura, unidos
entre sí por un estilo esplendoroso, pero a menudo oscuro, lleno de metáforas
crípticas, donde las fronteras de la prosa y la poesía se confunden. Haciendo
política también con poesía, sus discursos y artículos políticos están plagados
de metáforas tan vívidas y complejas que es casi una quimera dar con la clave
última de su verbo (“José Martí”)”.
Y,
horas después recibía otro email de Pardo Lazo:
Hermano:
¿Conoces este libro del cubano Francisco Morán sobre una relectura radical de
Martí?:
"En un
artículo publicado en la revista Vuelta en 1986 Enrico Mario Santí mencionaba
“el carácter ambiguo, literario y, por tanto, abierto, de la prosa de Martí,” y
lo que según él, “explica, al menos en parte, el por qué su obra se lee, entre
nosotros, un poco como la Biblia: es todo para todos. Fijémonos en que ese
carácter ambiguo y literario parece clausurar las posibilidades de arribar a
cualquier lectura conclusiva del texto martiano. El ejemplo de los Estados
Unidos es revelador porque trae a la palestra el problema de los debates en
torno a Martí: se lo usa como arma para atacar y defender a la nación
norteamericana. Aquello que cierra las posibilidades interpretativas, las
mantiene abiertas."
De
modo que, una de las grandes virtudes de José Martí, paradójicamente puede haber
sido una de las causas del fracaso de su proyecto libertario; su lenguaje poético.
Es decir, el discurso político de José Martí está cargado de metáforas. Y la metáfora
ilumina el camino, pero no hace el sendero.
La
historia cubana del desatino no comenzó, como ye hemos expresado, con José Martí.
En Guáimaro, constituyente de la República en Armas, se procuró una forma de
gobierno que en realidad era una copia de las instituciones europeas y
norteamericanas, que no se ajustaban a las necesidades de un país donde el
estado no surgió como un medio para organizar mejor la cosa pública, sino como
instrumento de saqueo y dominación foránea. Lograda la independencia, la
Constituyente de 1902, se realizó bajo la ocupación norteamericana. Solo en 1940 se procuró una
concepción del estado y el derecho con instituciones autóctonas, como el
Tribunal de Cuentas, para combatir la corrupción, pero que en realidad fue
letra muerta, entre otras cosas, porque convertía en norma, en dogma lo que debían
ser principios constitucionales, por la rigidez de un cuerpo legal que
reflejaba instituciones propias de una
ley orgánica, en vez de consagrar la flexibilidad, capaz de someterse a
sucesivas interpretaciones históricas, como corresponde a una carta magna.En consecuencia, se acumularon los conflictos sociales y en 1952 el dictador Fulgencio Batista rompió la institucionalidad con el golpe de estado del 10 de marzo. Por último el castrismo, copiando la concepción soviética del estado y del derecho, hizo consagrar una mal llamada constitución que en su Artículo 5 abdica su condición de ley suprema a favor del Partido Comunista (por tanto ya no es ley suprema y científicamente no es una constitución), lo que ha hecho que el estado, gobierno y sociedad sea dirigido por una doctrina que se ha creído la verdad del mundo.
Así
las cosas, ni los revolucionarios, ni los políticos, ni los estadistas
cubanos nunca han tenido una concepción autóctona de lo que debería ser el
estado y el derecho cubanos. Este déficit de originalidad en el discurso
histórico cubano, no solo se observa en cuanto a la concepción del estado y el
derecho. Alexis Jardines, en su obra Filosofía Cubana in nuce, expresa:
“A pesar de que la versión oficial, presupone sin más, la
existencia de un pensamiento filosófico bien definido, con su tradición, su
historia y su originalidad, los historiadores de las ideas son muy cuidadosos a la hora de hablar de
“filosofía cubana”. Siguiendo a Medardo Vitier, la expresión habitual en estos
casos es “la filosofía en Cuba.” Lo cual denota la estancia de la Filosofía
entre nosotros. Si exceptuamos algún que otro artículo menor, como el de Waldo
Ross – y puede verificarse el dato – todas las obras de historia de las ideas
en Cuba que se centran en el tema de la filosofía cubana evitan, en sus
títulos, el reconocimiento tácito de una filosofía cubana (a pesar de que no
dudan en admitir su existencia toda vez que pasan al desenvolvimiento del
contenido). La utilización del giro “la filosofía en Cuba” en vez de “la filosofía cubana” hace patente que de lo que se trata en realidad es de la
recepción de la filosofía en Cuba y
nunca de una filosofía autóctona”… “de una filosofía cubana, en rigor,
solo puede hablarse hacia la década de los 40 – 50 del siglo XX, justo el
periodo más olvidado y subvalorado por nuestra historia filosófica”.[11]
Por
tanto Cuba necesita, de cara al siglo XXI, un discurso ideo estético autóctono.
Instituciones y aptitud intelectual que nos permita viabilizar la plenitud de
cada ciudadano en particular ni de la sociedad en general. Es necesario estar a
las alturas de la circunstancias. Ese es el reto para el siglo XXI.
[1] José Martí llamo, en uno de
sus discursos, pinos nuevos, a las nuevas generaciones de revolucionarios que lucharían
por la independencia de Cuba contra el colonialismo español.
[2] José Martí, Obras
completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 19, p. 106 – 107
[3] Roberto Agramonte. Ob. Cit.
[4] José Martí. Discurso pronunciado en la ciudad de Tampa, el día 26
de noviembre de 1891.
[5] José Martí. Fragmentos de apuntes. Nueva York (entre 1885 y 1895). Obras
Completas. Tomo 22. Páginas 108 a 109
[6] Carlos Ripoll. José Martí,
Letras y huellas desconocidas. Peg.
97, Elise Torres & Sons. New York. 1976.
[7] Madison. Ensayo 51. El Federalista.
[8] José Martí. Carta al General Máximo Gómez de fecha 20 de octubre de
1884.
[9] José Martí. Artículo "La próxima exposición de New Orleans." La
América. Nueva York, mayo de 1884. Tomo 8. Página 369.
[10] Roberto D Agramonte. Martí y
su concepción de la sociedad. Editorial de la Universidad de Puerto Rico. 1984.
Tomo 2, Pág. 97.
[11] Alexis Jardines. Filosofia
cubana in nuce. ensayo de historia intelectual. editorial colibri. madrid,
espana. pag. 11-12.