Poco
tiempo después del Pacto del Zanjón – que más que paz fue encono, según José
Martí -, cuando los cubanos debimos hacer una valoración crítica de la guerra
en el propio escenario de los sacrificios supremos, el Capitán General Martínez
Campos (“El Pacificador”), descubrió una transitoria válvula de escape a la
crisis; el puente de plata para los adversarios políticos; el exilio.
José
Martí, futuro líder de la independencia y de la espiritualidad de la nación,
apenas un niño, en tiempos de la Guerra Grande, mientras más de doscientos
cincuenta mil cubanos entregaron la vida a la causa por la independencia, que
no había podido hacer más que tirarle una cáscara de naranja a un soldado
español, por lo que había ido a la cárcel y escrito allí bellos versos y
estremecedores relatos, andaba por el mundo cargado de nostalgia, soñando la
patria - vivir por Cuba en cuerpo y alma no es lo mismo que sobrevivir en Cuba
en carne viva - con la fuerza de un creador divino, se lanzó, cargado de
ideales a entrelazar las ramas de los pinos nuevos con los viejos robles a fin
de hacer la que él llamara “la guerra necesaria” por la independencia de Cuba.“Juntarse es la palabra de orden”[1], dijo. “Haremos los cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su derecho total, que es lo único que justifica el sacrificio a que se convida a todo un pueblo”[2], expresó quien, el primer día de combate, convencido de que todo el que da luz se queda sólo - "puedo morir mañana", había escrito el día anterior al fatídico de Dos Ríos-, cayó de su caballo mortalmente herido para levantarse desde entonces un mito hasta hoy inalcanzable para los cubanos.
“O la república tiene por base el carácter entero de cada
uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio,
el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio
íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, - o la
república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de
nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños”[3] …“Que cada opinión esté representada en el gobierno… que no se vea
obligada a ser la oposición … ni influir en el gobierno como enemiga obligada,
y por residencia, sino de cerca, con su opinión diaria, y por derecho
reconocido. Garantía para todos. Poder para todos.”[4]
Máximo
Gómez, Generalísimo en Jefe, del Ejercito Libertador, cree en la centralización
del poder, sin que tenga cabida ninguna institución civil:“Acaso se puede citar una revolución en el mundo que no tenga un dictador”, exclamaba. “Martí, limítese Ud. a lo que digan las instrucciones, y lo demás, el general Maceo hará lo que debe hacerse”, le ordenó al Delegado, cuando lo comisionó, junto al Lugarteniente General, a procurar el apoyo del Presidente de México.
Antonio Maceo, ya en campaña, procuró mantener alejada la tropa del verbo elocuente del que ya reconocían como “El Presidente”, con el propósito de que no fueran convencidos por la lengua liberal del “Capitán Arana”, como despectivamente llamaban los caudillos al líder liberal.
Cuando Martí llegó a Estados Unidos se impresionó con el desarrollo económico y el sistema político existentes. “En The Hour de Nueva York, del 10 de julio de 1880, expresa: “Estoy, al fin, en un país donde cada uno parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente, por ser aquí la libertad fundamento, escudo, esencia de la vida [...] Nunca sentí sorpresa en ningún país del mundo que visité. Aquí quedé sorprendido [...]”[5]
José Martí conocía la carta de los derechos del ciudadano, el discurso de respeto a las minorías y a la diversidad. Y consiente de “que la tiranía es una misma en sus variables formas”[6] , que el Gobierno debe ser la mayor reflexión sobre la imperfecta naturaleza humana”[7], viendo el sable en el puño de los militares y las órdenes brotando, como fallos inapelables, de sus discursos políticos, le había escrito a Máximo Gómez:
“No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”[8]. Y más adelante escribió: “Gobierno no es, sino la dirección de las fuerzas nacionales de manera que la persona humana pueda cumplir dignamente sus fines”[9] y el 5 de mayo de 1895, catorce días antes de caer en combate dijo en tono herido al ver cómo Gómez y Maceo hablaban a solas, bajito, a sus espaldas: “va a caer la noche sobre Cuba”[10]
José Martí apeló a la unidad y fracasó en su proyecto libertario. Significativamente los Padres Fundadores de la Constitución Norteamericana defendieron la diversidad y el derecho de las minorías a ser tratados igual y triunfaron. Martí creyó que la guerra era la paz del futuro. Desde el exilio veía la independencia de Cuba como el objetivo inmediato y los sacrificios de la guerra como un proceso de purificación, donde todas las miserias y conceptos equivocados serian sanadas. Convocó a la unidad a todos los elementos, ignorando el peligro de que cuando la UNIDAD adquiere forma de gobierno, al presuponer un mando centralizado, obediencia ciega, el sometimiento a la idea única, limita contornos, fija posiciones dogmáticas, no admite discrepancias y, a fin de cuentas, elimina la palabra libertad, el respeto a la diversidad y a las minorías.
La DIVERSIDAD, por el contrario jamás define bordes, no completa las ideas, para siempre volver a ellas con nuevos bríos, porque es de pensamiento abierto. El respeto a las minoría significa darle a un elemento el valor del todo, oponerse a la dictadura de la mayoría, porque el bien supremo es la persona humana, su dignidad, su plenitud, no la el poder.
José Martí tenía un ideal – tener un ideario no significa tener un sistema de pensamiento - de una Cuba futura, pero le faltó, además, el marco apropiado – un pacto social que se erigiera en asamblea constituyente - para delinear y consagrar una clara concepción del estado y del derecho donde se consagraran, como ley primera, los derechos fundamentales del ciudadano y se establecieran las competencia de los órganos de gobierno, como si lo pudo hacer Ignacio Agramonte en Guáimaro. Y, en su defecto, se encontró en La Mejorana con un Máximo Gómez y un Antonio Maceo que pretendían un mando vertical a la revolución que andando el tiempo ha devenido en sucesivos gobiernos dictatoriales.
Peor aún, los revolucionarios isleños nunca tuvieron una concepción autóctona de lo que debería ser el estado y el derecho cubanos. En Guáimaro, constituyente de la Republica en Armas, se procuró una forma de gobierno que en realidad era una copia de las instituciones europeas y norteamericanas, que no se ajustaban a las necesidades de un país donde el estado no surgió como un medio para organizar mejor la cosa pública, sino como instrumento de saqueo y dominación.
Lograda
la independencia, la Constituyente de 1902, se realizó bajo la ocupación norteamericana. Solo en 1940 se procuró una
concepción del estado y el derecho con instituciones autóctonas, como el
Tribunal de Cuentas, para combatir la corrupción, pero que en realidad fue
letra muerta, entre otras cosas, por la rigidez de un cuerpo legal que
reflejaba instituciones propias de una
ley orgánica, en vez de consagrar normas flexibles, capaces de someterse a
sucesivas interpretaciones históricas, como corresponde a una constitución.
Se acumularon los conflictos sociales y en
1952 el dictador Fulgencio Batista rompió la institucionalidad con el golpe de
estado del 10 de marzo. Por último el castrismo hizo consagrar una mal llamada
constitución que en su Artículo 5 abdica su condición de ley suprema a favor
del Partido Comunista, lo que ha hecho que el estado, gobierno y sociedad sea
dirigido por una doctrina que se ha creído la verdad del mundo.
Este
déficit de originalidad en el discurso histórico cubano, no solo se observa en
cuanto a la concepción del estado y el derecho. Alexis Jardines, en su obra
Filosofía Cubana in nuce, expresa:
“A pesar de que la versión oficial, presupone sin más, la existencia
de un pensamiento filosófico bien definido, con su tradición, su historia y su
originalidad, los historiadores de las ideas
son muy cuidadosos a la hora de hablar de “filosofía cubana”. Siguiendo
a Medardo Vitier, la expresión habitual en estos casos es “la filosofía en
Cuba.” Lo cual denota la estancia de la Filosofía entre nosotros. Si
exceptuamos algún que otro artículo menor, como el de Waldo Ross – y puede
verificarse el dato – todas las obras de historia de las ideas en Cuba que se
centran en el tema de la filosofía cubana evitan, en sus títulos, el
reconocimiento tácito de una filosofía cubana (a pesar de que no dudan en
admitir su existencia toda vez que pasan al desenvolvimiento del contenido). La
utilización del giro “la filosofía en Cuba” en vez de la “la filosofía cubana”
hace patente que de lo que se trata en
realidad es de la recepción de la filosofía en Cuba y nunca de una filosofía autóctona”… “de una filosofía
cubana, en rigor, solo puede hablarse hacia la década de los 40 – 50 del siglo
XX, justo el periodo más olvidado y subvalorado por nuestra historia
filosófica”.[11]
[1] Obras Completas, tomo 6, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1975,
páginas 15-23.
[2] Roberto Agramonte. Ob. Cit.
[3] José Martí. Discurso pronunciado en la ciudad de Tampa, el día 26 de
noviembre de 1891.
[4] José Martí. Fragmentos de apuntes. Nueva York (entre 1885 y 1895). Obras
Completas. Tomo 22. Páginas 108 a 109
[5] José Martí, Obras
completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 19, p. 106 – 107
[6] Carlos Ripoll. José Martí,
Letras y huellas desconocidas. Peg.
97, Elise Torres & Sons. New York. 1976.
[7] Madison. Ensayo 51. El Federalista.
[8] José Martí. Carta al General Máximo Gómez de fecha 20 de octubre de
1884.
[9] José Martí. Artículo "La próxima exposición de New Orleans." La
América. Nueva York, mayo de 1884. Tomo 8. Página 369.
[10] Roberto D Agramonte. Martí y
su concepción de la sociedad. Editorial de la Universidad de Puerto Rico. 1984.
Tomo 2, Pág. 97.
[11] Alexis Jardines. Filosofia
cubana in nuce. ensayo de historia intelectual. editorial colibri. madrid,
espana. pag. 11-12.