lunes, 27 de enero de 2014

QUE BUENO BAILA USTED

I
−Muchas veces la muerte no es más que una payasada. ¡El Benny muerto! De repente, aquel que hacía música del silencio, aquella voz de voces que se volvía amor, alegría, dolor... ¿Inmóvil? ¿Bajo la tierra? ¿Aquel que nos iluminaba con sus noches? No, hombre. Por eso yo no estaba allí, como no estaba él. Yo no me presto para tanta falsedad. El Benny jamás será un muerto... Hay muertos que no están en sus entierros, decía un poeta, hablando de los héroes.  Y a mí me gustan los poetas y los héroes. Unos dicen la verdad y los otros la son.
 Oh, oh, vida, si pudieras
Nadie creía en el capricho de aquella hora sacudida por el viento del destino. El Benny se había pasado la noche dando brincos en la cama. Amaneció con un sabor a estribo de cobre en la boca. Para nosotros no era más que la lógica resaca de sus continuas borracheras. Procuró la interjección musical que siempre hacía en sus canciones para limpiar las cuerdas vocales…
“¡Eeeeeee!”
 Pero, lejos de ponerse en condiciones de dar las notas claras, sintió un punzante dolor en el estómago y escupió un buche de sangre espumosa. El blanco de los ojos lo tenía amarillo. Se tendió de nuevo sobre la cama, tomó un poco de agua y respiró profundo. Las enfermeras entraban y salían de la habitación con rapidez. Generoso, al pie de la cama, sólo las miraba. Los chiquillos del barrio, al no dejarlos entrar, se turnaban, parándose unos en hombros de los otros, para mirar por la ventana abierta al cielo y ver al Bárbaro tendido, mientras los galenos lo auscultaban y le pasaban las manos por la frente. Tenía sombras en el rostro y el hambre de la tierra en los ojos.
“¡Me voy, mi socio!”, me dijo con resignación.
 Un hombre tan terrenal, de presencia tan cotidiana, nadie podía creer que iba a emprender el largo viaje. Sabiéndose mortal, se portaba como eterno. Por eso nadie lo despedía. La vida le tiene reservados trances a sus hijos predilectos. Toda transformación es dolorosa y en ellas siempre se gana algo. Y, claro, hay que pagarlo de una u otra manera. Y el Benny lo pagaba viviendo a una distancia cada vez mayor de lo normal. Todos lo veíamos muy cerca de los inmortales, saboreando con ellos su compás de música esclarecida. Lo sentíamos latir en nuestras propias vidas...
Vivir la feliz noche
En que los dos supimos nuestro amor, mi ben
 Aquel mulato de anchos pantalones de dril cien y zapatos puntiagudos de dos tonos, como los del Benny, entonó el bolero inconfundible, moviendo su tronco al compás de un ritmo interior, con espacios silenciosos marcados por los entrechoques de corazón de palo santo, para abrazar la melodía, mientras con la cabeza marcaba aquel tiempo musical cuartado que parecía buscar en un lugar muy dentro de sí, porque cerraba los ojos y levantaba las cejas, como quedándose en suspenso.
Sentir que nuevamente
Es mío, mío
Tu cariño
Se dejó llevar por su propia voz. Me contagió el eco, su atmósfera. Nos envolvió a los dos y nos trasladó. Comencé entonces a escuchar, en la memoria, la canción que brotaba de aquella otra garganta invisible, pero que lo llenaba todo con su presencia.
Saber que eres de mí también
Por siempre
 “Acaba de morir Benny Moré”, dijo un pasajero tan pronto subió a la guagua, sin que se le preguntara, con aquella cara incierta. Nadie lo miró; lo oyeron con la resignación que produce en las conciencias una frase de tales magnitudes, pero con la íntima convicción de que semejante acontecimiento no podía ser verdad.
“Siempre hay notas que nos duelen, nos desgarran el costado como la mordida de un animal salvaje. Otras, por anunciadas, nos producen una angustia irremediable. Pero cuando aquel que traspasa el ilimitado horizonte de este plano es un alma de luz, se produce en nosotros una hondura, un registro, una ternura por esa hermandad por fin liberada de las trabas de este mundo y exaltada a su eterna dimensión”… se oía decir al Cura, por la ventanilla, con aquella voz de entonación milenaria, frente a unos fieles de pie, cuando la guagua paró frente a la iglesia de la calle Infanta.
 “Lo mataron sus amigotes”, terció otro, desde el fondo de la guagua, con cierto enfado.
Todos hubiesen querido taparse los oídos. Yo no le presté atención. Del Benny, todos los cubanos éramos una cosa o la otra. Cuando muere alguien cercano a tu corazón, tú recoges ese muerto y lo metes dentro de ti, lo llevas siempre a cuestas. Por eso su vida, como su muerte, era un asunto personal de cada uno de nosotros. Moriría cuando ya ninguno tuviese vida, pero vivirá siempre en aquellas cosas que le puso la voz o el dedo, en nuestras propias existencias.
 “Se mató él mismo”, murmuró poco después, como para sí, un anciano invidente que viajaba en el asiento delantero, detrás de un tabaco que fumaba a trancos, dejando escapar un humo que se elevaba al infinito en unas volutas que el aire hacía y deshacía a su antojo.
 “Hay veces que la gente se come su propia cara”, dijo alguien.
 Todo lo creado, hasta lo que nos parece más simple, es ya complejo y culpable. El bien y el mal nacen de la misma semilla. Aquel hombre aparentemente sencillo era un puente de los elementos que signaron su vida, de la historia, de las culturas que definieron su ser. Su vivir al día, siempre por encima de las veleidades humanas; su sonrisa, como un modo de convocar a la frescura del espíritu, a la cordialidad de los caminantes; su avidez de canto y de alegría, esa inmediatez de sus acciones, aquella abundancia de sí, la tremenda capacidad de donación, de despego a todo, hasta de sí mismo, de trascendencia, quizás fue la máscara que Dios le dio para su tránsito por esta vida.
 Este tiempo
Sin tus besos
Yo sufro

 La verdad de las cosas tiene tantas mentiras, y las mentiras encierran tantas verdades, que uno al fin y al cabo nunca sabe. Por eso a la hora cero todo el mundo se pone las manos en tortita sobre el pecho y mira para el cielo. Sólo Dios sabe. Pero nunca responde a nuestros llamados, a nuestros ruegos. Un día detrás de otro como justicia y el silencio como respuesta. A veces pienso que eso lo hace muy sabio y oportuno.
 
Son mis horas de agonía
Sin ti
“¡Maldito sea el alcohol!”, sentenció una anciana.
 El Benny hubiese soltado una carcajada y, levantando su vaso de ron, brindando por ella, por ti, por mí, por todos, por la vida; habría abrazado la victrola en cualquier bar de malos tragos, como a una de sus mujeres de cada noche y, haciéndole la segunda voz a sus propias grabaciones, habría cantado uno de esos boleros de medio filing, como le llamaba Generoso Giménez a esa forma dramática que tenía el Bárbaro para cantar sus boleros:
Oh, oh, vida,…
No te alejes
 “Maldición de burro no llega al cielo”, concluyó alguien desde el fondo de la guagua, con vaho a ron e indignación, y se bajó. Yo no levanté la cabeza; no quería ver ni escuchar decir palabras inciertas. No podía oír lo que se comentaba, aunque ya no se hablaba de otra cosa. Para darle impulso a nuestros sueños se necesita un horizonte sin fin y El Benny era nuestra ilusión.
Con que sublime intensidad
Nos quisimos
Por las noches, su convertible blanco, lleno de músicos y amigos delirantes, pasa por las empedradas callejuelas de la ciudad dormida que evapora sus canciones, esperando siempre el retorno de aquel que se deshacía a cada instante para restituirse como una luz en la suprema generosidad del arte.
Con que sublime intensidad, mi bien
Nos quisimos
 Alto, delgado, soberano de sí mismo, sano y duro como una palma. A veces lo veo parado en las ramas de los árboles, cantando como un sinsonte. El Benny estará siempre donde se posan los oídos, donde se detiene la mirada, donde late la vida, en el corazón de cada cubano. Lo siento en los escenarios callados, en el palpitar de los enamorados. Ahora quizás no lo ves, pero lo escuchas, lo padeces, lo disfrutas, lo vives. Está aquí donde estoy yo. Está ahí donde estás tú. En todas partes, como sus sones, boleros, mambos, rumbas, guaguancós y guajiras.

Este tiempo
Sin tus besos
Domingo Ferrer, el mulato guapachoso, comprador de hojas de tabaco curadas para las capas de los puros Partagás, no hablaba como otras veces, para los demás, para hacerse oír. Con la mirada en las nubes, aislada de sus ojillos asiáticos, entre bocanadas de un humo que desaparecía en las anchas ventanas de su nariz, aspiraba profundo, como conteniendo las emociones en el pecho.
Yo sufro
 "El Benny es uno de esos cantante que Cuba siempre escucha.”, dijo como para sí y se fue.
Son mis horas
De agonía
Sin ti
 

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