−Muchas veces la muerte no es más
que una payasada. ¡El Benny muerto! De repente, aquel que hacía música del
silencio, aquella voz de voces que se volvía amor, alegría, dolor... ¿Inmóvil?
¿Bajo la tierra? ¿Aquel que nos iluminaba con sus noches? No, hombre. Por eso
yo no estaba allí, como no estaba él. Yo no me presto para tanta falsedad. El
Benny jamás será un muerto... Hay muertos que no están en sus entierros, decía
un poeta, hablando de los héroes. Y a mí
me gustan los poetas y los héroes. Unos dicen la verdad y los otros la son.
Nadie creía en el capricho de
aquella hora sacudida por el viento del destino. El Benny se había pasado la
noche dando brincos en la cama. Amaneció con un sabor a estribo de cobre en la
boca. Para nosotros no era más que la lógica resaca de sus continuas
borracheras. Procuró la interjección musical que siempre hacía en sus canciones
para limpiar las cuerdas vocales…
“¡Eeeeeee!”
“¡Me voy, mi socio!”, me dijo con
resignación.
Vivir
la feliz noche
En
que los dos supimos nuestro amor, mi ben
Sentir que nuevamente
Es mío, mío
Tu cariño
Se dejó llevar por su propia voz. Me contagió el eco, su atmósfera.
Nos envolvió a los dos y nos trasladó. Comencé entonces a escuchar, en la
memoria, la canción que brotaba de aquella otra garganta invisible, pero que lo
llenaba todo con su presencia.
Saber
que eres de mí también
Por
siempre
“Siempre hay notas que nos duelen,
nos desgarran el costado como la mordida de un animal salvaje. Otras, por
anunciadas, nos producen una angustia irremediable. Pero cuando aquel que
traspasa el ilimitado horizonte de este plano es un alma de luz, se produce en
nosotros una hondura, un registro, una ternura por esa hermandad por fin
liberada de las trabas de este mundo y exaltada a su eterna dimensión”… se oía
decir al Cura, por la ventanilla, con aquella voz de entonación milenaria,
frente a unos fieles de pie, cuando la guagua paró frente a la iglesia de la
calle Infanta.
Todos hubiesen querido taparse los
oídos. Yo no le presté atención. Del Benny, todos los cubanos éramos una cosa o
la otra. Cuando muere alguien cercano a tu corazón, tú recoges ese muerto y lo
metes dentro de ti, lo llevas siempre a cuestas. Por eso su vida, como su
muerte, era un asunto personal de cada uno de nosotros. Moriría cuando ya
ninguno tuviese vida, pero vivirá siempre en aquellas cosas que le puso la voz
o el dedo, en nuestras propias existencias.
Sin tus besos
Yo
sufro
La verdad de las cosas tiene tantas mentiras,
y las mentiras encierran tantas verdades, que uno al fin y al cabo nunca sabe. Por
eso a la hora cero todo el mundo se pone las manos en tortita sobre el pecho y
mira para el cielo. Sólo Dios sabe. Pero nunca responde a nuestros llamados, a
nuestros ruegos. Un día detrás de otro como justicia y el silencio como
respuesta. A veces pienso que eso lo hace muy sabio y oportuno.
Son
mis horas de agonía
Sin
ti
“¡Maldito sea el alcohol!”,
sentenció una anciana.
Oh,
oh, vida,…
No
te alejes
Con que sublime intensidad
Nos quisimos
Por las noches, su
convertible blanco, lleno de músicos y amigos delirantes, pasa por las
empedradas callejuelas de la ciudad dormida que evapora sus canciones,
esperando siempre el retorno de aquel que se deshacía a cada instante para
restituirse como una luz en la suprema generosidad del arte.
Con
que sublime intensidad, mi bien
Nos
quisimos
Alto, delgado, soberano de sí mismo, sano y
duro como una palma. A veces lo veo parado en las ramas de los árboles,
cantando como un sinsonte. El Benny estará siempre donde se posan los oídos, donde se detiene
la mirada, donde late la vida, en el corazón de cada cubano. Lo siento en los
escenarios callados, en el palpitar de los enamorados. Ahora quizás no lo ves,
pero lo escuchas, lo padeces, lo disfrutas, lo vives. Está aquí donde estoy yo.
Está ahí donde estás tú. En todas partes, como sus sones, boleros, mambos,
rumbas, guaguancós y guajiras.
Este tiempo
Sin tus besos
Domingo Ferrer, el
mulato guapachoso, comprador de hojas de tabaco curadas para las capas de los
puros Partagás, no hablaba como otras veces, para los demás, para hacerse oír. Con la
mirada en las nubes, aislada de sus ojillos asiáticos, entre bocanadas de un
humo que desaparecía en las anchas ventanas de su nariz, aspiraba profundo,
como conteniendo las emociones en el pecho.
Yo sufro
Son mis horas
De agonía
Sin ti
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