miércoles, 9 de julio de 2014

CUBA: SU INDEPENDENCIA Y SU REPUBLICA


El proyecto independentista fue atajado por intereses geopolíticos. Estados Unidos y España, en Paris, 1898, cuando las Torre Eiffel estaba a diecisiete días de navegación del Triángulo de Las Bermudas y Las Filipinas quedaban al otro lado del mundo, y sin la presencia de los cubanos, de los puertorriqueños,  ni de los filipinos, firmaron un tratado en virtud del cual se terminaba la que con el tiempo se ha venido en llamar la Guerra Hispano-Cubana-Norteamericana, cayendo al fin el imperio donde nunca se puso el sol.
Puerto Rico y Las Filipinas pasaron a ser territorios no incorporados de la nación del Norte (según una políticamente viciada doctrina imperial anglosajona, que se basa en la intención del acto jurídico creador del instrumento) y Cuba quedó bajo un gobierno militar, como paso previo a la república mediatizada por la que, tres años después se llamara la Enmienda Platt, la cual, entre otras cosas imponía el derecho de Estados Unidos a instalar bases "carboneras" en la isla - Guantánamo es el ejemplo sobreviviente - y a intervenir incluso militarmente cada vez que sintiera sus intereses amenazados, o quisiera amenazar o agredir a otros intereses. Se culminaba así un nuevo reparto del mundo, en el que Estados Unidos emergía como imperio mundial de nuevo tipo.

El Gobierno interventor norteamericano (1898-1902), con importantes obras de infraestructura y de servicio público saneó la Isla que venía con una población diezmada por una cruenta guerra de treinta años. Después de crear las condiciones para una Constituyente que le garantizara sus intereses geopolíticos y dotara al nuevo país de las instituciones que le permitieran a los ciudadanos desarrollar su vida privada y pública,  Estados Unidos arreó la bandera de las barras y las estrellas y se izó por primera vez la de la estrella solitaria en medio del triangulo rojo,  flanqueada por franjas azul y blancas, como reflejando pureza ante el infinito cielo.
En sólo veinticinco años de República, en 1927, una población  ¡ya triplicada! era capaz de producir cinco millones de toneladas de azúcar, a bueyes y machetes  y tantas cabezas de ganado como seres humanos. En 1952, seis millones de habitantes produjeron siete millones doscientas cincuenta mil toneladas, más el azúcar de bibijagua (producción no declarada para burlar los impuestos). Grandes obras, desarrollando una infraestructura propia, fueron logros de una férrea voluntad nacionalista: la carretera central, el capitolio, el palacio presidencial, las alcaldía municipales y provinciales, los palacios de justicia, las escuelas normales, barriadas residenciales, donde vivía una naciente burguesía nacional, eran indudables ejemplos del inicio de una nuevo estadio en la historia nacional.
Las artes florecieron como nunca antes se había visto en la historia en nación alguna: decenas de ritmos musicales - ¡el son y el bolero!-, el ballet de Los Alonso, la literatura de Guillen, Lezama, Carpentier, la pintura de Lam. En el deporte todavía arde la gloria de Chocolate, Capablanca, Font…

Sin embargo, en Cuba, como toda Latinoamérica, carente de un pensamiento filosófico sistemático, “privilegia las imágenes sensibles, por sobre el pensamiento conceptual.”[1] Solo la Iglesia católica, la más vieja institución, con su sabiduría milenaria y un hombre de la sensibilidad e intuición de André Bretón, poeta del surrealismo, capaz de "presentir, descubrir, oír, viajando en una guagua habanera, caminando por las calles y barrios, sintiendo la entretierra de la gente"[2], podían prever, coincidentemente en el mismo año, 1947, cuando todo el mundo estaba ciego, o no quería ve ni oír, que las dramáticas contradicciones que vivía La llave de Las Américas, avizoraran un desenlace tremendo.

"En este país se siente venir una revolución", dijo el poeta y el Papa Pío XII, en una alocución radial al pueblo de Cuba advirtió: "Ustedes se sienten orgullosos, y con justa razón, de haber nacido en la que alguien llamó la tierra más fermosa que ojos humanos vieron, en la Perla de las Antillas. Pero en esa misma bondad del clima, en esa exuberancia y placidez se anida el peligro. Me parece ver que por el tronco altivo de la palma real, que se mece con donaire, se desliza la serpiente tentadora... Si no hay en ustedes una vida sobrenatural fuerte, la derrota será segura."
El cardenal Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana, nos recordaba en su visita a Venezuela, a principios de 1995, que el Papa se daba cuenta que los cimientos de la Patria no estaban terminados de forjar, que no percibíamos los grandes desafíos de la historia, nuestra responsabilidad nacional y hemisférica.

Cuba, un país fundado en una concepción centralizada de la sociedad, estado y  derechos, sin instituciones que se fiscalizaran las unas a las otras con una historia de guerras cruentas por la independencia, con mas héroes – lleva muchas veces el héroe la arcilla del déspota - que ciudadanos, donde la mayoría de sus mejores hijos ofrendaron su vida por el bien de todos, arribó a la Republica dirigida por “generales y doctores”, que gobernaban al país con el voluntarismo de la guerra y la incapacidad institucional de sobreponerse a la corrupción y el nepotismo.
Los cubanos, creyendo más en la visión de un Jefe que en la propia, con mas fe en la revolución que en la evolución, escuchando mas la voz de los muertos que la de los vivos,  cargados de intolerancia, sin medir adecuadamente la trascendencia de los actos, fuimos a buscar la paz en la guerra, con sus secuelas de muerte, destrucción, odio, negación y revancha.


[1] .- Alexis Jardines. Filosofía cubana un nuce. Ensayo de Historia Intelectual. Editorial Colibrí... Apdo. de Correo50897. 28080. Madrid. España. Pág. 9-10.
[2] Carlos Franqui.