faisel iglesias
“La
imposibilidad de leer a Martí se origina entonces, primero que todo, en las
diversas y contrapuestas lecturas de sus intérpretes. Santí pone el énfasis en
la obra; Iglesias en los lectores, invirtiendo así análisis del primero: la
producción hermenéutica ha creado tantos Martí que ha vuelto imposible
comprenderlo a cabalidad. O dicho de otra manera: la multiplicación de los
lectores, y por supuesto de las lecturas, han alejado a Martí, volviéndolo
inaccesible. Con lo cual la crítica crea su propia encerrona. Notemos que es
solo después que la falta les es imputada a los lectores que aparece para ella
el segundo problema, el que había comentado Santí:
Si se
intenta salvar este obstáculo escapando de esa intrincada maraña discursiva al
situarse en el contexto interior de la propia obra martiana, hay que enfrentar
entonces una gran masa de textos de muy difícil temática y factura, unidos
entre sí por un estilo esplendoroso, pero a menudo oscuro, lleno de metáforas
crípticas, donde las fronteras de la prosa y la poesía se confunden. Haciendo
política también con poesía, sus discursos y artículos políticos están plagados
de metáforas tan vívidas y complejas que es casi una quimera dar con la clave
última de su verbo (“José Martí”)”.
Poco
tiempo después del Pacto del Zanjón – que más que paz fue encono, según José
Martí -, cuando los cubanos debimos hacer una valoración crítica de la guerra
en el propio escenario de los sacrificios supremos, el Capitán General Martínez
Campos (“El Pacificador”), descubrió una transitoria válvula de escape a la
crisis; el puente de plata para los adversarios políticos; el exilio.
José
Martí, futuro líder de la independencia y de la espiritualidad de la nación, la
figura más relevante del periodo de transición del modernismo, que en América
también significó la llegada de nuevos ideales artísticos, a quien Rubén Darío
llamaba Maestro, apenas un niño en tiempos de la Guerra Grande, mientras más de
doscientos cincuenta mil cubanos entregaron la vida a la causa por la
independencia, periodo en que no había podido hacer más que tirarle una cáscara
de naranja a un soldado español, por lo que había ido a la cárcel y escrito
allí bellos versos y estremecedores relatos, andaba por el mundo cargado de
nostalgia, soñando la patria - vivir por Cuba en cuerpo y alma no es lo mismo
que sobrevivir en Cuba en carne viva - con la fuerza de un creador divino, se
lanzó, cargado de ideales a entrelazar las ramas de los pinos nuevos con los
viejos robles a fin de hacer la que él llamara “la guerra necesaria” por la
independencia de Cuba.
Martí vivió la mayor parte de su vida en New York.
Fue el periodo más fecundo de su existencia, en momentos que la ciudad
conformaba una nueva visión de
sociabilidad, de vida en común, donde el individuo era el protagonista,
y a partir de su plenitud, su trascendencia.
“Haremos
los cubanos una revolución por el derecho, por la persona del hombre y su
derecho total, que es lo único que justifica el sacrificio a que se convida a
todo un pueblo”[1], expresó quien, el primer día de
combate, convencido de que todo el que da luz se queda sólo - "puedo morir
mañana", había escrito el día anterior al fatídico de Dos Ríos-, cayó de
su caballo mortalmente herido para levantarse desde entonces un mito hasta hoy
inalcanzable para los cubanos.
“O la república tiene por base el carácter entero de cada
uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio,
el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio
íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, - o la
república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de
nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños”[2]
…“Que cada opinión esté representada en el gobierno… que no se vea
obligada a ser la oposición … ni influir en el gobierno como enemiga obligada,
y por residencia, sino de cerca, con su opinión diaria, y por derecho
reconocido. Garantía para todos. Poder para todos.”[3]
Máximo
Gómez, Generalísimo en Jefe del Ejercito Libertador, cree en la centralización
del poder, sin que tenga cabida ninguna institución civil:
“Acaso se puede citar una revolución en el
mundo que no tenga un dictador”, exclamaba. “Martí, limítese Ud. a lo que digan
las instrucciones, y lo demás, el general Maceo hará lo que debe hacerse”, le
ordenó al Delegado, cuando lo comisionó, junto al Lugarteniente General, a
procurar el apoyo del Presidente de
México.
Antonio
Maceo, ya en campaña, procuró mantener alejada la tropa del verbo elocuente del
que ya reconocían como “El Presidente”, con el propósito de que no fueran
convencidos por la lengua liberal del “Capitán Araña”, como despectivamente llamaban
los caudillos al líder liberal.
Cuando
Martí llegó a Estados Unidos
se impresionó con el desarrollo económico y el sistema político
existentes. No hacía mucho que Edison
había brindado una nueva luz al mundo con su lámpara eléctrica; Graham Bell
había conseguido trasmitir la voz humana a través del espacio y de los mares.
Sus habitantes eran hombres de diferentes razas, religiones, naciones, pero
todos tenían un espíritu común vertebrado por un documento trascendental: la
constitución norteamericana.
“En The Hour de Nueva York, del 10 de
julio de 1880, José Mari expresa: “Estoy, al fin, en un país donde cada uno
parece ser su propio dueño. Se puede respirar libremente, por ser aquí la
libertad fundamento, escudo, esencia de la vida [...] Nunca sentí sorpresa en
ningún país del mundo que visité. Aquí quedé sorprendido [...]”[4]
José
Martí conocía la carta de los derechos del ciudadano, el discurso de respeto a
las minorías y a la diversidad. Y
consiente de “que la tiranía es una misma en sus variables formas”[5], que el Gobierno debe ser la mayor
reflexión sobre la imperfecta naturaleza humana”[6], viendo el sable en el puño de los
militares y las órdenes brotando, como fallos
inapelables, de sus discursos políticos, le había escrito a Máximo Gómez:
“No
se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”[7]. Y más adelante escribió: “Gobierno
no es, sino la dirección de las fuerzas nacionales de manera que la persona
humana pueda cumplir dignamente sus fines.”[8] Y el 5 de mayo de 1895, catorce
días antes de caer en combate dijo en tono herido al ver cómo Gómez y Maceo hablaban a solas,
bajito, a sus espaldas: “va a caer la noche sobre Cuba”[9]
“Juntarse
es la palabra de orden.” exhortó José Martí a los patriotas cubanos cuando los
convocando a la guerra de 1895. Juntarse es acercarse, arrimarse, acompañarse
de alguien en el andar… Permite en consecuencia la autonomía de cada elemento.
Por eso, el Partido Revolucionario Cubano, que fundara para organizar la
“guerra necesaria”, estaba constituido por “clubes independientes.” Sin
embargo, históricamente los lideres cubanos, desde Gómez y Mace hasta Fidel
Castro, han interpretado la palabra “juntarse” del Maestro de modo restrictivo,
significando solo una de sus acepciones: “unidad”. Según la real Academia de la
Lengua Española, unidad significa propiedad de todo ser, en virtud de la cual
no se puede dividirse. Singularidad en número.
Conformidad en la que solo hay un asunto. Lazo de unión en todo lo que
ocurre. En consecuencia el “juntarse” de José Martí, no es la “unidad” que
procuran y que tan bien le ha convenido a los sucesivos dictadores de la Perla
de las Antillas. La unidad que han
procurado los revolucionarios cubanos no nos ha permitido alcanzar el proyecto
libertario de José Martí. Significativamente los Padres Fundadores de la
Constitución Norteamericana defendieron la diversidad y el derecho de las
minorías a ser tratados igual y triunfaron. Martí creyó que la guerra era la
paz del futuro. Desde el exilio veía la independencia de Cuba como el objetivo
inmediato y los sacrificios de la guerra como un proceso de purificación, donde
todas las miserias y conceptos equivocados serian sanadas. La unidad política
de todos los elementos ignora el peligro de que cuando la “unidad” adquiere forma
de gobierno, al presuponer un mando centralizado, obediencia ciega, el
sometimiento a la idea única, limita contornos, fija posiciones dogmáticas, no
admite discrepancias y, a fin de cuentas, elimina la palabra libertad, el
respeto a la diversidad y a las
minorías.
La
diversidad, por el contrario jamás
define bordes, no completa las ideas, para siempre volver a ellas con nuevos
bríos, porque es de pensamiento abierto. El respeto a las minoría significa
darle a un elemento el valor del todo, oponerse a la dictadura de la mayoría,
porque el bien supremo es la persona humana, su dignidad, su plenitud, no la el
poder.
José
Martí tenía un ideal, pero no tenía un sistema filosófico. Tener un ideario no
significa tener un sistema de pensamiento, una clara concepción del estado y el
derecho para una Cuba futura. Le faltó, además, el marco apropiado: un pacto
social que se erigiera en asamblea constituyente para delinear y consagrar una
clara concepción del estado y del derecho donde se consagraran, como ley
primera, los derechos fundamentales del ciudadano y se establecieran las
competencias de los órganos de gobierno, como si lo pudo hacer Ignacio
Agramonte en Guáimaro. Y, en su defecto, se encontró en La Mejorana con un
Máximo Gómez y un Antonio Maceo que pretendía un mando vertical a la revolución
que andando el tiempo ha devenido en sucesivos gobiernos dictatoriales.
El
día 16 de agosto de 2015, a la salida del Encuentro Nacional Cubano, en San
Juan, Puerto Rico, donde la oposición interna al castrismo y el exilio se
reunieron para trazar estrategia de luchas para el futuro, el joven escritor
Orlando Luis Pardo Lazo, conociendo el borrador de esta obra me escribió:
“La
historiadora Marial Iglesias no se aparta de lo expresado por Santí, aunque le
añade un giro particular. Comienza por referirse a “[l]as múltiples y a menudo
contrapuestas interpretaciones acumuladas a lo largo de casi cien años de
esfuerzos hermenéuticos,” cuya sedimentación creó “la muralla infranqueable que
separa al Martí autor/actor del lector/receptor de estos tiempos” (1998).”
Y,
horas después recibía otro email de Pardo Lazo:
Hermano:
¿Conoces este libro del cubano Francisco Morán sobre una relectura radical de
Martí?:
"En un
artículo publicado en la revista Vuelta en 1986 Enrico Mario Santí mencionaba
“el carácter ambiguo, literario y, por tanto, abierto, de la prosa de Martí,” y
lo que según él, “explica, al menos en parte, el por qué su obra se lee, entre
nosotros, un poco como la Biblia: es todo para todos. Fijémonos en que ese
carácter ambiguo y literario parece clausurar las posibilidades de arribar a
cualquier lectura conclusiva del texto martiano. El ejemplo de los Estados
Unidos es revelador porque trae a la palestra el problema de los debates en
torno a Martí: se lo usa como arma para atacar y defender a la nación
norteamericana. Aquello que cierra las posibilidades interpretativas, las
mantiene abiertas."
Los
revolucionarios isleños nunca tuvieron una concepción autóctona de lo que
debería ser el estado y el derecho cubanos. En Guáimaro, constituyente de la
República en Armas, se procuró una forma de gobierno que en realidad era una
copia de las instituciones europeas y norteamericanas, que no se ajustaban a
las necesidades de un país donde el estado no surgió como un medio para
organizar mejor la cosa pública, sino como instrumento de saqueo y dominación.
Lograda
la independencia, la Constituyente de 1902, se realizó bajo la ocupación norteamericana. Solo en 1940 se procuró una
concepción del estado y el derecho con instituciones autóctonas, como el
Tribunal de Cuentas, para combatir la corrupción, pero que en realidad fue
letra muerta, entre otras cosas, por la rigidez de un cuerpo legal que
reflejaba instituciones propias de una
ley orgánica, en vez de consagrar normas flexibles, capaces de someterse a
sucesivas interpretaciones históricas, como corresponde a una constitución.
Se acumularon los conflictos sociales y en
1952 el dictador Fulgencio Batista rompió la institucionalidad con el golpe de
estado del 10 de marzo. Por último el castrismo hizo consagrar una mal llamada
constitución que en su Artículo 5 abdica su condición de ley suprema a favor
del Partido Comunista, lo que ha hecho que el estado, gobierno y sociedad sea
dirigido por una doctrina que se ha creído la verdad del mundo.
Este
déficit de originalidad en el discurso histórico cubano, no solo se observa en
cuanto a la concepción del estado y el derecho. Alexis Jardines, en su obra
Filosofía Cubana in nuce, expresa:
“A pesar de que la versión oficial, presupone sin más, la
existencia de un pensamiento filosófico bien definido, con su tradición, su
historia y su originalidad, los historiadores de las ideas son muy cuidadosos a la hora de hablar de
“filosofía cubana”. Siguiendo a Medardo Vitier, la expresión habitual en estos
casos es “la filosofía en Cuba.” Lo cual denota la estancia de la Filosofía
entre nosotros. Si exceptuamos algún que otro artículo menor, como el de Waldo
Ross – y puede verificarse el dato – todas las obras de historia de las ideas
en Cuba que se centran en el tema de la filosofía cubana evitan, en sus
títulos, el reconocimiento tácito de una filosofía cubana (a pesar de que no
dudan en admitir su existencia toda vez que pasan al desenvolvimiento del contenido).
La utilización del giro “la filosofía en Cuba” en vez de “la filosofía cubana” hace patente que de lo que se trata en realidad es de la
recepción de la filosofía en Cuba y
nunca de una filosofía autóctona”… “de una filosofía cubana, en rigor,
solo puede hablarse hacia la década de los 40 – 50 del siglo XX, justo el
periodo más olvidado y subvalorado por nuestra historia filosófica”.[10]
[1] Roberto Agramonte. Ob. Cit.
[2] José Martí. Discurso pronunciado en la ciudad de Tampa, el día 26
de noviembre de 1891.
[3] José Martí. Fragmentos de apuntes. Nueva York (entre 1885 y 1895). Obras
Completas. Tomo 22. Páginas 108 a 109
[4] José Martí, Obras
completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 19, p. 106 – 107
[5] Carlos Ripoll. José Martí,
Letras y huellas desconocidas. Peg.
97, Elise Torres & Sons. New York. 1976.
[6] Madison. Ensayo 51. El Federalista.
[7] José Martí. Carta al General Máximo Gómez de fecha 20 de octubre de
1884.
[8] José Martí. Artículo "La próxima exposición de New Orleans." La
América. Nueva York, mayo de 1884. Tomo 8. Página 369.
[9] Roberto D Agramonte. Martí y
su concepción de la sociedad. Editorial de la Universidad de Puerto Rico. 1984.
Tomo 2, Pág. 97.
[10] Alexis Jardines. Filosofia
cubana in nuce. ensayo de historia intelectual. editorial colibri. madrid,
espana. pag. 11-12.
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