jueves, 9 de abril de 2015


MI AMIGO EL AMERICANO
Por Alberto Rodríguez Lopez
(desde Cuba)

Esta crónica está dedicada a mi hermano Faisel.
 Aunque sé que será el primer sorprendido,
él me enseñó a mirar el entorno con mansedumbre y sensibilidad.
  No basta tener sensibilidad, para observar con sensibilidad.

Diciembre tuvo día significativo sin relación con el venerable 17 de parte de la ciudadanía cubana.  No sólo día de Babalú Ayé, san Lázaro en el sincretismo.  Fue jornada en que Estados que se escudriñaron desconfiados más de medio siglo, publican intenciones de dialogar.

De pura casualidad mi amigo el americano estaba sobrio.  No ocupaba su espacio en los portales de Prado  ¾no tiene casa, vive en calle¾ y meditaba la manera de recuperarlo bajo un techo que se desploma, entre columnas que le protegen de los elementos.  Sus lugares alternativos, habían sido tomados por la pasión constructiva musulmana suní, que levanta hoteles en cráteres citadinos.

Sacudido por agentes del orden para que »moviera el esqueleto«.  Un gerente del restaurante contiguo al refugio delató su mugriento espectáculo para el turismo.  Mi amigo bucea latas de aluminio en basureros y las vende a Recuperación de Materias Primas, a 8 pesos ¾centavos de dólar¾ el kilogramo.  Debido a la competencia, contrajo deudas imposibles de honrar.  Si me pide el bolsillo está magro.  Dice que como empresario me supera, soy un muerto de hambre que escribe musarañas.  Cuando tengo calderilla le compro pan con una lasca [quita] de jamón, si el poso de mi bolsa paga el importe.  A veces come, en ocasiones lo cambia por lo que de inicio necesitaba, ron o sucedáneos.  Entonces se escucharon gritos:  llegaron americanos, es el americano, o del americano.  Mi amigo sintió la presencia de su par.

El grito se trocó alarido:  le fachó la cadena, aulló uno con cara de jabalí.  Viandantes subían Prado con rostros de ira en dirección a los leones asustados.  ¿Cacería de leones de bronce, en safari citadino?  Mi amigo quedó de una pieza y extrañó la melopea que le hacía pasar por el clásico eximido de responsabilidad penal.  Ése ¾señaló cara de jabalí con colmillos espumosos¾ ése fue el que fachó la cadena.  Mi amigo se señaló a sí mismo, acción condicionada, mano de títere que partió el hilo de la preservación.  Jabalí tomó iniciativa y arengó la tropa.  Se había sumado una escolta de azules del orden, negras tonfas dando mandobles, esposas abiertas, y las Makarov con sus nueve milímetros prestos a encontrar carne.  Era sin equívoco un safari.

Mi amigo se registró inquiriendo una cadena, aunque fuera la de descargar el añorado inodoro en la que fue su casa de Buena Vista.  La Culpa lo asaltó.  Podría sin tener cadena alguna decir que había sido el ladrón ¾martillaba la gritería de Jabalí y sus porteadores azules:  ¡míralo, el que fachó la cadena, cógelo, cógelo!¾, que no recordaba dónde la había dejado.  ¿La había dado a un barman de Neptuno que le decían el Manco a cambio de un pepino con Hueso de Tigre, o cambiado por un alcoholímetro?  Atrayéndolo como un imán, La Culpa lo arrastraba al colimador de la justicia impartida a nombre del pueblo.

El safari engordaba, Jabalí había obtenido grados de comandante.  Porteadores y escopeteros recibían sus órdenes con el respeto de una sincrónica cadena de mando.  Si no me gustan las cadenas ni siquiera para privar de libertad a mi perra, el safari debía estar en un error áureo.  Sin dudas un asunto relativo a la cinemática.  Mi amigo y yo, petrificados.  Había un problema de Física, territorio donde mi amigo se movió con soltura.  Detenidos, temblorosos en los portales de Prado.  Y el safari perseguía.  Jabalí bufaba, se le inflamaban pelos espumosos.  Clavó patas:  cógelo chino.  La sombra tras nosotros capturada por la avanzadilla, o en buena terminología guerrillera, apresada por la vanguardia.

Apareció el americano echando carrerita peligrosa para su corazón.  Visibles improntas en el cuello de que le habían arrebatado una cadena.  Mi amigo se sintió, ante su par, viejo con parásitos marcado por cicatrices.  Jabalí, comandante al fin, arengó que el pueblo no permitirá arrebatasen cadenas a los turistas americanos.  Del safari gritaron que amigos de los imperialistas, destriparemos arrebatadores de cadenas aunque representen el sudor de pueblos oprimidos.  Jabalí lo cortó tirándole una mordida de ajuste ideológico de nuevo manual.  El americano agradeció con acento sureño.  Llegó el Geely, cargaron al antisocial cercado por vivas al pueblo de Linchón.  Deseaban decir Lincoln, sin éxito.

Despejado el enrarecido apareció Ramona.  Me pidió cambiara su nombre, si describía el suceso.  Es la novia de mi amigo, que obtuvo alias cuando tenía pelo rubio por los años setenta.  Profesor de Física de un preuniversitario en la ciudad, hoy herida de cráteres y paisaje lunar.  Se alcoholizó por motivos relacionados con su lengua.  Su vida se fue por el tragante.  Ramona, de Guantánamo, tiene veinte años menos.  Hacen el amor cuando encuentran un recoveco mediando la caneca recargable.  Ramona dijo que conocía al supuesto delincuente.  Nos miramos con extrañeza.  Fue calabocero, aseguró, de la unidad de policía de Picota.  Subiendo en el escalafón, hace trabajo operativo secreto.

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