Carlos Alberto Montaner
Presentación del libro Contra toda esperanza del ex prisionero político cubano Armando Valladares, ex embajador de Estados ante la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra. Universidad de Miami, Casa Bacardí, 25 de agosto de 2011.
Todos conocemos quién es Armando Valladares y lo que significa Contra toda esperanza, este libro de memorias tan exitoso que él ha escrito y que ahora, sabiamente, reproduce y presenta el Inter American Institute for Democracy. Así que voy a limitar mis palabras a algo diferente: voy a situar a Armando Valladares en su contexto histórico.
Conocí a Armando Vallares a fines de diciembre de 1960. Las circunstancias eran dramáticas. Fue una época extraordinariamente represiva. La dictadura cubana encarcelaba diariamente a cientos de adversarios o presuntos adversarios y el paredón funcionaba incesantemente. Fui detenido junto a otros tres estudiantes: Alfredo Carrión, Néstor Piñango y Jorge Víctor Fernández. A Carrión lo guardias lo asesinaron en la cárcel años más tarde. Néstor y Jorge Víctor cumplieron muchos años de presidio. Yo tuve más suerte: como sólo tenía 17 años y carecía de la menor importancia, me internaron en una cárcel política para menores llamada Piti Fajardo, la antigua prisión de Torrens, de la que conseguí escaparme a las pocas semanas. En esa época era muy delgado y corría mucho, velocidad que probablemente aumentaba en función del miedo que sentía.
El Valladares que entonces conocí y recuerdo era un joven amable y con gran sentido del humor. Creo que me contó que era funcionario del Ministerio de Comunicaciones, nombrado tras la llegada del triunfo revolucionario. Antes había trabajado como oficinista en alguna dependencia administrativa de la policía alejada de las tareas represivas, lo que explica que el gobierno revolucionario le hubiera asignado un cargo público con mejor rango burocrático.
Nunca nos habíamos visto anteriormente, pero surgió entre nosotros un vínculo de confianza que nos llevó a tratar de fugarnos del G-2 de Quinta y Catorce mediante un plan descabellado que consistía en horadar una pared con un abrelatas. Creo que el hueco conducía al despacho de un capitán. Afortunadamente, fracasamos y acabamos trasladados a la Cabaña. Allí nos juzgaron sumariamente unos tribunales carentes de cualquier vestigio de seriedad jurídica, concebidos para cubrir formalmente el expediente de un simulacro de juicio cuyo resultado, incluida la sentencia, venía decidido por el Ministerio del Interior.
En esos días juzgaron y condenaron a muerte a varios estudiantes, obreros, campesinos y profesionales, en lo que era un claro mensaje intimidatorio contra toda la sociedad. Recuerdo vivamente el fusilamiento del joven médico Julio Antonio Yebra, a quien por toda prueba inculpatoria le ocuparon un rifle inservible, y a varios obreros de plantas eléctricas que fueron ejecutados al amanecer, a las pocas horas de haber pasado por una mascarada de juicio.
Como estos hechos ocurrieron hace más de medio siglo y la dictadura cubana ha sido capaz de desvirtuar la historia, contándola y desfigurándola como ha querido, quiero recordar que en aquellos años de instauración de la tiranía, la resistencia contra la entronización del comunismo no fue una actividad de burgueses perjudicados por las confiscaciones de sus propiedades, ni una revancha de los batistianos que querían recuperar el poder, sino fue la acción de las clases populares enfrentadas a una nueva tiranía.
Más de un año antes de la detención de Valladares ya había ocurrido el encarcelamiento del comandante Huber Matos y de sus oficiales. En el Escambray luchaban las guerrillas campesinas bajo jefes como Osvaldo Ramírez y Evelio Duque, que habían sido oficiales en la lucha contra la dictadura de Batista. Los mayores grupos clandestinos eran el Movimiento de Recuperación Revolucionaria, MRR, dirigido por Manuel Artime, médico, y por Emilio Martínez Venegas, abogado, ex oficiales rebeldes en la Sierra Maestra de extracción católica.
Las conspiraciones contra el comunismo en el aparato obrero las dirigían hombres como David Salvador, ex Coordinador General del 26 de Julio y luego fundador del anticomunista Movimiento 30 de Noviembre, junto al líder obrero Reinol González, también de procedencia revolucionaria, e Hiram González, un legendario luchador contra Batista en las filas de la clandestinidad urbana, terreno mucho más peligroso que la montaña, como no se cansa de repetir Emilio Guede, quien fuera coordinador de propaganda del 26 de Julio en La Habana, quien en ese momento ya se había exiliado en España.
Con los estudiantes ocurría lo mismo: el líder del ala estudiantil del 26 de Julio, Pedro Luis Boitel, estaba preso y años más tarde moriría en la cárcel tras una cruel huelga de hambre. El presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Santa Clara, Porfirio Remberto Ramírez, ex capitán guerrillero de la lucha contra Batista, era fusilado. Las universidades y los institutos de Segunda enseñanza eran focos de patriotismo anticomunista. A ese liderazgo se asomaban algunos rostros nuevos, como los de Alberto Müller y Juan Manuel Salvat, del Directorio Revolucionario Estudiantil, quienes agregaban a la lucha política sus convicciones religiosas. Ambos, como casi toda Cuba, simpatizaron con la revolución cuando pensaban que con ella se inauguraba una etapa de pluralismo y respeto por la ley, la democracia y los derechos humanos.
En ese momento, cuando Valladares es detenido, casi todo el primer gabinete de la revolución está enfrentado a la dictadura de Castro: el ex presidente Manuel Urrutia se encuentra asilado en una embajada. En otra está Juan Orta, ex secretario privado de Fidel Castro. El Dr. José Miró Cardona, Primer Ministro de ese gobierno por varias semanas, se encuentra en Estados Unidos tras desertar de la embajada de Cuba en Madrid y se dispone a dirigir al sector político que organiza la invasión que acabará desembarcando en Bahía de Cochinos.
El ingeniero Manuel Ray, Ministro de Obras Públicas del primer gabinete, héroe de Resistencia Cívica, un grupo clave en la derrota de Batista, ha organizado un movimiento, el MRP para rescatar a la revolución de la traición de Fidel Castro. Manuel Fernández, ex Ministro de Trabajo, procedente del guiterismo, junto a sus subsecretarios –así se llamaba entonces a los viceministros— Carlos Varona y César Gómez, expedicionario del Granma, conspiraban febrilmente para tratar de impedir que Cuba se convirtiera en otro satélite de Moscú y que la isla fuera arrastrada a la Guerra Fría, como irresponsablemente impulsaba Fidel Castro.
La presentación de este libro acaso no es el momento para recordar estos hechos, pero resulta conveniente. Armando Valladares ha escrito un libro muy exitoso –esta es la vigésimo séptima edición-- en el que cuenta sus atroces experiencias en la prisión, pero es útil situar el contexto en que fue apresado. La dictadura comunista ha tratado de convencer a los cubanos de que aquellos hombres, Armando entre ellos, fueron apresados por oponerse a un proceso político glorioso, pero no es verdad. El sacrificio de aquellos hombres era otro episodio de la lucha por la libertad, como le llamó Hugh Thomas a su historia de Cuba.
Algún día, Armando, triunfaremos, incluso, contra toda esperanza.
domingo, 28 de agosto de 2011
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