Entrevista con el abogado, periodista y escritor Faisel Iglesias, fundador de la Corriente Agramontista de Abogados de Cuba.
Por Dariela Aquique
Santiago de Cuba
Hace unos meses un amigo me hizo llegar la convocatoria del certamen literario “Nuevo pensamiento cubano”, a propuesta de la Delegación para el Caribe de la Corriente Liberal para la Disidencia Cubana, Cubanos Unidos. Se concursaría en las ramas: Pensamiento crítico, Economía y Literatura. Y en los géneros de ensayo, narrativa y poesía. Participé con un poemario y les confieso con cierto recelo. A ciencia cierta los que hemos vivido siempre en la Isla no podemos escapar al contagio de esa paranoia sempiterna que se ha inoculado en la sociedad nacional, durante ya más de medio siglo de sometimiento a un régimen totalitario. Fue así que buscando datos de quiénes eran los generadores de dicho proyecto, me encontré con una persona desconocida para mí, pero con quien inmediatamente experimenté una singular empatía. Se trata del abogado, periodista y escritor Faisel Iglesias, nacido en 1953 en Pilotos, Pinar del Río; graduado de Derecho en la Universidad de La Habana, ahora residente en Puerto Rico y presidente del certamen, quien gentilmente ha consentido en darme esta entrevista.
P: Se considera usted alguien que siempre ha estado buscando la solución para Cuba. En su obra periodística ha logrado imbricar la historia y el derecho para darnos una visión panorámica del sinuoso peregrinar de nuestra Nación a causa de los ucases que en las diferentes etapas han dado al traste con la posibilidad real de consolidarnos como una democracia participativa. Su artículo Por una nueva concepción de la Sociedad, el Estado y el Derecho cubanos, publicado en Otro Lunes. Enero 2010, es un excelente ejemplo de ese empeño personal. ¿Podría comentar al respecto?
Faisel Iglesia (FI): Haber estudiado ciencias jurídicas en la sede universitaria de Pinar del Río, primero, y en la Universidad de la Habana, después, en época en que el precursor de la institucionalización socialista, Blas Roca Calderío, procuraba el desarrollo de un pensamiento jurídico con valores de ciencia, me llevó al estudio de nuestra historia. Descubrí entonces que lo sucedido entre Céspedes y Agramonte no era una simple discrepancia táctica o estratégica de dos ilustres patriotas, sino el planteamiento histórico de dos concepciones de la sociedad, el Estado y el derecho que aún hoy se debaten, no solo en Cuba, sino en todo el mundo. Y las demandas de los pueblos en las recientes revoluciones en el norte de África lo demuestran. Después, por mis inquietudes literarias descubrí que Cintio Vitier y Roberto Fernández Retamar lo que hacían era tratar de desvirtuar el pensamiento martiano. Hacer un Martí marxista-leninista es de las cosas más perversas de nuestra historia, cuando Martí es todo lo contrario. Martí y Agramonte creían en la soberanía del ciudadano y en el Estado como un simple instrumento a su servicio. Pero el castrismo erigió al Partido en soberano cuando consagró en el artículo 5 de la Constitución que el que dirige y orienta a la sociedad, Estado y Gobierno es el Partido. Ese engendro latinista-stalinista mata todo desarrollo de la individualidad, le corta la cabeza a cada persona. Nos quita la condición de ciudadano y nos hace súbditos de un aparato dirigido por un dictador que se apropió de nuestras vidas, villas y hacienda, con atributo de zar de izquierda, emperador romano, déspota ilustrado y mucho de dictador latinoamericano. Ante esta realidad tan aplastante, en el ejercicio de la profesión de abogado y de mi vocación literaria no me quedó otra alternativa que el ejercicio de la decencia. Y eso me hizo disidente.
P: Háblenos de su labor como fundador de la Corriente Agramontista de Abogados de Cuba (movimiento de abogados disidentes que procura una nueva concepción de la sociedad, el Estado y el derecho cubanos), circunstancia esta por la que fue encarcelado en más de una oportunidad.
FI: En medio de la crisis que te contaba en la respuesta anterior, un día se me acerco René Gomez Manzano, con un proyecto de fundar la Unión Agramontista con el propósito de dar a conocer la obra del ilustre camagüeyano, erigirle un monumento en la Habana y procurar la solidaridad profesional. Enseguida nos dimos a la tarea apasionadamente. Eran los tiempos en que yo, Manzano, Zenén Pérez Yera y Jorge Puig Keiser y Leonel Morejón, en la Habana y Lázaro Godínez en Pinar del Río, desarrollábamos una intensa labor en la defensa de aquellos cientos y miles de ciudadanos que eran sancionados por los tribunales cubanos por conductas que en cualquier parte del mundo no son delito. Vender un plátano, una gallina, salir del país, ejercer el pensamiento, gritar abajo Fidel, de conformidad con la ciencia del derecho, no son delito. Delito es la conducta típica, antijurídica, culpable y socialmente peligrosa. Y cómo se puede hacer una ley tipificando como delito la venta de un plátano, qué de peligrosidad social hay en una conducta que está dirigida precisamente a evadirse de la sociedad que se dice atacada a través de un fiscal de lengua viperina, en representación de un Estado que, lejos de brotar de un contrato social, está por un ejercicio brutal del poder. Poco tiempo después les planteé a mis colegas antes mencionados que más que un gremio profesional debíamos de luchar por el cambio de la concepción de la sociedad, el Estado y el derecho cubanos. Que ese había sido el papel de Agramonte ante Céspedes en Guáimaro. De modo que hay un Agramonte General, un Agramonte abogado, pero hay un Agramonte estadista que se nos ha negado, por desgracia, dada la perversa labor de un Retamar, de un Cintio Vitier y un Armando Hart. De modo que nuestra idea no era nueva… era una corriente de pensamiento que viene de la Revolución Norteamérica y que en Cuba la encendió en Guáimaro Agramonte. Martí la sostuvo viva en medio de la Guerra Necesaria —“No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”— y que Machado, Batista y Fidel Castro han pretendido apagar para usurpar el Poder del pueblo. En consecuencia propuse la Corriente Agramontista. Y es eso, una corriente de pensamiento. No es una organización… sino una idea que procura una nueva concepción de la sociedad, el Estado y el derecho cubanos.
P: Una experiencia para nada grata debió haber tenido con su novela El olor de la tierra, la que fuera publicada parcialmente por Letras Cubanas en 1991, en una edición especial dedicada a José Lezama Lima. Pero que quedó prohibida por el Gobierno de la Isla el mismo día de su lanzamiento. ¿Nos cuenta al respecto?
FI: Junto a esa lucha como abogado y tratando de dar conciencia sobre la necesidad de una nueva concepción de la sociedad, el Estado y el derecho, desarrollaba mis inquietudes literarias. Abel Prieto, que por entonces para mí era Abelito, supo por Ángel Guerra —entonces director de Bohemia— de mi novela. Yo no quería darla a leer. No me consideraba escritor. Abel me vio en la calle y me dijo, “Mi socio, me dijeron que estás escribiendo una novela y quiero verla…” “No Abelito, tú tienes mucho trabajo, eres un crítico de obras importante…” “No, no, llévala por mi oficina”, me insistió. Bueno, entonces un día le lleve la obra a su oficina en La Habana Vieja. “Okey, mi socio, ven dentro de quince días.” A los quince días fui y me dijo, “Perdóname mi socio, pero he tenido mucho trabajo. Ven la semana que viene”. “Abelito”, le insistí, “tú estás muy ocupado, deja eso”. “No, no, ven la semana que viene…” Y así fue. A la semana siguiente llegue a su oficina, pero su secretaria me dijo que estaba para los países socialistas. Entonces le dejé una nota, diciéndole que no se ocupara de mi novela, que me la devolviera, que no merecía que desatendiera sus tareas, etc., etc. Y me fui y me olvidé de eso. Un día, meses después, me encontré a su secretaria cuando caminaba por la calle Obispo… Me gritó, con una sonrisa que delataba sorpresa agradable, de acera a acera: “Oyeeee, Abelito te anda buscando…” Así que unos días después me aparecí en su oficina. Estaba sentado frente a su buró y tenía una botella de Ron Bocoy a medias, a su espalda, sobre un mueble… Me dijo que se la quería tomar con una jevita en la posada, “pero te voy a dar un poquito, mi socio…” y se me quedó mirando de abajo para arriba, como los escribanos de espejuelos en la punta de la nariz. “Mi socio, usted es escritor”, me dijo. “Abelito no me digas eso que si me lo creo voy a desatender mi profesión y tengo que mantener a mi hija…” “Mi socio, usted es un poeta corrido, con una violencia subterránea como Rulfo y un humor triste como Chaplin, capaz de explicar a Cuba a través del mito de la tierra”. Sus palabras me estremecieron. Sabía que me había calado y que yo había logrado lo que me proponía. Poco después la obra entro en proceso de edición, bajo la dirección de Emilio de Armas y Madeline Cámara. Después recibí un telegrama para participar de su lanzamiento en la Biblioteca Nacional, para el día 18 de diciembre de 1992. Pero el lanzamiento no se produjo. Fui a ver a Abel Prieto, que ya era Presidente de la UNEAC. Le dije lo que había pasado. Me respondió: “Pero esas cosas pasan en Cuba todavía…”, y no me dijo nada más. Después lo encontré de nuevo en la Biblioteca Nacional. Intenté acercármele, con familiaridad, como antes, pero estaba distante.
P: La obra sin embargo corrió mejor suerte años después cuando fue presentada en 1996 en la Feria Internacional del Libro de Miami.
FI: Bueno, ya andaba en un país de libertades ciudadanas… que no te imaginas tu cuanto se siente eso en la piel…
P: Artículos suyos han aparecido en la prensa cubana, puertorriqueña, española, estadounidense y de otros países. ¿Son ahora mismo las letras su forma de luchar por Cuba?
FI: Bueno, soy un hombre de ideas. Quiero que circulen las de todos, para que sean respetadas —que es la manera de respetar la dignidad de los demás, la dignidad humana—. Me aterra eso del combate de las ideas… ¿Y si las hieren o las matan? No podemos ser un pueblo sin ideas… Podrá haber algo más terrible que “tú estás equivocado”, “no te permito que delante de mí digas eso”… Creo en la circulación de las ideas. Así las que no sirven hoy tal vez mañana se les eche de la mano, o apoyan otras…
P: Muy buena acogida tuvo su novela Que bueno baila usted, inspirada en la figura del Benny Moré, uno de los más grandes exponentes de la música cubana. ¿Por qué esta novela?
FI: La música cubana es única y Benny More es su máxima expresión. Benny es la síntesis de la cubanía. Por otro lado hay un intento de descubanizar la música cubana. Oportunistas extranjeros, con el propósito de apropiarse de ella, la llaman música caribeña, tropical y hasta le cambian el nombre… A nadie se le ocurre decir que el jazz no es norteamericano aunque en otras partes se haga jazz. Nadie le niega a los mexicanos el mérito de haber creado las rancheras. Los argentinos no aceptarían que al tango le llamen música mate. Y nosotros tenemos que admitir que a nuestra música la llamen salsa. El embargo, ese que prohíbe la comercialización en el mundo de los productos cubanos, por un lado, y el bloqueo, ese que le impuso el Gobierno cubano a la creación individual han generado una crisis en la música cubana… que nos afecta en la identidad y que afecta la identidad de otros pueblos que, por ignorancia, se creen el cuento. Y yo sentí la necesidad de defender a la música cubana y a Benny More… Claro, no me opongo a que otros pueblos bailen nuestra música y que enriquezcan su música con la nuestra. Me encanta lo que hicieron los puertorriqueños Cortijo e Ismael Rivera con la música cubana. Tú ves los instrumentos cubanos tocados de manera que afloren las células rítmicas de la bomba y la plena y me parece bello, auténtico. Pero creo que se debe respetar lo que se debe respetar.
Me gustaría conocer detalles del libro de alegatos titulado El grito de Dios.
FI: En Cuba trabajé fuerte procurando un derecho como ciencia social autónoma —no como una ideología—, en defensa de la pluralidad política y social. Ya San Pablo nos hace saber que la ley debe ser la forma de la ciencia y de la verdad. El Grito de Dios son cuatro alegatos que, más que la defensa de mis representados, son un grito en defensa de que el derecho más que una expresión de la voluntad del poder constituido, sea valores de ciencia, virtudes de arte y discurso de la naturaleza.
P: ¿Cuáles son las particularidades del certamen literario “Nuevo pensamiento cubano”?
FI: Cada momento histórico tiene su propio discurso ideoestético. En Cuba se cuece un nuevo pensamiento. El Certamen tiene el propósito de que ese nuevo pensamiento aflore.
P: Usted cree que el problema de Cuba es de concepción de la sociedad, Estado y derecho más que político. ¿Podría argumentárnoslo?
FI: La ignorancia mata a los pueblos y es preciso matar la ignorancia… Se habla de dos concepciones fundamentales de la sociedad, Estado y derecho, la concepción oriental y la occidental, pero no se habla de que en las Américas hay dos concepciones de la sociedad, el Estado y el derecho. Por una lado la concepción que nos legó la Revolución Norteamericana, donde un pacto social, consagrado en una Constitución, como ley suprema, garantiza los derechos fundamentales de los ciudadanos y se establecen las competencias de los órganos del Estado. Y por el otro, la concepción latinoamericana del Estado y el derecho, esa que llevó a Martí a decir, sigue viviendo la colonia en las repúblicas. En Latinoamérica el Estado y el derecho no surgieron como instrumento creados por nuestros pueblos para mejorar la vida pública, sino como mecanismos de saqueo y sometimiento. Por eso cuando gobernantes asumen sus altas magistraturas no hablan de servicio público, sino de ejercicio del poder. Se trepan para dominar e imponer, en el mejor de los casos. En fin, es necesario rescatar a Martí y a Agramonte
Por Dariela Aquique
Santiago de Cuba
Hace unos meses un amigo me hizo llegar la convocatoria del certamen literario “Nuevo pensamiento cubano”, a propuesta de la Delegación para el Caribe de la Corriente Liberal para la Disidencia Cubana, Cubanos Unidos. Se concursaría en las ramas: Pensamiento crítico, Economía y Literatura. Y en los géneros de ensayo, narrativa y poesía. Participé con un poemario y les confieso con cierto recelo. A ciencia cierta los que hemos vivido siempre en la Isla no podemos escapar al contagio de esa paranoia sempiterna que se ha inoculado en la sociedad nacional, durante ya más de medio siglo de sometimiento a un régimen totalitario. Fue así que buscando datos de quiénes eran los generadores de dicho proyecto, me encontré con una persona desconocida para mí, pero con quien inmediatamente experimenté una singular empatía. Se trata del abogado, periodista y escritor Faisel Iglesias, nacido en 1953 en Pilotos, Pinar del Río; graduado de Derecho en la Universidad de La Habana, ahora residente en Puerto Rico y presidente del certamen, quien gentilmente ha consentido en darme esta entrevista.
P: Se considera usted alguien que siempre ha estado buscando la solución para Cuba. En su obra periodística ha logrado imbricar la historia y el derecho para darnos una visión panorámica del sinuoso peregrinar de nuestra Nación a causa de los ucases que en las diferentes etapas han dado al traste con la posibilidad real de consolidarnos como una democracia participativa. Su artículo Por una nueva concepción de la Sociedad, el Estado y el Derecho cubanos, publicado en Otro Lunes. Enero 2010, es un excelente ejemplo de ese empeño personal. ¿Podría comentar al respecto?
Faisel Iglesia (FI): Haber estudiado ciencias jurídicas en la sede universitaria de Pinar del Río, primero, y en la Universidad de la Habana, después, en época en que el precursor de la institucionalización socialista, Blas Roca Calderío, procuraba el desarrollo de un pensamiento jurídico con valores de ciencia, me llevó al estudio de nuestra historia. Descubrí entonces que lo sucedido entre Céspedes y Agramonte no era una simple discrepancia táctica o estratégica de dos ilustres patriotas, sino el planteamiento histórico de dos concepciones de la sociedad, el Estado y el derecho que aún hoy se debaten, no solo en Cuba, sino en todo el mundo. Y las demandas de los pueblos en las recientes revoluciones en el norte de África lo demuestran. Después, por mis inquietudes literarias descubrí que Cintio Vitier y Roberto Fernández Retamar lo que hacían era tratar de desvirtuar el pensamiento martiano. Hacer un Martí marxista-leninista es de las cosas más perversas de nuestra historia, cuando Martí es todo lo contrario. Martí y Agramonte creían en la soberanía del ciudadano y en el Estado como un simple instrumento a su servicio. Pero el castrismo erigió al Partido en soberano cuando consagró en el artículo 5 de la Constitución que el que dirige y orienta a la sociedad, Estado y Gobierno es el Partido. Ese engendro latinista-stalinista mata todo desarrollo de la individualidad, le corta la cabeza a cada persona. Nos quita la condición de ciudadano y nos hace súbditos de un aparato dirigido por un dictador que se apropió de nuestras vidas, villas y hacienda, con atributo de zar de izquierda, emperador romano, déspota ilustrado y mucho de dictador latinoamericano. Ante esta realidad tan aplastante, en el ejercicio de la profesión de abogado y de mi vocación literaria no me quedó otra alternativa que el ejercicio de la decencia. Y eso me hizo disidente.
P: Háblenos de su labor como fundador de la Corriente Agramontista de Abogados de Cuba (movimiento de abogados disidentes que procura una nueva concepción de la sociedad, el Estado y el derecho cubanos), circunstancia esta por la que fue encarcelado en más de una oportunidad.
FI: En medio de la crisis que te contaba en la respuesta anterior, un día se me acerco René Gomez Manzano, con un proyecto de fundar la Unión Agramontista con el propósito de dar a conocer la obra del ilustre camagüeyano, erigirle un monumento en la Habana y procurar la solidaridad profesional. Enseguida nos dimos a la tarea apasionadamente. Eran los tiempos en que yo, Manzano, Zenén Pérez Yera y Jorge Puig Keiser y Leonel Morejón, en la Habana y Lázaro Godínez en Pinar del Río, desarrollábamos una intensa labor en la defensa de aquellos cientos y miles de ciudadanos que eran sancionados por los tribunales cubanos por conductas que en cualquier parte del mundo no son delito. Vender un plátano, una gallina, salir del país, ejercer el pensamiento, gritar abajo Fidel, de conformidad con la ciencia del derecho, no son delito. Delito es la conducta típica, antijurídica, culpable y socialmente peligrosa. Y cómo se puede hacer una ley tipificando como delito la venta de un plátano, qué de peligrosidad social hay en una conducta que está dirigida precisamente a evadirse de la sociedad que se dice atacada a través de un fiscal de lengua viperina, en representación de un Estado que, lejos de brotar de un contrato social, está por un ejercicio brutal del poder. Poco tiempo después les planteé a mis colegas antes mencionados que más que un gremio profesional debíamos de luchar por el cambio de la concepción de la sociedad, el Estado y el derecho cubanos. Que ese había sido el papel de Agramonte ante Céspedes en Guáimaro. De modo que hay un Agramonte General, un Agramonte abogado, pero hay un Agramonte estadista que se nos ha negado, por desgracia, dada la perversa labor de un Retamar, de un Cintio Vitier y un Armando Hart. De modo que nuestra idea no era nueva… era una corriente de pensamiento que viene de la Revolución Norteamérica y que en Cuba la encendió en Guáimaro Agramonte. Martí la sostuvo viva en medio de la Guerra Necesaria —“No se funda, General, un pueblo como se manda un campamento”— y que Machado, Batista y Fidel Castro han pretendido apagar para usurpar el Poder del pueblo. En consecuencia propuse la Corriente Agramontista. Y es eso, una corriente de pensamiento. No es una organización… sino una idea que procura una nueva concepción de la sociedad, el Estado y el derecho cubanos.
P: Una experiencia para nada grata debió haber tenido con su novela El olor de la tierra, la que fuera publicada parcialmente por Letras Cubanas en 1991, en una edición especial dedicada a José Lezama Lima. Pero que quedó prohibida por el Gobierno de la Isla el mismo día de su lanzamiento. ¿Nos cuenta al respecto?
FI: Junto a esa lucha como abogado y tratando de dar conciencia sobre la necesidad de una nueva concepción de la sociedad, el Estado y el derecho, desarrollaba mis inquietudes literarias. Abel Prieto, que por entonces para mí era Abelito, supo por Ángel Guerra —entonces director de Bohemia— de mi novela. Yo no quería darla a leer. No me consideraba escritor. Abel me vio en la calle y me dijo, “Mi socio, me dijeron que estás escribiendo una novela y quiero verla…” “No Abelito, tú tienes mucho trabajo, eres un crítico de obras importante…” “No, no, llévala por mi oficina”, me insistió. Bueno, entonces un día le lleve la obra a su oficina en La Habana Vieja. “Okey, mi socio, ven dentro de quince días.” A los quince días fui y me dijo, “Perdóname mi socio, pero he tenido mucho trabajo. Ven la semana que viene”. “Abelito”, le insistí, “tú estás muy ocupado, deja eso”. “No, no, ven la semana que viene…” Y así fue. A la semana siguiente llegue a su oficina, pero su secretaria me dijo que estaba para los países socialistas. Entonces le dejé una nota, diciéndole que no se ocupara de mi novela, que me la devolviera, que no merecía que desatendiera sus tareas, etc., etc. Y me fui y me olvidé de eso. Un día, meses después, me encontré a su secretaria cuando caminaba por la calle Obispo… Me gritó, con una sonrisa que delataba sorpresa agradable, de acera a acera: “Oyeeee, Abelito te anda buscando…” Así que unos días después me aparecí en su oficina. Estaba sentado frente a su buró y tenía una botella de Ron Bocoy a medias, a su espalda, sobre un mueble… Me dijo que se la quería tomar con una jevita en la posada, “pero te voy a dar un poquito, mi socio…” y se me quedó mirando de abajo para arriba, como los escribanos de espejuelos en la punta de la nariz. “Mi socio, usted es escritor”, me dijo. “Abelito no me digas eso que si me lo creo voy a desatender mi profesión y tengo que mantener a mi hija…” “Mi socio, usted es un poeta corrido, con una violencia subterránea como Rulfo y un humor triste como Chaplin, capaz de explicar a Cuba a través del mito de la tierra”. Sus palabras me estremecieron. Sabía que me había calado y que yo había logrado lo que me proponía. Poco después la obra entro en proceso de edición, bajo la dirección de Emilio de Armas y Madeline Cámara. Después recibí un telegrama para participar de su lanzamiento en la Biblioteca Nacional, para el día 18 de diciembre de 1992. Pero el lanzamiento no se produjo. Fui a ver a Abel Prieto, que ya era Presidente de la UNEAC. Le dije lo que había pasado. Me respondió: “Pero esas cosas pasan en Cuba todavía…”, y no me dijo nada más. Después lo encontré de nuevo en la Biblioteca Nacional. Intenté acercármele, con familiaridad, como antes, pero estaba distante.
P: La obra sin embargo corrió mejor suerte años después cuando fue presentada en 1996 en la Feria Internacional del Libro de Miami.
FI: Bueno, ya andaba en un país de libertades ciudadanas… que no te imaginas tu cuanto se siente eso en la piel…
P: Artículos suyos han aparecido en la prensa cubana, puertorriqueña, española, estadounidense y de otros países. ¿Son ahora mismo las letras su forma de luchar por Cuba?
FI: Bueno, soy un hombre de ideas. Quiero que circulen las de todos, para que sean respetadas —que es la manera de respetar la dignidad de los demás, la dignidad humana—. Me aterra eso del combate de las ideas… ¿Y si las hieren o las matan? No podemos ser un pueblo sin ideas… Podrá haber algo más terrible que “tú estás equivocado”, “no te permito que delante de mí digas eso”… Creo en la circulación de las ideas. Así las que no sirven hoy tal vez mañana se les eche de la mano, o apoyan otras…
P: Muy buena acogida tuvo su novela Que bueno baila usted, inspirada en la figura del Benny Moré, uno de los más grandes exponentes de la música cubana. ¿Por qué esta novela?
FI: La música cubana es única y Benny More es su máxima expresión. Benny es la síntesis de la cubanía. Por otro lado hay un intento de descubanizar la música cubana. Oportunistas extranjeros, con el propósito de apropiarse de ella, la llaman música caribeña, tropical y hasta le cambian el nombre… A nadie se le ocurre decir que el jazz no es norteamericano aunque en otras partes se haga jazz. Nadie le niega a los mexicanos el mérito de haber creado las rancheras. Los argentinos no aceptarían que al tango le llamen música mate. Y nosotros tenemos que admitir que a nuestra música la llamen salsa. El embargo, ese que prohíbe la comercialización en el mundo de los productos cubanos, por un lado, y el bloqueo, ese que le impuso el Gobierno cubano a la creación individual han generado una crisis en la música cubana… que nos afecta en la identidad y que afecta la identidad de otros pueblos que, por ignorancia, se creen el cuento. Y yo sentí la necesidad de defender a la música cubana y a Benny More… Claro, no me opongo a que otros pueblos bailen nuestra música y que enriquezcan su música con la nuestra. Me encanta lo que hicieron los puertorriqueños Cortijo e Ismael Rivera con la música cubana. Tú ves los instrumentos cubanos tocados de manera que afloren las células rítmicas de la bomba y la plena y me parece bello, auténtico. Pero creo que se debe respetar lo que se debe respetar.
Me gustaría conocer detalles del libro de alegatos titulado El grito de Dios.
FI: En Cuba trabajé fuerte procurando un derecho como ciencia social autónoma —no como una ideología—, en defensa de la pluralidad política y social. Ya San Pablo nos hace saber que la ley debe ser la forma de la ciencia y de la verdad. El Grito de Dios son cuatro alegatos que, más que la defensa de mis representados, son un grito en defensa de que el derecho más que una expresión de la voluntad del poder constituido, sea valores de ciencia, virtudes de arte y discurso de la naturaleza.
P: ¿Cuáles son las particularidades del certamen literario “Nuevo pensamiento cubano”?
FI: Cada momento histórico tiene su propio discurso ideoestético. En Cuba se cuece un nuevo pensamiento. El Certamen tiene el propósito de que ese nuevo pensamiento aflore.
P: Usted cree que el problema de Cuba es de concepción de la sociedad, Estado y derecho más que político. ¿Podría argumentárnoslo?
FI: La ignorancia mata a los pueblos y es preciso matar la ignorancia… Se habla de dos concepciones fundamentales de la sociedad, Estado y derecho, la concepción oriental y la occidental, pero no se habla de que en las Américas hay dos concepciones de la sociedad, el Estado y el derecho. Por una lado la concepción que nos legó la Revolución Norteamericana, donde un pacto social, consagrado en una Constitución, como ley suprema, garantiza los derechos fundamentales de los ciudadanos y se establecen las competencias de los órganos del Estado. Y por el otro, la concepción latinoamericana del Estado y el derecho, esa que llevó a Martí a decir, sigue viviendo la colonia en las repúblicas. En Latinoamérica el Estado y el derecho no surgieron como instrumento creados por nuestros pueblos para mejorar la vida pública, sino como mecanismos de saqueo y sometimiento. Por eso cuando gobernantes asumen sus altas magistraturas no hablan de servicio público, sino de ejercicio del poder. Se trepan para dominar e imponer, en el mejor de los casos. En fin, es necesario rescatar a Martí y a Agramonte